Casi no hay ámbito de la vida diaria que no esté siendo impactado por la revolución del conocimiento. Es cierto que los cambios no llegan a todos con la misma velocidad ni que los perciben todos de la mima manera, pero hay un espacio en el que la revolución del conocimiento toca inexorablemente a la inmensa mayoría. Es el campo de la política.
Un vistazo a los hechos que han convulsionado a países y grupos humanos en los meses recientes conduciría a concluir que siendo como han sido tan distintos en las causas y en las formas, tienen, sin embargo, algo en común: la presencia abarcante de nuevos modos de elaboración y difusión del conocimiento. Los procesos ocurridos son la constatación de cómo los nuevos modos y el alcance de la revolución del conocimiento y de las comunicaciones han transformado la política. No hay explicación que pueda prescindir de este nuevo factor.
Louis-Vincent Gave, fundador del grupo de investigación Gavekal Research, economista francés educado en Estados Unidos y actualmente residente en Hong Kong, se refiere a este hecho en un reciente artículo sobre la revolución del conocimiento y sus consecuencias.“El poder ahora reside entre aquellos mejor capacitado para organizar el conocimiento”, sostiene.
Una de las consecuencias más obvias de Internet ha sido cortar la necesidad de intermediarios, tanto en la producción como en la comercialización, en la elaboración de ideas como en la prestación de servicios o la colocación de productos. Están los ejemplos de Uber, de Amazon, de tantas innovaciones que han modificado nuestra vida. Así ha sucedido también en la política, señala. Si la política ha tenido uno de sus pilares en la representación, la revolución de las comunicaciones se ha encargado de minarlo. Con la información al alcance de la mano la gente percibe que no necesita representación, que puede opinar y actuar por sí misma, que puede prescindir de quienes hasta ahora habían asumido su representación o, más aún, que quienes lo habían hecho ya no los representan.
Hoy la política se ha vuelto incomprensible e inmanejable si no se cuenta con las redes y con todas las posibilidades abiertas por la revolución tecnológica aplicada a las comunicaciones. Frente al liderazgo, por ejemplo, los efectos van desde una demostración de la fragilidad del líder tradicional a la aparición de nuevas formas de liderazgo, muchas veces ambiguos, inasibles, sin rostro, colectivos o anónimos, capaces de movilizar y producir tanto acciones positivas como grandes catástrofes. “El efecto de la revolución del conocimiento de hoy ha sido destacar la insuficiencia de nuestros representantes políticos”, diría Louis-Vincent Gave.
La aparición de estas nuevas formas de ejercicio del liderazgo a través de las redes exige de los líderes tradicionales lo que se ha esperado siempre de ellos –honestidad, conocimiento, claridad, capacidad para motivar, contagiar, tomar decisiones– pero ahora, además, disposición a someterse en grado más alto al escrutinio público y comprensión de la naturaleza de las redes sociales, de su poder, de su capacidad para difundir información, animar el diálogo social, movilizar y organizar.
“La revolución del conocimiento debería provocar un cambio hacia la democracia directa”, concluye Louis-Vincent Gave. Fashad Manjoo no es igual de optimista. “Ya va siendo tiempo ahora de que nos vayamos alarmando más que emocionando ante los enormes cambios sociales que las redes sociales podrían desatar”, escribe en The New York Times.
Poder, representación, organización, verdad, responsabilidad, control, todo parece estar sujeto a debate y a redefinición a medida que avanza la revolución de la comunicación. Cada vez más, la constante es el cambio. Quizá tiene razón Yascha Mounk (“El pueblo contra la democracia”) cuando se pregunta si “la pérdida de influencia de los antiguos guardianes de la información servirá para empoderar a los ciudadanos y potenciar la democracia, o ha servido ya para dañar la propia democracia al dar a los populistas la plataforma que necesitan para envenenar nuestra escena política”.
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