La Suprema Corte suspendió hasta mañana sus deliberaciones sobre la revocación de mandato. Por tanto, esta especulación resulta incluso más especulativa que de costumbre. No se sabe si los once ministros suprimirán la segunda parte de la pregunta incluida en el texto sobre el cual se votará el 10 de abril, a saber, la que plantea si se prefiere que López Obrador termine su mandato.
Aunque tres de los cuatro ministros que se pronunciaron hoy lo hicieron a favor de eliminar el equivalente de la “ratificación”, y solo una ministra (propuesta por López Obrador) se manifestó a favor de conservarla, me temo que por lo menos tres de los demás miembros de la corte votarán a favor de la inclusión. Por consiguiente la pregunta se mantendrá en su misma forma. Obviamente Yasmín Esquivel estará a favor del status quo; Margarita Ríos Fajat también; si Zaldivar o González Alcántara (ambos aliados de AMLO) se manifiestan en contra de la ponencia de Jorge Pardo, la pregunta quedará igual.
Sería una lástima, o será una buena noticia si sucede lo contrario. Por dos razones. En primer lugar, porque se trata, según la modificación constitucional de 2019, de un referéndum revocatorio, no ratificatorio. Yo creo que Morena se chamaqueó a parte de la oposición cuando ésta dizque logró cambiar la intención original de la reforma, y que la concesión, como hoy vemos y mañana confirmaremos, fue meramente cosmética. Pero es cierto que si la pregunta dirigida a los electores solo menciona la revocación (es decir, que concluya hoy el mandato del presidente) y deja en suspenso la alternativa, es más fiel a la intención original de los legisladores, y sobre todo, limita el alcance de la malaventurada reforma. Sin ser radical al respecto, no me gustan mucho las revocaciones de mandato, pero menos me complacen si se vuelven plebiscitos, es decir, en el último sentido romano estricto del término, juicios sobre la perpetuación o remoción de un gobernante. Prefiero elecciones, aunque sé, como todo el mundo, que un sinfín de presidentes -desde De Gaulle hasta Evo Morales- han utilizado el mecanismo del referéndum (en el sentido estricto, sobre un tema de sustancia) para obtener un respaldo popular entre elecciones.
La segunda razón es más convenenciera y práctica. De borrarse la segunda parte de la pregunta, la respuesta solo sería “Sí” o “No”: sí quiero que AMLO permanezca en Palacio, o no quiero que lo haga. Los votantes siendo como somos, casi siempre el “sí” encierra una ventaja implícita sobre el “no”, aunque esa ventaja no siempre se materializa (ver el No de 1988 en Chile, o la derrota de Hugo Chávez en 2007 en Venezuela).
No estoy convencido de que la oposición haya optado por la mejor postura al desentenderse del 10 de abril y en los hechos llamar a la abstención. Pero como están las cosas, es altamente probable que López Obrador obtendrá un alto porcentaje de votos de … un pequeño total de votos: digamos, 80% de 10%. Él lo proclamará como victoria, los demás enfatizarán la magra participación.
Con una pregunta acotada, el porcentaje de “sí” (que se vaya) probablemente aumente, aunque la participación siga igual de exigua. En claro: si la corte resuelve la amputación de la interrogante, le daría un espaldarazo a la revocación, y un pequeño golpe a las ambiciones de López Obrador.
Pero le asestaría un buen trancazo al alcance de la reforma de 2019. Sentaría un precedente para el futuro, y acotaría las posibilidades de avanzar hacia un régimen plebiscitario en México. Sabemos cómo terminó eso en otras partes, en otros tiempos.