OPINIÓN

Revivir la luna de miel de antaño 

por Beatriz De Majo Beatriz De Majo
China

FOTO EFE/ PRENSA MIRAFLORES / MARCELO GARCÍA

Desde mucho antes de que la pandemia del coronavirus ralentizara las relaciones de buen número de países en el mundo, la binacionalidad entre China y Venezuela había sido afectada. Los incumplimientos, la mala gerencia y la corrupción en los proyectos que se armaron conjuntamente desde los días de Hugo Chávez estuvieron en el origen del enfriamiento.

Es cierto que, a través de Venezuela, China aspiraba a expandir su influencia continental, cosa que parecía fácil de lograr gracias a la existencia de un régimen de gobierno comunista en Venezuela interesado, por su lado, en abrirle la puerta al coloso y enfrentar con ello a su socio tradicional, Estados Unidos.

La realidad es que sí hubo una importante interacción entre los dos países desde el inicio de este siglo. Venezuela fue, detrás de Brasil, el segundo país latinoamericano en recibir empréstitos del gigante de Asia. El interés de anudar lazos sólidos que aportara beneficios a los dos lados se tradujo en un buen numero de proyectos de financiamiento de infraestructura en suelo caribeño que, por el lado de los venezolanos, en la mayor parte de los casos serían repagados a China con petróleo.

La inmensa mayoría de los proyectos no se materializaron sino muy parcialmente y algunos fueron fracasos monumentales de los que solo quedan ruinas. Solo un ejemplo: el 30 de julio de 2009, China Railway Engineering Corporation firmó un contrato con el Instituto de Ferrocarriles del Estado venezolano por 7.500 millones de dólares para la construcción del sistema ferroviario Tinaco–Anaco. La inversión comprendía 3 fábricas de durmientes y rieles y una de ensamblaje de 1.000 vagones por año. Esta inversión, a decir de los propios chinos, era el “mayor proyecto emprendido por China hasta ahora en el mercado ferroviario fuera del país”. Se desembolsaron 2.740 millones de dólares hasta enero de 2011 cuando las obras comenzaron a cojear hasta su paralización total y abandono 5 años más tarde. De proyectos faraónicos como el ya mencionado sobran ejemplos en Venezuela.

Con este pesado fardo de múltiples y estrepitosos fracasos acumulados en sus espaldas, Nicolás Maduro acaba de tomar sus bártulos para irse a Pekín a tratar de recomponer una relación dentro de la cual no queda casi nada aparte de una deuda que los expertos sitúan aún entre los 15.000 y 19.000 millones de dólares. Lo que Maduro aspiraría es a conseguir de Pekín una fórmula para sortear las sanciones estadounidenses que dificultan la exportación del petróleo que se logra producir a pesar de la debacle del sector. Uno de los pocos proyectos binacionales que aún subsiste se encuentra dentro del sector de hidrocarburos: la empresa mixta Sinoven, que apenas produce hoy 70.000 bd de 400.000 bd que fue la capacidad para la que se diseñó.

Lo propio es preguntarse si más allá de un nuevo mensaje comunicacional de estrecha cooperación, que es muy útil a los dos lados geopolíticamente hablando, el gobierno de Xi Jinping está realmente en posición de ver con buenos ojos nuevas inversiones o considerar a la Venezuela de Maduro un buen socio para continuar una política de penetración y de presencia estratégica en el continente.

Un país con 3.500 años de historia algo debe haber aprendido de la lección que le ha dado el chavismo venezolano.