OPINIÓN

Retribuciones del Diablo, Zapatero, OEA, consulta ciudadana del 7 al 12…

por Miguel Ángel Cardozo Miguel Ángel Cardozo
misión de observación electoral

Foto: Archivo

A menudo, las personas a las que se les da a escoger el orden de recepción de dos informaciones, una buena y otra mala, prefieren iniciar con la segunda para tener luego en lo bueno consuelo, esperanza o un motivo para continuar con mayor empeño su cotidiana lucha, pero en este instante de la ya muy prolongada coyuntura venezolana de oscuros matices, si no de total oscuridad, no hay que escoger entre una buena y una mala sino, aunque a primera vista luzca como un despropósito el planteamiento, entre algunas buenas y otras mejores —más allá de ciertos hechos, no tan alentadores, que también hay que considerar—, porque si bien aún distante está el final de la hórrida pesadilla en la que tiempo ha quedó confinada la sociedad venezolana, y será todavía mucho lo que habrá que padecer dentro de ella, los recientes eventos le han proporcionado al mundo democrático los definitivos elementos que requería —si es que alguno faltaba— para formalizar en sus principales instancias oficiales la irrevocabilidad del estatus dictatorial del régimen chavista y, no menos importante, le terminaron de arrebatar las máscaras a los últimos agentes internacionales que le quedaban a la infame nomenklatura socialista del siglo XXI.

De cómo le paga el chavismo a quien bien le sirve

La primera de esas buenas nuevas, por el grato sabor que deja en millones de honrados paladares opositores, tiene que ver con la posición a la que recientemente redujo al «alacranaje» criollo la soberbia patada propinada en su ponzoñoso trasero barato por la no menos inicua cúpula chavista; una acción que no sorprende por dos razones: la proverbial costumbre generalizada en ese criminal emporio de disparar primero y reflexionar después, y el ínsito desprecio que dentro de él se siente hacia todos los que allí se consideran utilizables.

En la academia pude observar en diversas ocasiones, desde la prudencial distancia, cómo actúan los captores de conciencias al servicio del régimen; cómo se aproximan con buenas maneras, inmejorable afabilidad e incesantes halagos a los «elementos» útiles; cómo los van introduciendo en su círculo de «incondicionalidad». Nada distinto de lo que siempre ha hecho el mal para ganar adeptos —¿o acaso el Estado Islámico, los grupos paramilitares o los cárteles de la droga, por mencionar solo algunos pares del régimen, reclutan de otra forma?—, pero solo Dios sabe, aunque todos los venezolanos lo imaginamos, lo que ocurre luego de que un elegido para un determinado propósito entra en el inconmensurable dédalo de las maquinaciones chavistas.

Si no es a «realazo», otros recursos garantizan de seguro la cooperación; probablemente alguna inconfesada «indiscreción» —y de ahí la importancia de vivir a la luz del día en un contexto de presiones y chantajes como el venezolano, ya que si en un marco de libertades es ese un asunto del que depende la paz espiritual, en este es uno de vida o muerte, tanto de la propia como de la de millones—. En todo caso, ni el deleitable modo de ingreso a tal mafia ni los métodos de los que ulteriormente esta echa mano para tratar de lograr sus viles propósitos, por conducto de las acciones de tarifados y coaccionados, han dejado jamás de hacer que el destino de esos colaboracionistas sea el mismo; el mismo que durante 103 años han compartido los que en socialismo/comunismo optaron y optan por la genuflexión, y el mismo que tantos se han procurado en todos los demás sistemas totalitarios —esto es, en el mismo sistema establecido con otros mil rostros—; ese destino por el que ahora, en lo que solo puede calificarse de deplorable espectáculo, se lamen las heridas, en su penoso arrastre hacia sus infectas madrigueras, las alimañas que de manera errónea creyeron darle un cariz «legítimo» al fraude perpetrado este 6 de diciembre que ya tiene un privilegiado lugar en los anales de la historia del siglo XXI.

¿De qué le sirvió a Baduel, verbigracia, su solícita actuación, no para la defensa de los derechos humanos y la democracia, sino para la reinstauración de un régimen, que ya entonces era responsable del derramamiento de sangre inocente, en el que creyó poder materializar todas sus ambiciones?

¿De qué le valió a Rodríguez Torres traicionar hasta a sus más allegados y orquestar la más brutal represión, que tantas vidas costó, para mostrarse como el más servil y útil de los operadores de la tiranía?

Las respuestas a estas y a un sinfín de semejantes preguntas están a la vista en una realidad en la que hasta la más retorcida forma del valor de la gratitud, aquella que lleva a la reciprocidad entre delincuentes, no existe, y ante ella, ¿todavía creerán que será distinto su destino los que en el «saltatalanquerismo», en el «alacranismo», siguen viendo el mejor modo de «medrar»?

Del producto de la abyección de Zapatero

Cierto es que este personaje, cuya abyección se ha convertido en un hecho público, notorio, comunicacional y repudiado en todo el mundo democrático, no merece que se le dedique un solo segundo fuera del tiempo necesario para denunciar los actos por los que, algún día, terminará respondiendo ante una justicia internacional no obstaculizada por otros descubiertos agentes de la coalición global de tiranías del momento, como la actual fiscal de la Corte Penal Internacional —que si bien no es la Institución, sí obstruye y empaña su crucial labor por ocupar dentro de ella una posición clave—. No obstante, representa su papel en el fraude «electoral» del 6 de diciembre y en los acontecimientos con este relacionados una praxis que ha sido desvelada por la propia torpeza del régimen y que, por tanto, le ha arrebatado a este la posibilidad de seguirse valiendo del recurso del externo «imparcial» para conseguir que se tomen por gestos de buena voluntad y espíritu de conciliación y negociación lo que no pasan de tácticas concebidas para prolongar, ad infinitum, la vida de su tinglado de opresión y muerte.

No es poca cosa, por cuanto el rosario de «diálogos», «negociaciones» y otras farsas de la dictadura chavista es tan largo y tantos los agentes internacionales que se los han vendido al mundo democrático como «pacíficas soluciones» al problema «venezolano» que, para desgracia de la nación, ese mundo ha vacilado por mucho tiempo en la toma de decisiones sobre Venezuela —que no se han tomado— enmarcada en la responsabilidad de proteger, por lo que la pérdida de tal recurso y, en consecuencia, la interrupción de aquella cadena de pantomimas dilatorias constituyen en conjunto otra buena noticia.

De la relevancia de la resolución de la OEA sobre el fraude del 6 de diciembre

En las que bien podrían considerarse como las más contundentes de las declaraciones del secretario general de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro, acerca de la catástrofe que para Venezuela —y el mundo— significa el dictatorial régimen chavista, la que ofreció este 9 de diciembre luego de que por mayoría se aprobara en esa instancia regional una resolución en la que se rechazan las fraudulentas «elecciones» del 6, dos frases son particularmente resaltantes, a saber, que los que «apañan la dictadura son los que apoyan una “solución” violenta» y que las «dictaduras se acaban cuando son confrontadas».

Al ampliar el sentido de lo primero, hizo específicamente referencia el secretario general Almagro a las ya mencionadas tácticas dilatorias del chavismo, las cuales implementa esta opresora mafia con la ayuda de una sistemática violencia que, entre otras cosas, incluye la fuerza militar, policial y parapolicial, la amenaza, el chantaje y la provocación de un deterioro de las condiciones de vida que impide una efectiva respuesta de la ciudadanía frente a las tropelías del régimen.

Esa ha sido la «solución» violenta que ha venido planteando e implementando el chavismo en los últimos 22 años, así como el único «baño de sangre» que ha habido y continuará en el siglo XXI venezolano mientras semejante tiranía usurpe el poder, que solo a la ciudadanía le pertenece, es el de los cientos de miles de decesos a causa de la represión, de la hambruna, de la escasez de medicamentos o del difícil acceso a ellos por sus elevados costos, de la delincuencia sin freno propiciada por el mismo régimen y de todos los males que, ex profeso, este ha desatado.

En ese sentido, la vía hacia la paz en Venezuela sobre la que ha hecho especial énfasis el secretario general de la OEA es un multilateralismo que confronte a la dictadura, porque las «dictaduras se acaban cuando son confrontadas», principalmente las socialistas/comunistas, que actúan cual fieras al clavar sus afilados dientes sobre sus presas, esto es, sin la disposición de soltarlas hasta que la muerte les sobrevenga como resultado de su cruento ataque.

Tal vía, por ende, debe incluir una fuerza internacional de paz que respalde a los venezolanos en su accionar emancipador, y la propia declaración de la OEA bien puede servir de marco para la aceleración del proceso de conformación de ese instrumento para la libertad y la paz; uno sin el que no tendrá lugar el cese de la usurpación requerido como paso previo a la realización de los transparentes comicios a cuya promoción se exhorta en la declaración en cuestión.

He ahí la relevancia de esta en momentos tan decisivos —decisivos no porque los días de la dictadura chavista acabarán mañana, sino porque están definiendo una ruta de la que, ni queriéndolo, podrá apartarse ese sector del «liderazgo» opositor al que tan fácil le resulta extraviarse—, y es relevante además porque ha surgido del seno de la instancia internacional que más cercana y mayor interés y competencias en la región tiene para desempeñar un papel coprotagónico en el caso de la resolución de la crisis venezolana, a tal punto que una postura más decidida de ella, junto con el petitorio formal de ayuda internacional que será refrendado por el pueblo de Venezuela en la consulta ciudadana que está en marcha, dejarán sin excusas a otras, hasta ahora plagadas de indecisiones, para actuar con celeridad en esa dirección.

De la participación de la ciudadanía venezolana en la consulta promovida por la oposición

Esta consulta, sin duda, está superando todas las expectativas relacionadas con la participación. Las plataformas disponibles para adelantar en línea el proceso han colapsado en algunos momentos por el elevado tráfico. La conciencia sobre su importancia se ha acrecentado. Más y más atención internacional se dirige cada minuto hacia este evento… que sí es vinculante.

Esa también es una buena noticia.

Solo hago votos para que su impacto no se diluya por no entenderse con claridad su propósito.

Cuando en un artículo publicado en este mismo diario el 21 de agosto del corriente propuse, entre otras cosas, la realización de una consulta para refrendar aquel petitorio formal de conformación de una fuerza de paz internacional, señalé de manera clara que con ello tendría el mundo democrático «lo que siempre ha esperado para actuar en el marco de aquella responsabilidad de proteger, esto es, una clara solicitud del pueblo venezolano que en el futuro evite algo parecido, verbigracia, a esa invectiva de algunos panameños que se resume en el “¿Por qué intervinieron?”».

Quizás por esas cosas del componente negativo de la idiosincracia venezolana, ese por el que a muchos les cuesta reconocer en el «otro» cualquier buen atributo, sobre todo el de la sensatez, y menos aún reconocer un buen aporte decisivo de ese mismo «otro», principalmente cuando ello toca los intereses dentro del ámbito en el que son óbice la politiquería y los mezquinos «políticos», la idea, que luego asomaron otros a quienes respeto y estimo, tomó la forma de esta consulta en la que, bajo el velo de la formalización del desconocimiento de un fraude que a la sazón ya había sido denunciado y rechazado por el mundo democrático, o en otras palabras, bajo el manto del desconocimiento de lo ya desconocido, ello quedó subsumido dentro de una secundaria pregunta tocante al acuerdo con la petición de una vaga ayuda.

Si, sin complejos, no se hubiese deformado el planteamiento de este servidor sin pretensiones politiqueras y, sin ambages —y sin infundados temores—, se le hubiese explicado a los venezolanos y al mundo democrático la verdadera razón de ser de la consulta, estoy convencido de que importantes actores que se han opuesto a ella se habrían sumado a lo que bien pudo constituir un acto sin precedentes de solicitud de ayuda de una fuerza de paz internacional, del multilateralismo con el que se deben confrontar las dictaduras de estos tiempos, y, con ello, una mayor participación ciudadana sería en este instante un hecho.

Por ello los votos expresados, porque ahora se tendrá que acometer la ardua tarea adicional de tratar de hacerle comprender a ese mundo democrático que a lo que se le dijo «sí» fue a la necesidad de aquella concreta ayuda de una fuerza de paz.

En todo caso, seré optimista.

@MiguelCardozoM