Cuando arranca no solo un año sino una década, los chinos se enfrentan a presagios positivos porque, de acuerdo con sus propios signos, toda nueva década deja atrás una época de energías negativas y se reactivan dos nuevas ruedas energéticas: una mecánica que es la que motoriza a diario a cada ser humano en lo físico, y otra mental que es la que les ayuda a ejecutar movimientos con calidad y exactitud.
2020, por lo anterior, será clave para China tanto en el terreno territorial, en el espectro de su propia política interna, en la que tiene importantes retos que acometer, como en la esfera internacional, donde debe intentar consolidarse como potencia y tratar de sobrepasar el liderazgo norteamericano. En diez días el conjunto humano más numeroso del planeta, la sociedad china, estará celebrando el inicio del Año de la Rata, un animal que trae a colación asuntos como la inteligencia, la vivacidad, la agilidad y la adaptación a los cambios.
Sería interesante detenernos un poco a aclarar lo que podemos ver en la bola de cristal del gigante asiático en el terreno de lo interno, toda vez que sus planes internacionales sí serán ventilados de cara al mundo. La desinformación flagrante que se produce de manera deliberada de parte de los órganos informativos del gobierno, en cuanto a estos asuntos considerados íntimos no permite ver claro hacia dónde se dirigen los grandes desencuentros que se manifestarán de nuevo desde el inicio de 2020.
Hong Kong puede ser el primero y más difícil de sus temas por resolver, por la resistencia que se ha ido despertando en la población civil en contra de la tutela de Pekín y las ansias democráticas o libertarias que desde su patio trasero mandan mensajes en favor de las libertades al mundo y a otros enclaves de la administración china.
Taiwán es otra papa caliente para el gobierno de Xi, después de que no más comenzar el año la progresista Tsai Ing-wen revalidara su cargo en las elecciones nacionales y derrotara como independentista moderada por más de 18 puntos a quien era el candidato de la capital china. También esta figura política progresista se alzó con la mayoría en el Congreso. La identidad taiwanesa está hoy más que nunca colocada en el tapete mundial, de cara a una potencia pujante y autoritaria que deberá hacer malabarismos para mantenerla en cintura.
No menos complejo va a ser el manejo por parte del gobierno central de la exacerbación de las acciones violentas que se espera que tendrán lugar en Xinjiang. Las tensiones entre esta zona autónoma posiblemente lleven de nuevo a Pekín a desarrollar acciones tan contundentes como las de detención arbitraria de más de 1 millón de uigures -grupos étnicos turcos en su mayoría musulmanes- lo que ya ocurrió en 2019, y su ubicación en campos de reeducación. La violación flagrante de los derechos humanos de esta comunidad es un asunto del que se habla en voz baja en todo el país y que debe ser abordada temprano para evitar metástasis en otras áreas geográficas rebeldes.
Un gran logro de la pasada década deberá ser evidenciado agregándole decibeles comunicacionales de cara a la población de a pie, de manera de esconder, hasta donde se pueda, el efecto desestabilizador de los tres anteriores focos de desentendimiento. Y si algo puede ser objeto de vanagloria de parte del centro del poder son sus logros en materia de rescate económico de la población de escasos recursos, la que poco a poco deja de estar marginada de la bonanza que el país exhibe en su región costera. En el año que cerró las políticas nacionales alcanzaron a beneficiar a 95% de sus ciudadanos en situación de pobreza extrema. Otra de sus grandes tareas será la de no retroceder ni un palmo en este importante avance.
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