En medio de la vorágine del mundo líquido en el que hoy vivimos dominado por deletéreas ideologías que ponen al ser humano en función de intereses económicos inconfesables, se hace obligante sacudirse del aturdimiento que produce el gran vacío existencial y retornar a lo básico que nos afirma como seres destinados a darle sentido a la vida y cumplir con una misión en el mundo.
Pretenden despojarnos de las certezas y anclarnos en un pantano de valores líquidos, para nada lúcidos y sólidos. El riesgo evidente es caer en totalitarismos, en manos de gente que no quiere lo mejor para este mundo. Debilitaron la moral de las religiones que ofrece criterios valorativos para distinguir el bien del mal. Instauran un nuevo orden político y social para esclavizarnos. Se empeñan en modelar conciencias y valoraciones, que cortan las raíces para que el árbol sea otro. Generan incomprensión de lo que nos rodea. Nos están despojando de nuestra cultura que, para nosotros, siempre ha significado defensa de las tradiciones y las cosas que nos dan ganas de vivir y por las que nos levantamos por la mañana.
Preconizamos la autonomía de la manera de pensar, afirmando inteligencia y voluntad, con criterio, para desarrollar los propios talentos.
Un viejo proverbio turco ilustra lo que le sucedió a Venezuela con la llegada de Chávez y sus secuaces: “Si un payaso se muda a un palacio, no se convierte en rey; el palacio se convierte en un circo”. Lo de la enfermera del difunto es una comprobación: la nombró tesorera nacional para que se enriqueciera con el ejercicio impune de la corrupción. La justicia española la extraditó a Estados Unidos. La justicia tarda pero llega.
La revolución solo presentó un rostro amable mientras fue proyecto; cuando se materializó se convirtió en crimen. Su contabilidad se llena con muertos y delitos de lesa humanidad.
Si Venezuela se arregló, no vale la pena quitar las sanciones. No han sido estas las determinantes, sino la monumental corrupción con vidas regaladas, de un lado, y por el otro, traducida en bomba solo mata gente.
Mejor no lo pudo decir monseñor Ovidio Pérez Morales: “Un diálogo que silencie 7 millones de expatriados, centenares de presos-torturados-políticos, una comunicación amarrada, millones de trabajadores desamparados y un amedrentamiento institucionalizado, es una opereta”. Este es el diálogo en el que quiere desplegarse como protagonista el elenco del fracaso y del tiempo perdido.
En la memoria de los usurpadores no existen emigrados forzados ni presos políticos. Tampoco docentes mendicantes ni comunicadores silenciados. Interesa solo exhibir una Fuerza Armada amaestrada y una boliburguesía sólida. Mantenerse en el poder a costa del sufrimiento del pueblo venezolano, para continuar saqueando el país, destruyendo las instituciones y desintegrando las familias. No queremos simulacros, acuerdos de repartición de privilegios, seguirle lavando la cara a la tiranía y dándoles fuerza a los secuestradores de la voluntad popular.
Primero lo primero: una nueva dirección política elegida, limpiamente, por la gente. La credibilidad y la confianza serán esenciales para esta nueva etapa.
¡Libertad para Javier Tarazona! ¡No más prisioneros políticos, torturados, asesinados ni exiliados!
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional