El Estado soy yo
Rey Luis XIV, 1655 y sus herederos
La República soy yo
Lenin, Stalin, Hitler, Mao y sucesores
Reinos disfrazados de revolución, antigua república renovada o Estado teocrático. Duró más de un siglo, desde el Iluminismo, la teórica Revolución francesa devenida en terrorismo y varias guerras civiles, hasta fundar la legislación de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial autónomos, difícil proceso político que implantó la concreta democracia estadounidense- modelo para las independencias mundiales– y el invento de las monarquías parlamentarias.
Paralelo a los rápidos adelantos tecnológicos de esta Era Ciber brota un acelerado fenómeno de franco retroceso en las áreas del quehacer socioeconómico mundial ligado de raíz la pérdida ética de los valores morales que sustentaron la caída de dictaduras y tiranías monárquicas ejercidas por emperadores, reyes y zares de bautismo celestial.
El bolchevismo acabó con el régimen zarista de siglos acudiendo a clichés que prometieron la felicidad terrenal a todo el pueblo sin distinciones. La farsa se proyectó de facto a través de su propaganda como un neoimperialismo igualitario capaz de borrar a sumisos cortesanos y ladrones burgueses. Sus invasiones cambiaron el mapa europeo de la misma manera belicista criminal que lo hizo el nazismo con mayor sinceridad, sin disimulos. Luego se proyectó a sus colonias hispanoamericanas con la Cuba militarizada de Fidel Castro a la cabeza y su ideología dinástica de fobia por el trabajo y su adicción al parasitismo represivo. Multiplican hambrunas, corrupción y dependencia. Venezuela, Nicaragua, Bolivia son sus muestras más evidentes.
Sus vecinos regionales son débiles democracias presidencialistas sustentadas por latentes militarismos, acosadas por la delincuencia planetaria organizada, bandidaje guerrillero aspirante a los mismos tronos sin control. El amlomismo mexicano, por ejemplo, pretende que su partido clientelar sustituya al poder judicial de juristas profesionales y se sustituya por votación masiva de sus miembros partidistas a través de elecciones populistas. Así predominan majestades empoderadas desde el comercio de drogas, kalashnikovs chatarra y bases para misiles y drones al mejor postor.
Sus ídolos, Putin, el chino Xi Jinping y el norcoreano Kim Jong-un, tres ligaditos, dispuestos a comerciar sin límites con los liberales capitalistas de Occidente mientras los espían y maquinan su destrucción para fundar un «nuevo orden mundial» gobernado solo por ellos, con nueva moneda sustitutiva del “sucio dólar” y así lo declaran sin rubor.
A su vez, el islamismo radical enfatiza su misión divina que le ordena destruir a Israel sin que importe cuántos civiles palestinos desarmados, indefensos, les sirvan de mampara para concluir su objetivo. Dispersos, injerencistas infiltrados con sus mitos en la debilitada civilización regida por deberes y derechos humanos que faciliten la convivencia, el sistema de ayatolás y la inmensa riqueza de algunos países musulmanes chiitas afines, amenaza por activar sus lemas a nivel global, adoctrinando incluso desde las ex mejores universidades de Estados Unidos.
A propósito, es el país que esta semana debe definir electoralmente su futuro inmediato o su destino, pues el trumpismo busca legalizar el regreso de una monarquía al estilo británico que lo gobernó durante sus años iniciales. Asegura Donald Trump, aspirante a rey, que desde su segunda presidencia, como heroico candidato subversivo, bajo su mandato de “América primero”, el país quedará libre de inmigrantes, limpia su sangre colectiva de venenos extranjeros, con una dirigencia majestuosa de supremacistas blancos apoyados por una mayoría de cristianos protestantes evangélicos y el aporte gigantesco de lo explicado por el refrán “Poderoso caballero es Don Dinero”, todos ellos también enviados como representantes por sus dioses a fin de volver atrás mediante bíblicas políticas personalistas que eliminan a legisladores y jueces elegidos por normas constitucionales.
Parece ficción y de leyenda, pero contra semejante panorama catastrófico, precisamente los Estados Unidos de Norteamérica y lo que resta de Venezuela con sus demócratas opositores raptados, humillados, exiliados y perseguidos criminalmente por la tiranía castrochavista -algunos hasta se persignan durante esas faenas- son los países que luchan con tenacidad para preservar o rescatar el Estado de Derecho legítimo con sus leyes protectoras, un institucional y soberano sistema que por ser producto humano es imperfecto pero de reformable, muy mejorable y masiva civilidad.
En serio. Ahora resucita el Chapulín Colorado sollozando desde la pantalla televisiva: ¿Quién podrá defendernos? Y la eterna Mafalda medita girando con dificultad un pesado globo terráqueo de plástico: ¿Cuántos quieren y pueden ofrecer otro distinto sin tantas manchas?