Después de una nula orientación conceptual en la oposición, se está avanzando en la construcción de su propia línea estratégica. No deberíamos exclamar ¡al fin! cuando le curucuteamos los pasos hacia dónde se dirigen y las referencias a que aluden, y mucho menos hasta dónde pueden llegar. Una de sus más graves fallas anteriores era la definición de un largo camino y un lugar de llegada. No tenían un plan y como consecuencia de ello no habían construido una vía de largo aliento con una llegada definida. Ya lo diseñaron y adicionalmente establecieron una meta. Desafortunadamente, el plan, el camino y el término son construcciones minadas desde el comienzo del recorrido y forman parte del juego milimétrico que se induce desde los laboratorios del régimen. Están solucionando sus propios problemas internos pasándose un cuchillo retórico por la garganta de quien se ubique en la acera de enfrente, al mejor estilo fascista y nazi. En la guillotina de la descalificación y la anulación moral. La ruta se hará más accidentada, se trajinará un sendero más empinado y nunca se llegará al objetivo esperado. Una de las condiciones para llegar es en unidad de propósitos y de acción y así, desafortunadamente, no se va a lograr nada.
La anulación del adversario a través de la inhabilitación moral forma parte de los torcidos métodos discursivos usados durante la Italia de Benito Mussolini y la Alemania de Adolfo Hitler. El nazismo y el fascismo hicieron de la lengua en el discurso y del lápiz en los escritos, poderosas armas para anular a sus enemigos internos. Sanguijuelas, parásitos, piojos, bacterias, vectores de contagio, etc. Eran parte de las descripciones oficiales que se le hacían a los judíos en el III Reich, a quienes se les marcaba la vivienda y el traje con la estrella de David y desde el aparato oficial que manejaba el ministro de la información, Joseph Goebbels, eso se convertía en matriz de opinión. El mismo juego racista y descalificatorio lo hacía Il Duce. Ambos tenían su propia policía de persecución interna, los camisas pardas de Adolfo y los camisas negras de Benito. Y ambas organizaciones con estructuras tipo milicias y la misión de darle cumplimiento al lema de “toda oposición debe ser exterminada”. Esa bandera fue levantada desde la llegada de Fidel Castro al poder en Cuba. Gusanos y mercenarios fueron los alias que se hicieron desde las tribunas discursivas de la Plaza de la Revolución y desde Radio Habana Cuba para calificar a los enemigos del socialismo de la isla y de los cambios que se estaban operando desde el 1 de enero de 1959.Focalizada la oposición a la revolución en la migración de la isla a 90 millas, esa zona del sur de la Florida fue bautizada por los integrantes de la nomenclatura de La Habana como el asiento de La Gusanera y el epicentro desde el imperio desde donde se proyectaba el anticastrismo. Ese mismo esquema de supresión emocional para identificar al enemigo y exterminarlo se inicia con la llegada de la revolución bolivariana a Venezuela en 1998. Escuálidos, majunches, pitiyanquis, lacayos del imperio, cachorros, disociados, traidores, apátridas y otros agravios con un marcado tinte político y psicológico, sirvieron para marcar la diferencia entre los revolucionarios y contrarrevolucionarios, entre los patriotas y los renegados. Les sirvió de bastante ese diseño al régimen y le rindió sobremanera en los frutos políticos. La nación se dividió en dos grandes toletes al comienzo y esa polarización sirvió para identificar al enemigo, para derrotarlo primero electoralmente, y después para erosionarlo políticamente, arrinconarlo emocionalmente y por último desmovilizarlo cívicamente. Lo lograron. Con el tiempo esas dos mitades se disminuyeron ante la ausencia de resultados desde ambos lados y se diluyeron. Y se fueron fusionando en un statu quo apático ante la realidad; y como grandes mayorías indiferentes y sin dirección se desplazaron hacia otra gran masa que hace contrapartida en inercia y desinterés por los grandes problemas del país. Desmovilizada política y electoralmente esa mayoría hace caso omiso a los llamados de marchas y convocatorias partidistas, se abstienen en los procesos electorales; y focalizan sus esfuerzos para buscar recursos y medios para incorporarse a la diáspora de los 7 millones de venezolanos errantes alrededor del mundo. Ese es un rédito importante y un beneficio para la permanencia del régimen en el poder en comparsa con otra ñinguita opositora que medra de las migajas de este y de los errores, esperanzada en un relevo en una etapa posrevolucionaria.
¿Qué se está haciendo dentro de la oposición para remediar eso y capitalizarlo políticamente para beneficio del país y convertirse en una alternativa de poder? Un calco al pie de la letra y en el trazo, hacia lo interno, para erosionar a los adversarios. El disparo verbal de escuálidos desde la trinchera roja rojita se ha mudado hasta un foso de tiradores donde están emboscados con un diseño similar al de Hitler y Mussolini en la Segunda Guerra Mundial, al de Fidel en plena Revolución cubana y al de Chávez en todo su esplendor de descréditos, con un original proyectil que hace diana en el pecho de quien se coloque en disidencia opositora: alacrán. La etiqueta de este arácnido distribuido en todo el planeta se ha ido posicionando en Venezuela en los últimos tiempos como mecanismo de desprestigio interno. No es un buen pronóstico, en términos de resultados, de cara a los más inmediatos compromisos electorales y políticos en el país. Cualquier efecto estará identificado con el peor es nada en términos del liderazgo previsto para relevar a una etapa política, económica, social y militar, donde la bandera de la eficiencia y los resultados no tienen ningún tipo de cercanía con lo óptimo, con lo mejor y con lo insuperable para beneficio del ciudadano; necesarios para una transición política. Esa es la secuela de ir abonando el camino del sentir mayoritario en la opinión pública de que los liderazgos en la oposición son un perfecto nido de alacranes donde nadie se salva de tener tenazas o pinzas, el caparazón, y el aguijón en la punta de la cola desde donde se inocula el veneno que inmoviliza o mata según sea el caso.
Una larga lista de líderes y organizaciones forman parte del abanico de blancos que se exponen a esa artillería de de méritos que surgen desde las propias filas; convenientemente dirigidas con el ánimo de dejar en el camino los cadáveres de la competencia. Y mientras eso ocurre no hay una oferta que motive, un plan que conecte, un diseño que enamore y movilice a esa gran mayoría que aspira a convertir en realidad la esperanza de un cambio político en lo inmediato… con los mejores.
Cada vez que se acerca un torneo electoral el discurso de alacrán o de cualquier otro descalificativo del reino animal sale a flote con el objetivo de invalidar emocionalmente y montarse sobre los escombros de los adversarios, y se olvidan de quienes deberían ser los aliados coyunturales, necesarios e imprescindibles en una etapa posrevolucionaria. La miopía en la llegada y en el trofeo de la silla de Miraflores se los lleva también por delante cuando apelan por detrás con el mismo aguijón del escorpión en la punta para anular y abolir la competencia, y con la misma esencia del nazismo, del fascismo, del castrismo, y del chavismo para exterminarse internamente.
Esa retórica para la descalificación interna en la oposición es inducida y aprovechada por el régimen en sus planes de permanencia en el poder. El trabajo de los alacranes se está haciendo desde el mismo nido. Y en honor a la verdad no hay mucha contribución para desmentir eso en términos de hacer, y de dejar de hacer de muchos.
Se impone la construcción de una narrativa orientada hacia la unidad de toda la oposición al régimen, que contraste lo que ha sido el verbo oficial desde el año 1998. Un guion que construya los puentes hacia los encuentros de toda la sociedad fracturada desde el discurso que se dispara desde el Palacio de Miraflores con una retórica cuartelera de batallas, de guerras, de rodilla en tierra, de muerte y de división de la nación, de eterna movilización hacia el combate con la mochila en la espalda y el fusil terciado hacia la ofensiva y el asalto para reducir, abatir y destruir al enemigo. Esa es la arenga hacia lo interno que está manejándose desde el liderazgo de la oposición y copiado textualmente por los seguidores. La prioridad para recuperar y vigorizar la fibra democrática y enfrentar la línea establecida desde el régimen que usurpa el poder en Venezuela se inicia con un diseño persuasivo que anule al establecido desde el aparato oficial, montado sobre la desautorización del adversario y se restablezca el que caracteriza a la democracia y a un Estado de Derecho sobre valores como la inclusión y la unidad de la nación. Y eso debe partir como ejemplo, desde el centro de la oposición.
Esa ruta que se lleva en el desprestigio y el descrédito interno va abonando hacia la épica del barranco político y el abismo del futuro. Y a un encuentro con los peores. Un gobierno para la transición política encabezado por la zurrapa del liderazgo, construido por la retórica de la descalificación.