Escribo el jueves 18 de julio cuando se conmemora la nominación de Franklin Roosevelt para un tercer periodo presidencial y cuando se recuerda la publicación del libro de Adolfo Hitler, Mi Lucha. Paz y guerra representadas por dos figuras prominentes del siglo XX que pronto se confrontarían en la Segunda Guerra Mundial.
También, es el día en que Donald Trump anuncia la aceptación de su candidatura presidencial para una reelección, luego de un intento de asesinato realizado por un joven de 20 años inscrito en las filas del partido republicano. En este caso se trata de una confrontación como, tal vez, nunca se había visto en los Estados Unidos entre dos candidatos de los partidos tradicionales que han adelantado una campaña caracterizada por una violencia retórica inusitada. El atentado criminal contra Trump desató las más preocupantes anticipaciones sobre las consecuencias que este hecho tendría en la que se ha denominado «retórica incendiaria» en esta contienda política. Por fortuna, tanto el presidente Biden como el expresidente Trump tuvieron la sensatez de manejar un vocabulario bastante sereno y así disiparon los peores temores. Ambos fueron cívicos, civiles y civilizados. Vale la pena utilizar tres conceptos que en realidad expresan lo mismo, o sea, un comportamiento respetuoso con respecto al adversario y a sus seguidores, que es lo que debe caracterizar la vida democrática. Es un día, también, en el cual se espera que Trump mantenga ese estilo oratorio que le devuelva a la pugna electoral su carácter de competencia entre competidores que no se reconocen como enemigos. Simplemente, competidores por obtener el máximo trofeo que ofrece la vida política republicana.
Ojalá en Colombia ocurriera algo parecido, es decir, un retorno al discurso político sereno aunque vigoroso, no desprovisto de ironía, pero siempre animado por un espíritu de respeto a quienes no comparten las mismas visiones políticas. Es que no podemos olvidar que no hace muchas décadas Colombia vivió una situación de violencia interpartidista como resultado de una oratoria que exasperó los ánimos y llevó a situaciones de hostilidad enorme entre hijos de una misma patria que tenían todo el derecho de pensar en forma diferente. Hay libros que recogen esa oratoria y que explican las conexiones con la violencia que se estaba viviendo.
Colombia no ha sido ajena a la serie histórica de asesinatos políticos que algunos historiadores remontan hasta el crimen contra el emperador Julio César por parte de Brutus. Pasemos por alto los del siglo XIX y recordemos algunos: Rafael Uribe, Jorge Eliécer Gaitán, Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo, Jaime Pardo Leal, el excomandante del M-19, Carlos Pizarro; Álvaro Gómez Hurtado…Y en otros momentos y países: Mahatma Gandhi, León Trotsky, el archiduque Franz Ferdinand, el zar Alejandro II, Abraham Lincoln, Anwar Sadat, Yitzhak Rabin, Martin Luther King y John F. Kennedy, para mencionar solo algunos y dejar de lado los atentados frustrados que son innumerables.
Los analistas del tema se preguntan si las motivaciones que llevaron a estos crímenes lograron su objetivo o, por el contrario, produjeron el resultado contrario. En general, los fines buscados no se lograron, pero sí -por supuesto- la desaparición de figuras emblemáticas en la vida política. Pero sí, en muchos casos, una retórica descompuesta, exagerada, intimidante y estigmatizante sirvió de telón de fondo para estos actos criminales.
La civilidad en el debate político debe ser plenamente restaurada. Es el primer presupuesto para una vida en paz. La armonía social es la esencia de la vida democrática.
Artículo publicado en el diario El Nuevo Siglo de Colombia
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