Meses después de una crisis mundial de salud, tanto mental como física y emocional, podemos encontrar lo que se podría llamar como el rayo de luz que se asoma en nuestra ventana. El primer respiro de libertad hacia un mundo que empieza nuevamente a reactivarse, tal como carbón quemándose para que el tren arranque, en este caso nosotros siendo ese carbón. Empezando a observar las medidas que cada país y Ministerio de Salud ha ido implementando a medida que evoluciona el ya renombrado virus en busca de volver a lo que sería “el nuevo normal”, se puede también reflexionar en ciertas medidas personales que cada individuo debería de tomar tras haber pasado este tiempo de solitud forzada.
Es evidente que el tema ya ha sido hablado repetitivamente al punto de volverse un hastío incluso mencionarlo, de que somos conscientes de todas sus consecuencias; sin embargo, es importante hablar de ello, no volver a ponernos la careta indolente y actuar como si “aquí no pasó nada”, por más tedioso que eso sea.
Entre las experiencias que cada uno tuvo que vivir dentro de este periodo de tiempo, muchas emociones salieron a flote: dudas, miedos, tristeza, confusión e incertidumbre, tema del cual hablé en mi artículo pasado. Nuevamente, decido observar el lado positivo que existe en lo que parece ser un problema que no termina. No quiere decir que estas emociones negativas no existieron, como nos enseña el budismo, una práctica de fortaleza y paz mental: no se trata de por qué el problema nos ocurre sino qué hacemos ante él. Al final, son los períodos de sufrimiento los que nos harán crecer y progresar como personas y sociedad.
Durante todo este proceso he podido escuchar y ser testigo de historias increíbles de padres e hijos que ahora tienen la posibilidad de compartir desayuno, almuerzo y cena juntos, lo cual antes sonaba como un sueño. También me enteré de casos en los cuales personas que llevaban años de enfrentamiento decidieron perdonarse. Vi la creatividad emerger a toda costa, cuentas de artes, recetas de cocina, músicos brindándonos esperanza con sus melodías. Incluso, me pude enterar del talento de personas que tal vez nunca habría conocido si no fuera por la pandemia. Padres compartiendo con sus hijos inventando juegos y maneras de disfrutar su tiempo juntos, a pesar de perder la cordura de vez en cuando. Proyectos que habíamos dejado en el olvido y que fueron rescatados con la motivación de completarlos.
Después de lo vivido estos últimos meses podemos entonces reflexionar cómo esta experiencia nos ha cambiado como personas y hacer una lista de las cosas positivas que deberíamos mantener. El amor, la paciencia, vivir en el presente. Lograr estar en paz con el silencio, poder conectarse con los demás en un nivel más profundo. La creatividad y lo que fue reinventarnos diariamente. Sentir la hermandad, saber que estamos en un mundo conectado y lo que hacemos nos afecta el uno al otro, y de esto surge la compasión de sentir el dolor de los demás y hacer lo que está a nuestro alcance para ayudar. La fe y la esperanza de que todo pasará. Ser conscientemente espirituales y tener el coraje de pasar cada día con determinación. No hay duda de que de esto salimos más fuertes, pero más importante: salimos juntos. Tampoco cabe duda de que de todo lo malo sale lo bueno, pero recuerda siempre que lo bueno lo decides tú.