OPINIÓN

Resultados electorales

por Jesús Peñalver Jesús Peñalver

Al momento de escribir esta nota, aún no sé qué ha ocurrido en los Estados Unidos de Norteamérica con respecto a los resultados electorales.

En todo caso debemos admitir –eso creo– que se trata de un triunfo político frente a una derrota electoral eventual, sea cual fuere el ganador, para todos aquellos regímenes que se niegan a ofrecer condiciones mínimas de factibilidad para llevar a cabo elecciones.

Con sus fallas, ha sido un sistema electoral que les ha funcionado por años, por muchísimos años, mejor dicho. Ahora corresponde asumir una tarea en posición firme y democrática que hay que afrontar ante el nuevo gobierno. Reitero, no conozco los resultados.

Por lo que llevo dicho, ya habrá quien discrepe con todo derecho. Pero también habrá quien mantenga alguna coincidencia con estas expresiones que vierto en esta columna.

Debo confesar que jamás imaginé un proceso electoral tan polarizado en Estados Unidos. Tampoco dos candidatos compitiendo ferozmente por la silla de la Casa Blanca, a capa y espada, con la violencia verbal nunca antes vista en esos lares, sin escatimar ofensa alguna, ni ocultar el elevado tono de los debates.

Ojalá haya resultados conforme con la voluntad de los votos, en el entendido de que se trata de un sistema electoral sui géneris. Seguramente, como en el pasado, las instituciones de la primera potencia mundial funcionarán, de modo que en la silla seguirá uno, o se sentará el otro.

En cambio en mi país, aunque deseemos mantener incólumes y verticales los propósitos de reconciliación nacional, de reconocimiento a todo aquel que piensa distinto, la no judicialización de la disidencia política, vemos con angustia otro intento de desconocimiento de las instituciones y a troche y moche avanzar en un proceso electoral harto viciado.

Connotados tratadistas han coincidido en que el evento del próximo 6 de diciembre constituye un fraude, una farsa, un simulacro. Quien esto escribe también, desde luego. De allí nuestro respaldo a la Acción de Amparo y Recurso de Nulidad por Inconstitucionalidad en contra del acto administrativo que convocó a lo que ya popularmente se conoce como “chapuza electoral”.

El verdadero fortalecimiento de la democracia no se logra violando sus principios y valores, mucho menos el ordenamiento jurídico que sustenta la República. Aquí cobra vigencia y valor, y clama por respeto la institución del voto.

Nada que propenda a la perpetuación en el poder, ni que implique un sistema hegemónico o autocrático, ni que viole a mansalva y recurrentemente la carta magna puede ser beneficioso para el país venezolano. Para ningún otro tampoco.

La mayoría de los venezolanos apostamos a la unidad democrática, entendida esta como la esperanza de un gobierno respetuoso de la dignidad humana, de profundo y evidente talante democrático, de honestidad, transparencia y adecentamiento del manejo del erario.

Y pergeño estos comentarios, pues debe evitarse que esa masa de esperanzados compatriotas caigan víctimas de la desmoralización, lo que constituiría un riesgo que hay conjurar en lo inmediato.

Las peroratas del régimen y de sus conmilitones sobre un supuesto socialismo y el enfrentamiento contra Estados Unidos que solo existe en la imaginación de sus cabezas incendiarias, son temas que carecen de credibilidad en la población venezolana, hoy mayoritaria y sufrida.

Ya no hay bonanza económica, nuestro signo monetario no existe, las farmacias siguen siendo refugios de oración, los hospitales sin insumos y los cementerios esperando como lo que son, la última morada para los que puedan pagar un pedazo de tierra. Si algo está podrido, además de la podredumbre generalizada en el régimen, es justamente el concepto socialista del ch… abismo.

En lugar de un corazón, tienen una alcancía; no ven más allá de sus propios intereses, olvidándose de todo un país que padece un rosario interminable de calamidades. Y para más INRI, el virus chino.

Procuremos entender la democracia como la rectitud de conciencia como base del sistema, la honestidad como norma permanente, la pulcritud en las ideas y en las formas de comportamiento.

Conscientes de la democracia, los pueblos deben saber ejercerla y defenderla y sostenerla y conocer las ventajas de ella sobre otros sistemas de gobierno.

Estamos en una clara y alarmante constatación de que vivimos en un desolado infierno bolivariano. Una pesadilla de más de veinte años, un castigo inmerecido que jamás ha debido tener cabida en ningún lugar del mundo.