OPINIÓN

Resucitar

por Ofelia Avella Ofelia Avella

Hace varios años escribí un artículo en El Universal que se llamó «Preparar los nuevos tiempos». Lo que allí dije será siempre actual, pues las palabras de Etty Hillesum, una muchacha judía que murió en Auschwitz a los 29 años, evidencian una profunda reflexión sobre el sentido de tanto mal y la posibilidad de trascenderlo. Los “nuevos tiempos”, decía ella, empiezan a prepararse en nuestro interior, así como los tiempos duros y extraños también nacen en nosotros: “cuando uno logre entender a los seres humanos, también se podrán comprender estos tiempos. Al fin y al cabo proceden de nosotros, de los seres humanos” (Diario).

Cuando habla sobre “esos tiempos” que él también vivió, Gabriel Marcel ahonda en la necesidad de amar y construir espacios de esperanza a través del descubrimiento del prójimo. No asombra que en medio de tanta maldad haya hombres que respondan con amor, pues el contraste con la locura de la guerra y el horror de esos campos de muerte que fueron los campos de concentración, pueden despertar en muchos corazones un profundo anhelo de bondad y pureza. Tal vez por eso Marcel asocia la esperanza al espíritu de infancia, transparente, abierto y disponible a entrar en “comunión con el mundo y con los hombres”.

Los tiempos nuevos empiezan a construirse en la intimidad, pues es allí donde resucita la esperanza. La apertura al otro, el intercambio de subjetividades, abren el corazón a un tiempo distinto: lo liberan del cautiverio de la tristeza y el pesimismo. Un tiempo abierto al futuro nace por eso en lo más íntimo de cada uno, cuando independientemente de lo que sucede, tocamos lo eterno en nosotros; cuando del encapsulamiento en un tiempo cerrado salimos al encuentro del otro. La comunicación con el prójimo es, para Marcel, “lo más precioso que hay en la vida. (Esas comunicaciones) son la vida misma” (En La estructura de la esperanza). La amistad no es posible cuando prevalece en nosotros la percepción de que el tiempo es cerrado. La razón es que sin apertura no hay amor y sin amor no hay esperanza. Sin estas condiciones tampoco hay futuro, ni en esta tierra ni después de la muerte. Por eso, “allí donde surge la amistad -continúa diciendo Marcel-, el tiempo comienza a moverse de nuevo y, a la vez, aunque sea muy imprecisamente, la esperanza se despierta como una melodía en el fondo de la memoria.”

Todos podemos ayudar a construir la esperanza. Mirar al otro de un modo nuevo; acercarse a su vida, preguntarle por los suyos, fomentar el encuentro entre los hombres, animar a las personas confirmándolas en lo bueno que hacen, puede tal vez parecer que no tiene nada que ver con los profundos problemas del país. Todo esto puede parecer poca cosa, pero encontrarse con alguien que sabe amar y ofrece su amistad, ayuda a descubrir que la verdadera vida está en un plano más hondo, en el que todo tiene sentido.

Pienso que es bastante cierto que los nuevos tiempos empiezan dentro de nosotros, cuando uno se resiste a vivir en un tiempo cerrado. Etty Hillesum quería trascender y lo hizo, ante todo con su apertura a la vida y a la eternidad, pues murió en el campo. Su testimonio y sus palabras han llegado hasta nosotros y al menos a mí me ayudan a comprender dónde nace la verdadera vida: “En alguna parte me siento por dentro muy ligera, sin ninguna amargura, tengo mucha fuerza y amor. Me gustaría seguir con vida para preparar los nuevos tiempos y para transmitir lo indestructible que hay en mí a la nueva época, que seguro que llegará. Está cada día más cerca, lo presiento” (Diario).

Un nuevo país nace de un ánimo nuevo. De un nuevo modo de mirar al mundo y al prójimo.