Cuando se habla de la reconstrucción del país, normalmente se coloca el acento en los grandes problemas y en las grandes soluciones, en los grandes programas, en las tareas responsabilidad del Estado. Se piensa menos en las privadas. Y tendríamos que hacerlo. La experiencia de los países más sólidamente prósperos nos dice, en efecto, que debemos apuntar a construir un país donde la riqueza sea construida, fraguada, sostenida, por la conjunción de las fuerzas productivas, con un Estado que cumpla sus roles y una iniciativa privada que cubra y desarrolle los espacios de producción y de productividad. Abrir espacios para la iniciativa privada y el crecimiento de las empresas no es una concesión al sector privado, sino condición esencial para el desarrollo de la economía y factor básico para la aspiración de una sociedad productiva.
Una encuesta reciente de McKinsey encontró que las empresas con más éxito en sus esfuerzos de transformación y que tienen más probabilidades que otras de reportar un desempeño superior incorporan a su actuación uno o más de estos factores clave: visión, empleados, cultura, tecnología, estructura organizacional y rutinas.
Los analistas Brad Mendelson, Harald Fanderl, Homayoun Hatami y Liz Hilton Segel se refieren a estos factores clave en un artículo de la semana pasada. Valoran muy especialmente la necesidad de visión a largo plazo y la capacidad de vincular su modelo de negocios a la economía. Para todas esas empresas triunfadoras las personas constituyen la inversión más importante. Hacen énfasis en las habilidades adecuadas, el desarrollo de los líderes, los programas permanentes de formación del personal, la movilidad interna del talento, la capacidad de ponerse en el lugar de los empleados, el valor fundamental de la salud organizacional para el desempeño a largo plazo. Favorecen a las personas sobre los procesos, estimulan la libertad de tomar decisiones, hacen de la formación de equipo la tarea más importante de los gerentes. “Las personas que creen que sus talentos pueden desarrollarse (mediante trabajo duro, buenas estrategias y aportes de otros) tienen una mentalidad de crecimiento. Suelen lograr más que esos que creen que sus talentos son dones innatos”, dice Carol Dweck, profesora de Stanford.
El crecimiento empresarial está ligado a la cultura de la experimentación, al desafío de integrar la tecnología en los sistemas de trabajo, a la conformación de estructuras organizativas capaces de adaptarse a los cambios del negocio y al propio crecimiento, al mantenimiento de las rutinas y a la capacidad de rediseñar los procesos esenciales para incorporarlos a la forma en que opera la organización. Un credo actualizado de las empresas no puede sino incorporar los propósitos de desarrollar las capacidades de exportación y de impulsar el crecimiento económico mediante la diversificación, con énfasis en la innovación y la atención a las nuevas tecnologías.
A la pregunta de Bloomberg sobre qué pasaría en la economía si la oposición venezolana ganara en la elección presidencial, el catedrático español Germán Ríos de la IE University responde que “habría un aumento de la confianza en el país y se podría esperar un crecimiento en la inversión y en el consumo por mejores expectativas futuras”. Saldríamos, por ejemplo, de un desalentador proceso de desindustrialización que en 2021 ubicó a Venezuela en el puesto 123 entre 133 países en el Índice de Complejidad Económica de la Universidad de Harvard, que refleja la diversidad y la sofisticación de la capacidad productiva de un país a través de sus exportaciones.
Habida cuenta de que los venezolanos favorecen ampliamente un cambio y nuevas oportunidades, no hay duda de la necesidad de tomar en cuenta estos valores para crear un ambiente competitivo, abierto al crecimiento y la producción. Pensar en un país generador de riqueza, con presencia en el ámbito internacional, supone superar una visión o modelo estatista que frena el desarrollo y las limitaciones de un país dependiente del extractivismo y de la monoproducción.