A los de 30 y 40
Sería muy fácil echar mano de cuatro o cinco frases retumbantes para arrancar algunos aplausos de las gradas. “Coraje democrático”, “¡Fraude!”, “Tiranía”. Y un largo y pulverulento etcétera. Siento que es otra la tarea de quienes tenemos oficio político de muchos años. Por impopular que sea, y aunque eso nos cueste ser sometidos al escarnio público, nuestro deber para los más jóvenes es ahondar en las causas de esta borrasca que vive la nación (incluyendo la responsabilidad propia). Eso bien vale el sacrificio personal. Nuestro deber es ayudar a los de 30 y 40 a mirar lejos. Con los pies en la tierra, y no con apelaciones abstractas e inútiles. “¡La hora de la libertad está cerca!” “¡Hasta el final!” Frases huecas que no conducen a ninguna parte. En lo personal, agradecería tener un liderazgo menos valiente pero más eficaz, pues a veces la mejor y mayor valentía es la prudencia. Dijo Manuel Caballero en sus palabras durante el bautizo de las memorias de mi padre: «En la guerra como en la política, la frontera entre la honra y la deshonra no pasa por la virtud sino por la victoria: Coventry (ciudad industrial inglesa bombardeada por los alemanes durante la II Guerra) es un deshonor; Dresden (para no hablar de Hiroshima), un honor».
Cuanto acontece a nuestro alrededor me provoca la inquietante sensación del déjà vu. Escucho como un eco afantasmado mis propias alertas cuando la efervescencia del “interinato” y las críticas de las que fui objeto por los mismos de siempre. Si hiciese de profeta, cometería la audacia de anticipar el probable futuro: muy pronto el TSJ emitirá una sentencia validando el boletín del Consejo Nacional Electoral; se confirmará la proclamación de Nicolás Maduro como presidente electo; Machado acabará presa, asilada, o exiliada, pues si algo no se le puede discutir es su valentía y la pasión espiritual de la que está imbuida: como me dijo alguien del exchavismo, “esa mujer se deja matar por lo que cree”; la oposición entrará en una nueva resaca, de la que costará levantarnos; la ruta electoral quedará severamente maltrecha. En fin, más cárcel, más exiliados, más muerte, más sanciones, más pobreza, más atraso, …y el cambio será más difícil. No sé qué de ética política hay en todo esto. No veo ninguna “superioridad moral” en una política que conduce siempre al mismo desbarrancadero.
Si usted cree que la voluntad del pueblo expresada en votos ha sido escamoteada, tiene solo dos explicaciones posibles:
- La primera es que quienes nos gobiernan son en sí y para sí de naturaleza despótica y dictatorial. Esto, con independencia del opositor que tengan enfrente: igual María Corina que Rosales, por ejemplo. De lo que resulta una grave certeza: el chavismo nunca aceptará salir del poder pacíficamente por acción del voto. Respeto a quienes piensan así, pero advierto acerca de la deriva que ese razonamiento implica. Si, como dijo María Corina Machado en su última rueda de prensa, “todas las elecciones han sido fraudulentas, sólo que ahora lo hemos podido probar”, y si tampoco así aceptan el veredicto de la soberanía popular, la ruta que queda ya no es pacífica sino la de la fuerza. Cojan el monte, pues.
- La segunda explicación es otra. Parte de una visión que registra, claro, la vocación autoritaria, totalitaria y dictatorialista de ese proyecto de partido-Estado que es o ha sido por ahora el chavismo, pero cree en la capacidad de persuasión que por su propia naturaleza corresponde al oficio político… y nunca renuncia a ella. Mandela frente a sus carceleros. Solidaridad frente a los comunistas polacos. Franquistas, socialistas y comunistas españoles, todos frente a todos. Quien opta por esta explicación se pregunta siempre si ha hecho lo necesario y pone autocríticamente sobre la mesa la parte de culpa que le corresponde.
Del 11A a Machado
De hecho, entre el golpe militar del 11A y la candidatura de María Corina Machado hay un hilo conductor. Con las armas o con el voto, la conducta opositora ha estado signada por la estrategia del desafío. “Yo soy más fuerte que tú y te voy a echar del poder”. Golpe militar. Paro insurreccional. Abstención 2005. La Salida. Las “guarimbas”. Abstención 2018. El “interinato”. Las mal llamadas “sanciones”. Las infames “recompensas” gringas. El “abandono del cargo”. El TIAR y otros “invasionismos”. El juicio en la CPI. Hasta recalar en una candidatura presidencial inhabilitada y la promesa de cárcel para Maduro. Parece que algo ha puesto de sí la oposición en este nuevo caos en que nos encontramos sumidos. Tan inocente no es. Colocándolo entre la espada y la pared, ¿podía la oposición PUD-Machado esperar una reacción diferente de un régimen al que ella define como “dictadura”?
También con el voto, instrumentalizándolo, despojándolo de contenido y convirtiéndolo en mero pretexto de otra política, puede tenerse como idea rectora la de la fuerza. “No pueden hacer elecciones sin mí”, Machado dixit. El plan es estúpido por su simpleza: con el voto de la mayoría yo he de doblarte el brazo y tendrás que admitir mi victoria así no quieras… y al final vas preso. Olvidan con desparpajo a quién se enfrentan. Piden de un régimen autoritario de partido-Estado, al que además ellos llaman dictadura, una reacción democrática. Algunos califican de ingenuos a quienes propugnamos la necesidad de un acuerdo, de un cambio pactado con el chavismo. A mí me parece que lo verdaderamente ingenuo es creer que sin acuerdo con los gerifaltes del poder es posible ocasionar las transformaciones que Venezuela reclama. A menos que se tengan más pertrechos. Tal vez por eso algunos capitostes pitiyanquis de la oposición han vuelto a hincar sus rodillas a las puertas de la Casa Blanca clamando por una invasión militar gringa. ¡Qué pena! ¡Qué oprobio! ¡Qué afrenta para todos los venezolanos que nos tenemos por patriotas!
Si alguna tarea tienen ante sí los opositores de 30 y 40, sacudiéndose de encima a ese liderazgo errático que escogió la ruta del desafío como estrategia, es construir una nueva oposición que se base en una estrategia en todo diferente: la estrategia del pacto con el otro. Tienen la compleja tarea de encontrarse con los de 30 y 40 que están del lado de allá y comenzar a explorar con ellos los cambios que oposición y gobierno deben acometer, retroalimentándose. Por eso los de 50 en adelante, y con más razón los ancianos como quien escribe, podemos pagar el precio de la incomprensión y el escarnio, pero nunca, nunca declarar rota la interlocución que se pueda tener con los componentes más democráticos (o menos autoritarios, si se les quiere llamar así) del chavismo, pues es posible que luego de esta batalla sólo quede un ejército en pie y sea ése. Más ética política hay en esta actitud que reclamamos de quienes mayor oficio tienen en la militancia ruda de la política, que en la de llenarse la boca con vituperios, insultos y diatribas que me parecen condenados al olvido.
En pocas palabras, la oposición debe resetearse. Pero, ¿qué duda cabe?, con igual o mayor pertinencia debe hacerlo también el chavismo que ejerce el poder.