La atomización política en Venezuela da para mucho. Da hasta para causar hilarantes atisbos de descanso, en medio de tanta turbulencia fatigosa. Entiendo que algunos conciudadanos, de parte de los fragmentos que fraguan, altamente impotentes hasta ahora, acciones para lograr la obtención del poder, se fueron a Estados Unidos en busca de apoyo para su plan de no sé cuánta y cuál «salvación nacional». Todos deseamos profundamente que les vaya muy bien por allá. Como se percibe en las fotos y los encuentros.

Por esta vez quisiera no desviarme. Me mueve hoy el chocante asunto de la «representación». También el de la «negociación». Empezaré por el último que es más fácil. ¿Qué pueden negociar? ¿Hasta dónde llega su alcance? Los percibimos más bien, al menos yo, como unos embajadores sin gobierno, que buscan desesperados una palmadita más, un reconocimiento más, a lo mejor más billete sobre billete del que manejan sin rendir cuentas, por cierto, a nadie; porque, según la Fracción 16 de Julio del mismo parlamento de Guaidó, hay cosas raras como, por ejemplo, que no se sabe en qué se gastan los recursos. Nadie dice que se los apropian, por cierto. Nada de eso. Pero no manifiestan los gastos y manejan plata pareja. Sabemos que en el viaje de Gerardo Blyde no es,  porque él ahorró desde niño para esa gira. Aunque anda en funciones oficiales. Y allí viene mi problema con la «representación». En el entendido, ya manido, de que la negociación no producirá nada efectivo. Como vemos y hace mucho sabemos. ¿Sanciones por elecciones verdaderas y entrega del poder? Qué va, maíta.

En cuanto a la «representación’: para un acto así, de dos partes con su mediación, noruega o norteamericana, mexicana, o dominicana, alguna formalidad debe cumplirse para que tenga realce y validez, peso, la actuación. No puede ser, no debe ser, un grupo de «vente tú», ordenado por el mandamás. Eso hace pensar en mucho más de lo mismo que padecemos. ¿Qué tal si, para la negociación dos mil quinientos (es una propuesta), se eligen en el parlamento los representantes de entre lo más destacado de la sociedad. Incluyendo a un diputado, que no sea Stalin ni de ningún nombre ruso, desde luego? Porque: ¿quién los eligió para representar a quién, en qué? ¿Qué hacen allá Gerardo y Leopoldo? Hay algunos diputados, entiendo, por tanto electos. Pero la comisión la dirige un no parlamentario. ¿Quién lo nombra? ¿Guaidó? ¿Quién?

El misterio en estos casos, como en muchos otros, contribuye en muy poco a generar confianza en la ciudadanía, en las acciones de los «representantes» y los «negociadores». Ablandan las actuaciones. Restan fortaleza política. Generan distancia. Causan suspicacia. Por más que posean, como seguramente, las mejores intenciones. Pero indudablemente falta mucha madurez política para entender y actuar con coherencia. Por eso se resquebraja más el apoyo general, por eso se imposibilita la unidad de los criterios opositores. Por eso algunos terminan inscribiendo partidos, dando realce a un CNE que no reconoce el parlamento ni nadie dentro ni fuera del país. Y otros diputados supuestamente legítimos se inscriben como candidatos. Algunos sindicalistas marchan a un ministerio que no reconocen y, en fin… Cuesta entender. Paren ya.

Un poco de coherencia. Un poco de dignidad en la «representación» para darle validez, un poco de conciencia para la «negociación», para que tenga sustento e identificación de la ciudadanía. Un poco de respeto y seriedad. Un poco de menos desfachatez e imposiciones, de las que estamos hartos hace tiempo. Tal vez no cumplan todas las exigencias a un tiempo. Un poco.


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