Desde que en Europa se empezó a estudiar el efecto que la importación de vehículos eléctricos chinos subsidiados tendría sobre la industria automotriz europea, en el país asiático alistaron sus baterías comerciales para defenderse del impacto que el incremento de aranceles que ya se venía venir -entre 17 y 38%- tendría sobre la exportación de sus unidades automotoras. La Unión Europea había logrado determinar que el gobierno chino estaba inyectando generosas subvenciones en toda la cadena de fabricación de estos productos, lo que les otorgaba una ventaja que amenazaba con asfixiar a la industria europea al producir una deflación artificial de los precios.
Era mediados de junio cuando se prendieron las alarmas en Pekín y las autoridades chinas advirtieron a los europeos que harían todo lo necesario para proteger sus intereses y a los fabricantes de automóviles. Una represalia en forma ya se estaba cocinando a fuego lento cuando las medidas comerciales europeas entraron provisionalmente en vigor el 5 de julio. Ello constituía una demostración fehaciente de los temores de los europeos en cuanto a la llegada de una avalancha de autos chinos.
Los funcionarios de inteligencia comercial de la gran potencia asiática pusieron en marcha, por su lado, otras investigaciones para determinar cómo y por dónde devolverle a Europa el golpe bajo que se estaba gestando contra su sector de carros eléctricos. Y fue así como se centraron en revisar en detalle producciones de relevancia para la economía europea -carne de cerdo, brandy y otras bebidas alcohólicas, productos lácteos y artículos de lujo- que representan un importante componente de las importaciones chinas.
Cuando entraron en vigencia temporal las medidas europeas el pasado julio, las empresas fabricantes de unidades automotoras BYD, Geely y SAIC al igual que Tesla y BMW impugnaron las tarifas provisionales impuestas por Bruselas, pero al propio tiempo en el sector oficial iniciaron conversaciones con la UE para colaborar en conseguir soluciones a la guerra comercial en ciernes. Lo cierto es que los chinos se han demostrado colaborativos, ante la amenaza de que en octubre las tarifas compensatorias pasen a un estado definitivo durante los próximos 5 años.
¿Cuánto han avanzado estas amenazas de represalias chinas hacia productos europeos que se exportan a suelo asiático? No demasiado aún, pero el ambiente que se ha desatado en Europa tiene a la industria láctea, a la de bienes de lujo, a los licores y cognac, en la espera de derechos compensatorios que sacarían a sus productos del jugoso mercado chino y que le abrirían las puertas a muy eficientes competidores de otros países. La prensa europea recoge esta preocupación, toda vez que China ha demostrado en ocasiones anteriores –fue el caso de su guerra comercial al Japón en 2010– su disposición a penalizar comercialmente a quienes los agreden o se defienden de sus prácticas comerciales irregulares.
La sangre, afortunadamente, aún no llega al río y China sigue prestándose a colaborar con el esclarecimiento de la estructura de precios de sus EV y la acusación de subsidios, pero lo prudente es estar preparado para un escenario muy erosivo para los europeos.
Para concluir, es preciso subrayar el sabio adagio de que “en toda guerra comercial no hay ganadores”. No solo las partes en conflicto son perdedoras netas sino que se traslada al consumidor el costo final de las diferencias.
China y Europa se encuentran muy imbricadas en todo lo relativo al comercio y toda competencia es sana… mientras ella no se desvíe, de cualquiera de los dos lados, con prácticas comerciales ilegales.