OPINIÓN

Repentinos enriquecimientos

por Jesús Peñalver Jesús Peñalver

Consigno por anticipado que el título de esta nota lo he tomado del estiércol esparcido por los ventiladores que han encendido los insignes chavistas originarios, de un lado Rafael Ramírez, y del otro el psiquiatra que hoy preside la Asamblea Nacional elegida el pasado 6 de diciembre, en comicios harto cuestionados en su supuesta legalidad, legitimidad y constitucionalidad.

El otrora presidente de Pdvsa no halla cómo deslastrarse del golpe en el ala que significa haber estado al frente de la principal estatal petrolera, haber manejado ingentes recursos económicos, sin poder responder ni justificar de ningún modo cómo es posible el deterioro de la empresa, por una parte, y de la otra el psiquiatra –señalado por Ramírez– de haber recibido sobornos de la empresa Odebrecht para cubrir gastos en distinta campañas electorales.

Es una guerra a cuchillos, golpes bajos y altos, con señalamientos gravísimos de corrupción, sin que el país haya visto hasta la presente fecha intenciones de enderezar ese entuertos, la apertura de serias investigaciones, y mucho menos el enjuiciamiento –conforme a derecho– de los presuntos involucrados.

Al momento de escribir esta nota, el ch…abismo lleva aposentado en el poder nada más y nada menos que un lapso equivalente a veintidós años y veinticuatro días de esta desgracia roja rojita, esta maldición inmerecida, este castigo innecesario. Terrible tiempo, tortuoso y dañino de una pesadilla coloreada de un rojo alarmante destruyendo al país. Este dolor debe acabarse. ¡Por Dios!

Mucho tiempo des-gobernando, administrando mucho dinero y haciendo y deshaciendo a su antojo, amparados con el aparato del Estado y sus instituciones acomodadas a sus más tenebrosos intereses, sin probidad.

Y ¿qué es probidad? No es otra cosa que la rectitud, honestidad y ética en el cumplimiento de las funciones inherentes al cargo y, desde luego, la correcta administración de los fondos públicos que le son confiados. Lo contrario es corrupción, que pudiera presentarse a manera de peculado de uso, cohecho y nepotismo, entre otras formas de timos al erario.

El país exige procesos criminales conforme al Estado de Derecho para todos aquellos que por acción u omisión han causado daño al patrimonio público. Aquellos que han incurrido en nepotismo, en padrinazgo y en los guisos o conchupancias que comportan corrupción administrativa; si han manejado dolosamente los dineros públicos, usado indebidamente los bienes o servicios del Estado; si su actuación ha socavado la legitimidad de las instituciones públicas y han causado daño al patrimonio público, si la honestidad, el decoro y la eficiencia no han sido precisamente signos de su gestión.

Se trata de defender la democracia y sus instituciones; entenderla como la rectitud de conciencia como base del sistema, la honestidad como norma permanente, la pulcritud en las ideas y en las formas de comportamiento. Conscientes de la democracia, los pueblos deben saber ejercerla y defenderla y sostenerla y conocer las ventajas de ella sobre otros sistemas de gobierno.

Se trata, además, de reivindicar la política. Y si algún lado oscuro tiene su ejercicio o quienes han hecho de ella una mercadería, una fuente de riqueza y un modo afanoso de figuración, que sean las instituciones las encargadas de darle el lugar que se merece la Política (así con P) como oficio noble que sirva a las mayorías.

El orden moral y la justicia, el desarrollo de los pueblos, y la democracia misma que debe sustentar  la estabilidad política del país, exigen la participación de todos para combatir toda forma de corrupción. No es fácil, pues esta tiene muchos rostros, y  para enfrentarla es preciso que el Estado erradique la impunidad, y ponga a prueba a los órganos de justicia.

De modo que quienes no pueden exhibir una positiva gestión de gobierno, si tienen cuentas con las justicia, si sus vidas no están libres de procesos criminales o de estafas al fisco; los nuevos ricos o boliburgueses que solo muestran su grosera fortuna, la ostentación de lujo y propiedades derivadas de sus vinculaciones con el poder, que cargan consigo esa sombra a la que alude toda sospecha, como mariposas amarillas sobre su cabeza Mauricio Babilonia –el personaje de Cien Años de Soledad–  (cambiando lo cambiable, desde luego), deben ser juzgados, procesados y condenados. Es un asunto, aun, de sanidad pública.

No se apagarán las luces de la patria, a menos que sea para amarla en silencio y en lo oscuro, y sin embargo…

Confío en que se esté apagando la vela en su cabecera. Mi país no merece seguir viviendo esta tragedia, esta desgracia, esta mala hora que al parecer hace feliz a los responsables de la peste que la propicia y a su hatajo de cómplices conmilitones.