Sin lugar a dudas, como afirmaba el Dr. Luis Alberto Machado , «la educación es el único problema del país». Desde esta perspectiva, su legado, al igual que el del maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa, sigue más vigente que nunca. A estas dos figuras, hoy quiero sumar a Renny Ottolina, un venezolano cuyo enfoque en la educación cívica sigue siendo relevante en nuestra actualidad.
Renny Ottolina fue más que un presentador de televisión o empresario mediático; fue un visionario en tiempos de una Venezuela próspera, marcada por el auge petrolero, quien comprendió que el verdadero progreso de una nación no radica solamente en sus recursos naturales, sino en la capacidad de su gente para ejercer una ciudadanía consciente, responsable y activa. Su legado no se limitó a su carisma y destreza frente a las cámaras, sino que abogó por una campaña sostenida de educación cívica.
Durante los años sesenta y setenta, cuando Renny alcanzó la fama como el “Número Uno” de la televisión venezolana, se dedicó a una tarea que pocos en el ámbito público abordaban: la formación ciudadana. Desde sus programas, hizo un llamado directo a la necesidad de una sociedad que comprendiera sus derechos y, sobre todo, sus responsabilidades. En una época en que la política venezolana ya mostraba signos preocupantes de clientelismo y corrupción, Renny identificó la falta de formación cívica como una amenaza a la estabilidad del país. Para él, el acceso a la información no era suficiente; había que educar en valores cívicos para fortalecer la democracia.
Renny Ottolina no solo abogaba por un ciudadano informado, sino por uno que ejerciera una vigilancia crítica sobre sus gobernantes. Sabía que la educación cívica no era una solución mágica, sino un proceso continuo que, si se hubiera profundizado, podría haber transformado la sociedad venezolana en una más activa y comprometida con sus instituciones democráticas.
Lo que hace a Ottolina relevante hoy, décadas después de su trágica muerte en un accidente aéreo en 1978, es que su visión sigue siendo extraordinariamente actual. En una Venezuela que ha atravesado crisis políticas, económicas y sociales sin precedentes, su llamado a educar al ciudadano para evitar el colapso institucional es un eco que resuena más fuerte que nunca. Renny defendía que la ciudadanía no debía conformarse con promesas vacías, sino exigir transparencia, justicia y el cumplimiento de las leyes.
Ottolina también rompió esquemas al asumir una postura crítica ante el poder político, especialmente cuando decidió postularse como candidato presidencial en 1978. Aunque no tuvo la oportunidad de llevar adelante su candidatura, su propuesta no era meramente una ambición política personal. Quería utilizar la plataforma de la presidencia para implementar lo que había sido su misión desde siempre: transformar a Venezuela a través de la educación y la conciencia ciudadana. Su campaña presidencial fue vista como una extensión de su esfuerzo en la televisión, una plataforma desde la cual buscaría encauzar a los venezolanos hacia un compromiso real con el destino de su país.
No obstante, su impacto no fue tan profundo como él lo deseaba. La estructura política de la época, dominada por el clientelismo y las élites tradicionales, dificultó que sus ideas permearan a gran escala. Además, el enfoque de Ottolina, aunque visionario, se centraba en una sociedad que aún no estaba completamente preparada para adoptar ese nivel de conciencia ciudadana. Aquí reside una de las grandes lecciones: el cambio cultural y educativo no sucede de manera inmediata, requiere un esfuerzo colectivo que trascienda a las figuras individuales.
Quizás, la historia de Venezuela hubiese sido distinta si las ideas de Renny Ottolina hubieran permeado más profundamente en la sociedad. Su insistencia en que el país no podía avanzar sin una ciudadanía formada, que comprendiera no sólo sus derechos, sino también sus deberes, sigue siendo una lección vigente. En una Venezuela marcada por la polarización, la corrupción y el deterioro de las instituciones democráticas, la voz de Ottolina aún nos recuerda que el camino hacia el verdadero progreso está en la formación de ciudadanos conscientes.
En un tiempo donde el entretenimiento vacío predomina sobre el contenido educativo y formativo en los medios de comunicación, el legado de Ottolina sirve como un recordatorio de lo que se puede lograr cuando la influencia mediática se usa para el bien común. Él no solo quería entretener a su audiencia, quería inspirarla a ser mejor, a exigir más, a no conformarse.
Renny Ottolina entendió algo fundamental: la política no debe ser el arte de lo posible, sino el arte de lo necesario. Y lo necesario en su momento -como hoy-, era un ciudadano capaz de defender su democracia, de luchar por sus derechos y de construir un país con principios sólidos. Aunque su vida se vio truncada, su sueño de una Venezuela educada, cívica y consciente sigue vivo en la memoria de quienes aún anhelamos un mejor país.
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