No recuerdo exactamente cuándo conocí la poesía; pienso que mi primer contacto con la poesía fue a través de canciones. En la etapa de mi adolescencia, era consumidor de todo tipo de música en español y en inglés. Me fascinaba la salsa. Pero gracias a la inmensa curiosidad musical, escuchaba música brasileña, española y, cuando descubrí que existió un grupo llamado Los Beatles, me puse a la tarea de traducir algunas canciones de ese grupo británico tan famoso. Ignoraba por completo a los poetas y escritores venezolanos; una costumbre que algún día tiene que desaparecer, es decir, siempre vemos lo de afuera, lo internacional, en vez de ver en nuestro prado. Dicho esto, había leído algunos poetas como Pablo Neruda, César Vallejo, Mario Benedetti, etc… Pero cuando conocí a Rafael Cadenas, caí en cuenta que estaba al frente de un verdadero poeta. ¿Por qué no me había interesado nunca en los poetas venezolanos? No lo sé. ¿La edad? No lo creo; lo único que sé es que cuando leí De una isla supe que Rafael Cadenas iba a ser mi fiel compañero para toda mi vida. La pasión por Rafael Cadenas me hizo aprenderme algunos poemas de memoria, y cada vez que me preguntaban en inglés “Where are you from?” (¿De dónde eres?) Sentía unas ganas enormes de responder: “Vengo de un pueblo de grandes comedores de serpientes, sensuales, vehementes, silenciosos y aptos para enloquecer de amor”. Pero como es lógico, respondía: “Soy de Venezuela” y recitaba esas primeras líneas del poema “Los cuadernos del destierro” en mi cabeza.
A medida que iba pasando el tiempo, otras pasiones literarias se fueron acercando a mí como Sándor Márai, un hombre de la grandeza de Thomas Mann. Devoré todos sus diarios y su gran novela El último encuentro. Esa búsqueda de la verdad que Márai refleja en la novela, esa fuerza liberadora y ética para sobrellevar el peso de una vida, me fascinó haciendo que releyera dos veces sus diarios y sus novelas en el curso de tres años… A pesar de que otros libros me parecen más urgentes, deseables para releer, por lo menos una vez al año tengo que releer a Rafael Cadenas: casi siempre lo he releído en invierno. Cuando el frío penetra más en los huesos en el Reino Unido, leer a Cadenas para mí es un acto insoslayable que me entusiasma y me calienta en el invierno. Este verano me apeteció leerlo, de entrar en sus páginas de nuevo, sentado frente al sol intenso lo he leído, alimentándome de nuevo con su poesía, como haciendo un acto de justicia, buscando nuevamente en la palabra de Cadenas esa lucidez, esa reflexión, esa actitud de ver al mundo; es lo que realmente me conquista para leerlo cada vez que me viene a la mente. Me reencuentro con esos poemas, esas páginas que me vienen a la cabeza cuando voy caminando por la calle o estoy leyendo cualquier otro libro. Me reencuentro con esos poemas que parecen que Cadenas poseyera documentos personales o supiera mi vida. “Nos construimos sobre lo arrasado sin comprender este auge”. Quizás ese es el motivo porque vuelvo todos los años a Rafael Cadenas, porque me construyo de nuevo en sus poemas. Luego de terminar de releer su antología, siento eso que se llama un <amigo insistente>, que a pesar que no he tenido el gusto de conocer en persona, hoy luego de tantos años de cuando lo leí por primera vez, lo siento como ese amigo elegido que me ha acompañado en la ausencia de país, en esas falsas maniobras, en ese pequeño gimnasio de mi biblioteca, frente al tiempo, al fracaso, la derrota y donde nadie lleva la cuenta de algunos periodos de mi vida en que he necesitado de Cadenas más que el mismo.
Es lamentable que un poeta como la talla de Rafael Cadenas con una obra extensa que es valorada internacionalmente no sea valorada en Venezuela y sea muy poco leída y cultivada. Podemos caminar por las calles de Barquisimeto y preguntar al azar: ¿sabe usted quién es Rafael Cadenas? Y podemos estar seguros de que conseguiríamos respuestas increíbles, como, por ejemplo, que es un jugador de beisbol o de fútbol o que es un político que milita en tal o cual partido.