Releer periódicamente a Emile Michelle Cioran es uno de mis devocionarios espirituales que más frecuento con fervorosa lealtad intelectual desde que el rumano apátrida partió de este mundo en 1995.
Esa es una de las tantas bondades que tiene el ejercicio espiritual de releer, una de tantas a saber; descubrir nuevos y conmovedores asombros estéticos. Una década antes de su muerte ya era yo un irredimible adicto de Cioran; un incurable cioraniano que recorría los más enrevesados laberintos geográficos de la comarca propagando los ideales filosóficos del programa intelectual del eterno meteco avecindado a los escondrijos residenciales del Barrio Latino.
Ahora, por estos terribles y perniciosos días de dictadura proletaria en este lamentable recodo del orbe terráqueo llamado Venezuela, releyendo un libro del hijo ilustre de Rasinari, titulado: Breviario de los vencidos (Èditions Gallimard, 1993) me “tropiezo” con unos datos rigurosamente históricos provenientes de las lecturas de Cioran sobre “Los doce césares” de Cayo Suetonio Tranquilo acerca de los emperadores de la decadencia del imperio romano.
A propósito del emperador Cayo Calígula, Cioran cita un breve extracto del historiador Suetonio que dice: “Suetonio, buscando denigrarlo y desenmascarar su locura, le rindió sin querer un homenaje: Sufría particularmente de insomnio, ya que no dormía más de tres horas por noche; y aún ese reposo no era completo sino agitado por extrañas visiones: en cierta ocasión soñó que hablaba con el espectro del mar”. (Breviario… p.14).
¿Cuál era el disparador del genio político de los emperadores de la decadencia del imperio romano? Sin lugar a dudas el hastío, esa sutil variante religiosa sin religión de la acedía y la locura. La anécdota que cuenta Suetonio de Calígula y que tanto le llama la atención a Cioran, según la cual el sucesor de Tiberio Nerón haya nombrado a su caballo cónsul del imperio es reveladora no solo de las excentricidades del emperador sino también de la incredulidad y desconfianza del mismo respecto de todos súbditos del imperio. Acota Cioran: “Si yo hubiese vivido en la Roma de las infiltraciones cristianas, habría custodiado las estatuas de los dioses agonizantes o habría defendido a pecho descubierto el nihilismo de los césares”. En otros términos, hay que ser inenarrablemente cruel para acometer los más espeluznantes crímenes que ejecutaron un Tiberio o un Calígula.
En algún aforismo de su vasta obra ensayística Cioran sostiene que “la historia es la carnicería en marcha del espíritu” y en este Breviario de los vencidos dice: “Cómo me van a dar lástima las victimas de Calígula? La historia es una lección de inhumanidad. Ninguna gota de sangre del pasado perturba este ahora en el que soy. Mas me enternece el espectro de aquel mar que aterrorizaba los sueños del infortunado emperador”.