En una edad de nuestra historia como la presente, distinta por ganada para la inmediatez y liquidez cultural, narcisista, practicante de la democracia de usa y tire, las declaraciones se valoran con la miopía de la trinchera.
Eso está pasando, por sus galimatías, con el comunicado de la presidencia de la Conferencia Episcopal Venezolana del 11 de agosto, acerca de la simulación electoral planteada para diciembre.
La organización criminal transnacional que canibaliza a la nación y al territorio de Venezuela, transformándole en una inmensa cárcel, de suyo mediatiza a la razón pura y la práctica. La relectura del comunicado de la CEV, de acuerdo con la «tradición», se impone.
Se trata de un documento de circunstancia, pero que no interpreta a los políticos como ellos creen. Es obra de una institución que ilumina desde lo transcendente: Orienta ante la “ceguera ética” de la razón humana, diría papa Ratzinger.
No es equiparable a los que a diario proclaman tener “todas las opciones” sobre la mesa, o que responden al ánimo inestable del Homo Twitter o de los encarcelados por la satrapía, que somos todos, incluidos los que se transan para aliviar penas particulares.
Decía bien Pío XII que “no es solo con las leyes de la gramática o de la filología ni con solo el contexto del discurso con lo que se determina qué es lo que quiso significar con las palabras”.
La presidencia de la CEV nos recuerda el “sufrimiento del pueblo, golpeado por la profunda crisis” que padece, “olvidado por quienes asumieron el rol de representarlo en el campo político”. Y preguntarán los lectores, en buena lid, ¿de quiénes se trata?
El Episcopado, dirigiéndose a los pueblos e Iglesias hermanas de América y el mundo el 10 de enero, responde que “es inaceptable que un país con inmensas riquezas haya sido empobrecido por la imposición de un sistema ideológico [para el que] cuenta no el bien común sino el interés desmedido de riqueza y poder hegemónico… un régimen totalitario e inhumano que persigue la disidencia política”.
La presidencia de la CEV, el 8 de enero anterior suma a los “parlamentarios de oposición” complacientes con “la ideología totalitaria de quienes detentan el poder político”. Y, sin tener claros los “intereses ocultos”, si está persuadida de que “todo se dirige al poder, a posesionarse, a cubrir espacios y no a generar procesos en bien de la sociedad”.
El 10 de julio constata el colegiado “el cinismo de algunos factores políticos que se prestan a este juego desvergonzado, con el cual el régimen se consolida como un gobierno totalitario, que no puede entregar el poder a alguien que piense distinto”. Por lo que demanda “auténticas elecciones libres y democráticas para constituir un nuevo gobierno de cambio e inclusión nacional que permita construir el país que todos queremos”.
Esta razón es la consistente con la premisa de la declaración in comento sobre la crisis y los olvidados, a la luz de lo que reza la precedente Exhortación Pastoral: “Los graves problemas del país no se solucionan, sino con cambios sustanciales que respeten la ley”, haciéndose “necesaria la salida del actual gobierno y la realización de elecciones presidenciales limpias”.
Los directivos de la CEV son conscientes de las «irregularidades» –del “comprar conciencias”, según el texto del 10 de julio– que se han cometido “en el proceso de convocatoria y preparación” del “evento electoral” preparado por el régimen. Y considera “inmoral cualquier maniobra que obstaculice la solución política y social de los verdaderos problemas presentes en el país”.
La inmoralidad la puntualizan los obispos antes, refiriéndose al “cinismo de algunos factores políticos que se prestan a este juego desvergonzado” de las “inciertas elecciones parlamentarias”; que, de suyo, “además de dibujar una ilegitimidad, provocará la abstención”, como efecto inevitable.
Así se ha de entender, no de otra manera ni reduciendo la crítica de la abstención que hace la presidencia de la CEV a la textualidad inmediata, dada “la inmovilización” popular y “el abandono de la acción política” que causa cuando llega sola, según el citado documento del 10 de julio. Es la consecuencia no de un capricho o mal discernimiento político, sino de la “ilegitimidad”, que cabe reorientarla y hacerla útil ante unas “inciertas elecciones parlamentarias” que alimentan la “falta de confianza”.
El argüir que “algo semejante pasó en diciembre de 2005 y no tuvo ningún resultado positivo”, siendo que la abstención ocurre otra vez en 2018 y tuvo resultados altamente positivos, se explica en la citada regla del Pontífice autor de la Encíclica Divino Aflante Spiritu: “no está en absoluto inmune [aquella, la presidencia] de todo error… en materia de costumbres”. Debe confirmarse su criterio con los “textos primitivos”. Es eso lo que hacemos, respetuosamente.
Ante una simulación electoral abiertamente atentatoria contra el orden constitucional y democrático, mal cabe predicar la figura de la abstención. Tiene sentido, sí, lo que en el párrafo 5 de la declaración de la presidencia de la CEV se ha de entender como una invitación a “la participación masiva del pueblo” para conjurar el inmovilismo político. La participación es un mecanismo constitucional distinto del electoral.
Los obispos, el pasado 28 de mayo, como colegiado le han pedido al país “un acuerdo nacional inclusivo de largo alcance que salve a Venezuela” y la cure de “la desunión y el perenne enfrentamiento”. Ese es el desafío, ante la incertidumbre de la hora.
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