Colaboradores y amigos del fallecido expresidente Carlos Andrés Pérez vienen adelantando una campaña de reivindicación postmortem de su trayectoria como líder político y jefe del Estado en dos oportunidades.
Me parece lógico y natural que así sea. Al fin y al cabo, muchos de ellos lo acompañaron desde altas posiciones y, por lo tanto, se sienten comprometidos con sus actos y ejecutorias. Creo, además, que por elemental lealtad a su memoria están obligados a hacerlo.
Hasta aquí lo que hacen está bien. Lo que está mal es que muchos de ellos –la mayoría, tal vez– pretenden hacer su tarea hagiográfica a favor de CAP intentando destruir la imagen del también fallecido ex presidente Rafael Caldera, de tal suerte que presentan al primero como un héroe y al segundo como un villano. Y esto es condenable desde cualquier punto de vista, aparte de constituir una superchería y un concepto sin sustento histórico serio y analítico.
Vayamos al asunto de fondo: si ellos creen de verdad que CAP tuvo los méritos y aciertos que le atribuyen, entonces no tiene ningún sentido maltratar a Caldera como figura histórica para reafirmar aquella tesis. Bastaría que quienes asuman la reivindicación histórica del expresidente Pérez la cimenten sobre sus méritos y virtudes a lo largo de su carrera política y del ejercicio presidencial por casi una década, y no –insisto– a partir de la absurda intención de destruir la trayectoria del expresidente Caldera.
Por lo demás, esos defensores de CAP, al asumir esta insensata actitud, han incurrido en exageraciones y opiniones tan descabelladas como antihistóricas. Alguno de ellos llegó al colmo de afirmar que Caldera y Copei habían sido un invento de Rómulo Betancourt (¡!), una aseveración grotesca que, como es obvio, no resiste el más mínimo análisis.
Hay otros que, entre medias verdades y medias mentiras, a pesar de que se refieren a los aciertos y los errores de CAP, terminan a la larga incurriendo también en el inútil empeño de agredir a Caldera para elevar a su jefe. Uno de ellos, Carlos Blanco, exministro de Pérez y miembro del que fue su entorno más cercano, escribió recientemente un artículo en el que hace referencia a importantes capítulos de la segunda presidencia de CAP, sus problemas con AD y Lusinchi, las conspiraciones militares, las reformas económicas que intentó adelantar y el proceso que lo destituyó como presidente y lo llevó a juicio posteriormente. Como telón de fondo de toda esta situación, Blanco reseña una gran conspiración “gomecista” –así la llama– contra Pérez, encabezada por Uslar Pietri y Los Notables, a la cual, mediante un fugaz proceso alquimista, termina vinculando a Caldera.
Y luego va más allá para llegar al objetivo final: la inquina contra Caldera como medio de exaltar a CAP. Así, presenta al dos veces ex presidente socialcristiano como un malagradecido con Pérez, quien le habría dado “consideraciones especiales”, entre ellas la de presidir la Comisión Bicameral de Reforma Constitucional. ¿Se olvida, acaso, que tal fue una decisión del entonces Congreso de la República y no de quien era jefe del Estado, con todo y la importancia que podía tener su opinión? Y, por cierto, ¿había entonces alguien más calificado que Caldera para presidirla, siendo un constitucionalista destacado, vicepresidente de la comisión que elaboró el proyecto de la Constitución de 1961, jurista y hombre de leyes, aparte del consenso parlamentario que su nombre tuvo al momento de la designación?
No se queda allí el exministro de CAP. Repite la monserga del “aborrecimiento” de Caldera contra Pérez “por diversas razones psicológicas, políticas e históricas”, pero sin sustentarlas, tarea imposible, por lo demás. Estampa luego una frase francamente dramática y telenovelesca: la de que cuando Caldera “percibió débil” a CAP… “le saltó a la yugular”. Por supuesto que no podía faltar otra frase marmórea: la vuelta de Caldera a la Presidencia “no tenía el carácter de una nueva propuesta sino de una revancha” (¡!).
Después se refiere a una reunión que sostuvo, junto a otras personalidades, con el expresidente Caldera, antes de la intentona golpista de noviembre de 1992, donde le plantearon que se reuniera con CAP para que ambos “abortaran la crisis tipo mamut que se avecinaba”. Al preguntarles si Pérez sabía de esa reunión, lo que negaron sus contertulios, Caldera habría respondido que no podía hacerlo (“moralmente no puedo”, dice que dijo). Resulta obvio que aquella no era una iniciativa de CAP, por lo que no implicaba ningún propósito de rectificación ni de diálogo con quien, como Caldera, había insistido en un cambio de rumbo por parte del gobierno. Tal vez esas serían sus razones morales, si la frase que se le atribuye fue cierta. En todo caso, la verdad es que esta cita resulta francamente inelegante –por decir lo menos–, sobre todo porque el ex presidente ya no está físicamente, mientras se pone en su boca algo que, si no fue verdad y aunque lo fuera, solo podría él mismo confirmar o negar.
Lo que sí está documentado y comprobado es que Caldera se opuso desde el principio al paquete de medidas económicas que CAP puso en práctica en los primeros días de su segunda gestión. Así mismo, en múltiples oportunidades Caldera le planteó la necesidad de rectificarlas, mediante políticas de consulta con todos los sectores de la vida nacional. Ya se sabe que Pérez no oyó ninguna de esas recomendaciones en los años 1989, 1990 y 1991.
Por lo tanto, la posición de Caldera era sumamente conocida en relación con la política económica del gobierno de entonces. Aún así, también está registrado en los medios de comunicación que en 1989, luego de El Caracazo y de una célebre intervención suya en el Senado, Caldera –invitado por CAP– no tuvo problema en acompañarlo a Atlanta, Estados Unidos, a una reunión con el Centro Carter, a los fines de tratar sobre las medidas que debían tomarse luego de aquella eclosión social.
Esa es la historia, y no serán las hipótesis de algunos la que puedan cambiarla. En consecuencia, si los amigos y seguidores de CAP piensan seguir con su campaña para reivindicarlo están en su derecho, por supuesto, pero no a partir de otra campaña en paralelo, en este caso, contra Caldera y sus ejecutorias.