Leo que se ha puesto de moda entre algunos jóvenes elogiar a Osama Bin Laden. Es el punto de ebullición de la ignorancia. Vale la pena explorarlo.
En los meses posteriores a los ataques del 11 de septiembre de 2001, el célebre historiador Bernard Lewis trató de explicar el atractivo de Bin Laden en el mundo árabe, al que Lewis conocía como muy pocos. En sus primeros diagnósticos, Lewis describió a Bin Laden como un orador notable que tenía la virtud de no tener vínculos con las clases gobernantes ni cargar con sospechas de corrupción en el mundo árabe. Eso lo hacía una figura atractiva para las masas agraviadas.
Esto es una interpretación perversa. Bernard Lewis lo explica mejor:
“Esta visión, por muy reconfortante que pueda resultar para quienes la sostienen, tiene defectos en ambos extremos. El rey Juan no era un demócrata y Robin Hood no era un terrorista. Vivimos en un mundo diferente y en un nivel diferente de realidad. Aquellos que albergan tales engaños, tarde o temprano sufrirán un doloroso pero saludable despertar”.
Lewis tenía razón hace veinte años, y la tiene ahora.
Los jóvenes que caen en la tentación de reivindicar la figura de Osama Bin Laden o sus secuaces –como el egipcio Ayman Al Zawahiri– harían bien en considerar la advertencia de Lewis. La figura de Bin Laden, pero sobre todo sus intenciones explícitas, no merecen matices. Inspirada en el repudio a la civilización occidental del filósofo egipcio Sayyid Qutb, el proyecto de reconstruir el califato islámico en el mundo moderno no era meramente una aspiración territorial. Qutb, el ideólogo fundacional de Al Qaeda, veía al mundo occidental (en el que viven nuestros alegres tiktokeros) con aversión absoluta. Las libertades culturales, sociales y sexuales de Occidente le parecían repugnantes y dignas de erradicación. La meta para el mundo islámico, explicaba Qutb, debía ser reconstruir el califato para luego imponer una visión estricta de la ley islámica que eliminaría todas esas libertades de las que gozaba la sociedad occidental para sustituirlas con la única libertad aceptable: una vida de servicio al Islam. El camino hacia esa “liberación” debía ser la guerra religiosa, la Yihad.
Ese es el origen de la lucha de Bin Laden y de Al Qaeda. Esa es la vocación que ha estado detrás, también, del Estado Islámico. No es casualidad que, durante sus años en ascenso, ISIS destruyera los vestigios de civilizaciones anteriores o distintas al Islam. Esclavizó sociedades, eliminó libertades y disenso, humilló a las mujeres y las minorías, prohibió la educación (lo mismo, por cierto, hizo y sigue haciendo el Talibán). Increíblemente, es ese el mundo que defienden los jóvenes ilusos que, en el contexto de la herida actual en Medio Oriente, tratan de rescatar a Bin Laden. No se dan cuenta de que lo que defienden implicaría el final de la libertad de la que disfrutan de manera cotidiana, esa libertad que les permite vestir a su gusto, amar a quien quieran, opinar lo que les plazca.
Es un engaño lamentable y peligroso.
La única solución está en rescatar la enseñanza de la historia. Muchas veces ha ocurrido que generaciones posteriores olvidan las lecciones de la historia. Tendemos a ser holgazanes e irresponsables. Lo que no siempre ocurre es que la historia que ocurrió apenas hace 20 años se olvide y se tergiverse. Tiene que haber un límite a la confusión moral, la estupidez y la ignorancia. Los riesgos son enormes.
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