El mundo y nuestras sociedades vienen cambiando a pasos acelerados, hoy nos debatimos en transformaciones que afectan prácticamente todo o casi todo, nos corresponde transitar y vivir los tiempos de la modernidad líquida, como diría Zigmunt Bauman, donde encontramos se replantean las concepciones de tiempo y espacio, trabajo, familia, privacidad, roles, habilidades, saberes, expectativas de vida y pare usted, señor lector, de contar. Hoy nuestras universidades, escuelas, carreras y disciplinas tienen enormes retos por dar cuenta y explicar una diversidad de fenómenos sino fundamentalmente contribuir con una sociedad mejor, un mundo más estable, un ambiente más sano, y especialmente crear las condiciones para un ser humano más humano, un ciudadano sujeto de derecho y obligaciones, condiciones más humanas precisamente para el ser humano en una sociedad que pareciera se deshumaniza de manera exponencial.
El mundo no sólo cambio con el advenimiento de la globalización en la segunda mitad del siglo XX, sino que en pleno siglo XXI el mundo sigue cambiando. Insisto, se están modificando las formas de concebir la vida, los hábitos, el espacio, el tiempo, las obligaciones, la educación, los roles, las ideologías, el papel del Estado, el trabajo, la familia, la pareja, las estructuras, la comunidad, las instituciones, la inteligencia artificial, las ideologías políticas, el propio derecho y la teoría del derecho con el surgimiento del garantismo y el neoconstitucionalismo, entre otros.
Basta leer los últimos ensayos o releer los anteriores escritos de cientistas sociales, filósofos, sociólogos, juristas, politólogos, criminólogos, entre ellos, Zygmunt Bauman, Tzvetan Todorov, Daniel Innerarity, Tony Judt, Ulrich Beck, Arjun Appadurai, Giovanni Sartori, Fernando Vallespín, Vicente Garrido; Jorge Sobral , Santiago Redondo, Alfonso Serrano, Hugo Morales, Scott Lash, Luigi Ferrajoli, Gustavo Zagrebelsky, José Antonio García Amado, Luis Pietro Sanchís, Miguel Carbonell, Eugenio Zaffaroni, Allan Brewer Carías, Michele Taruffo, Carlos Beltrán Pulido, Aharon Barak, Anthony Giddens, Manuel Castells, entre otros, para significar e inferir que nuestras vidas se desenvuelven en medio de una vorágine, que pareciera replantea los cánones tradicionales del derecho, de la política y de la criminología.
Asistimos a una época ciertamente confusa y excesivamente dinámica y mutante, emergen un sinnúmero de dinámicas, situaciones, fenómenos y demás que perfilan e impulsan transformaciones y cambios en muchos ámbitos, y especialmente en nuestras concepciones, replanteándose precisamente los parámetros a través de los cuales pensamos, tomamos decisiones y existimos, y donde los universitarios, especialmente me refiero a los abogados, los politólogos y los criminólogos estamos obligados a decir, a expresar, a proponer e intervenir en la procura de una mejor sociedad y país.
Vivimos un mundo que se debate entre certezas e incertidumbres, y una avalancha de retos y desafíos que no tienen antecedentes con épocas anteriores, la rapidez e intensidad de los cambios nos dejan a veces perplejos, se quiebran los referentes, y por ende, los ciudadanos requerimos nuevos códigos, herramientas, esquemas y enfoques para interpretar la sociedad actual, y no sólo sobrevivir a las pandemias como el covid-19 (SARS-CoV-2.), o nuevos virus como la viruela del mono, sino otros virus, como la corrupción, la trata de seres humanos, nuevas y sofisticadas esclavitudes, terrorismos variados, activismo judicial y punitivo, poderes ocultos que amenazan y enfrentan al Estado, nuevas xenofobias, la degradación de la condición humana en algunos de nuestros países y sociedades, entre otros fenómenos registrados.
Pareciera que la vida de hoy es más azarosa o arriesgada, además de mediatizada o influida a niveles inimaginables por nuevas adicciones como Netflix, Instagram, TikTok, Twitter, y en simultáneo, nos corresponde debatirnos entre certezas e incertidumbres permanentemente, tomar decisiones sean pequeñas o más relevantes. Insisto, en el mundo actual emergen nuevas preocupaciones a las que nos enfrentamos a diario y donde los patrones o esquemas que teníamos poco aportan a la hora de decidir en la contemporaneidad.
La saga de libros y ensayos de un pensador de los kilates de Zygmunt Bauman y otros nos dan luces para interpretar los cambios epocales y la velocidad e intensidad de los mismos. Bauman nos habla de modernidad líquida, sociedad líquida o amor líquido para definir el actual momento de la historia en el que las realidades sólidas de nuestros abuelos o épocas anteriores, como el trabajo y el matrimonio para toda la vida, se han desvanecido o desdibujado. Y han dado paso a un mundo más precario, provisional, efímero, ansioso de novedades y, con frecuencia, hasta agotador.
No hay antecedentes para explicar los cambios actuales con ninguna época o etapa anterior repito. No estamos en contra de la tecnología, todo lo contrario, difícilmente pudiésemos vivir hoy sin la presencia de tantos adelantos tecnológicos. Sin embargo, es preciso recalcar que nuestro tiempo transcurre a mayores velocidades que épocas anteriores, son las mismas horas y días, pero la forma de vivirlos es diametralmente diferente. Todo cambia de un momento a otro, somos conscientes de que el cambio es una constante en la vida de hoy.
Zygmunt Bauman en su modernidad líquida es certero al señalar que “hoy hay una enorme cantidad de gente que quiere el cambio, que tiene ideas de cómo hacer el mundo mejor no sólo para ellos sino también para los demás, más hospitalario… y agrega … pero en la sociedad contemporánea, en la que somos más libres que nunca antes, a la vez somos también más impotentes que en ningún otro momento de la historia. Todos sentimos la desagradable experiencia de ser incapaces de cambiar nada. Somos un conjunto de individuos con buenas intenciones, pero que, entre sus intenciones, diseños y la realidad hay mucha distancia. Todos sufrimos, ahora más que en cualquier otro momento, la falta absoluta de agentes, de instituciones colectivas capaces de actuar efectivamente”
Uno de los aspectos actuales que producen grandes incertidumbres en los ciudadanos a escala planetaria, y más todavía, en nuestros países latinoamericanos (ni hablar de Venezuela) es la debilidad del Estado, la precariedad de las instituciones, la carencia de Estado de derecho, la ausencia de sólidos partidos políticos y liderazgos, de una clase política proba, sería, vanguardista y responsable ante sus ciudadanos, y por supuesto, una orfandad total y de incertidumbre cuando tenemos un Estado y gobierno que se desentiende de sus ciudadanos al no darles seguridad, educación, garantizarles transporte, salud, empleo, salarios dignos, poder adquisitivo, energía eléctrica, por señalar algunos. Por tanto, las certezas se reducen y las incertidumbres aumentan y se convierten en auténticas pesadillas cotidianas.
Frente a la deshumanización se requieren replantear los roles de las instituciones encargadas de la socialización, entre ellas el papel de la familia, la educación en todos los niveles, la religión y otros, como ámbitos formativos de referentes y certezas en el vertiginoso siglo XXI en el que nos corresponde vivir. Abrazamos los cambios, las innovaciones y demás, pero como ocurre cuando el médico coloca ciertos tratamientos donde se requieren protectores gástricos para contrarrestar o reducir los efectos perniciosos o colaterales del tratamiento mismo.
Puntualmente, registramos situaciones a contrapelo o regresivas, basta ver el deterioro de nuestra democracia, la precariedad de nuestro Estado de derecho, o lo que acontece en nuestras cárceles que no se diferencia mucho de lo que nos toca ver en nuestras calles de Venezuela. Violencia, injusticias, activismo judicial, pobreza, recentralización del Estado, estancamiento de las regiones, deterioro de los servicios públicos, una administración y gestión pública ineficiente y con profundas fallas por corregir, y un conjunto de situaciones y fenómenos alejados totalmente del esquema, del proyecto y del modelo constitucional que los venezolanos nos dimos en 1999.
Estamos en deuda con la sociedad venezolana en la necesidad no sólo de materializar la Constitución Bolivariana de Venezuela de 1999, sino de avanzar en las innovaciones y reformas que a escala planetaria se vienen planteando y debatiendo y que tienen que tener como objeto y centro de debate al ser humano. El garantismo y el neoconstitucionalismo son dos corrientes y modelos que hoy en día con un enfoque ideológico y una política constitucional cercana, se ocupan del modelo democrático constitucional. Es decir, en pleno siglo XXI se reclama contar con un Estado Constitucional y una Democracia Constitucional firme, estable y consolidada, lo cual presupone división de los poderes públicos, imperio de le ley, especialmente de la Constitución como norma suprema, reconocimiento y garantía de derechos humanos a escala supranacional, la promoción de reformas en términos de avanzar, asegurar y garantizar derechos fundamentales, limitar el poder, celebración de elecciones periódicas, confiables y transparentes, la existencia de controles, fiscalizaciones y limitaciones en términos de evitar abusos, excesos y deformaciones de la democracia y el propio Estado Constitucional, como diría Luigi Ferrajoli.
Sin institucionalidad y sin legalidad nuestras sociedades están condenadas a la presencia de gobiernos personalistas, despóticos y lo que es peor, situaciones de precariedad jurídica y por ende reiteradas violaciones y menoscabo de los derechos fundamentales, paradójicamente en pleno siglo XXI algo insólito e incongruente con el avance que hemos logrado en términos de derechos, garantías e institucionalidad al menos en buena parte de Europa, a diferencia de algunos países de América Latina donde ciertamente la precariedad, el abuso y menoscabo son la norma, no la excepción.
Hay reformas procesales pendientes que deben tener asidero, sustento y la firme voluntad de avanzar y materializar buena parte del espíritu y derechos contenidos en nuestras constituciones y ordenamientos. Registramos una diversidad de fenómenos y mutaciones, avances y retrocesos en muchos ámbitos, los cuales es preciso asumir y dar respuesta. Nuestras escuelas, posgrados y profesores estamos obligados, reitero, a impulsar esos debates, más allá de ciertos climas peregrinos o inclusos intolerantes o poco permeables a la necesaria crítica de nuestras realidades, cabe la acertada consideración del profesor argentino Emilio García Méndez: “Cuando todo es una emergencia pareciera que detenerse a pensar es casi un delito”. Como nunca antes debemos pensar, meditar y servir como profesionales y ciudadanos a una sociedad que reclama atención y enarbolar la rehumanización del ciudadano.