El problema de los refugiados venezolanos hace años dejó de ser nacional. Es continental. Universal. Las estimaciones de la R4V -Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados- sitúan esta calamidad en 8,9 millones para este año. La cifra constituirá en días la mayor cantidad de desplazados del mundo, atrás quedará Siria, nada menos. O sea, no existe exageración posible en la observación de semejante tragedia provocada desde quienes detentan desgraciadamente el poder en Venezuela.
Los habitantes de nuestro país huyen despavoridos por hambre, por la violencia del Estado y la otra, por salud que aquí la tienen también en estado más que deplorable, por falta de trabajo, o por la esclavitud moderna también impuesta, por imposibilidad de vislumbrar un presente o un futuro siquiera digno. Hemos conocido recientemente de más muertos huyendo. De niños que mueren, como el que asesinaron en Trinidad y Tobago. Y así, suicidados, ahogados, entumecidos, perseguidos, deportados. La diáspora venezolana duele profundo.
Allí, en la indignidad del trato y del desarrollo de la personalidad se sitúa también el ataque a la comunidad LGBTIQ+, esa que también padece hambre, vicisitudes extremas en su salud, e imposibilidades múltiples de desempeño vital con el debido respeto. El mensaje político, social, legal, es claro: aquí no se aceptan del mismo modo que en la más de treintena de otros países del mundo adonde pueden largarse mucho a hacer su vida en libertad. El más reciente de los países en aceptar la unión de parejas no heterosexuales fue Suiza, mediante referéndum. La ley para ello entrará en vigencia en julio de este año. En Suramérica la apertura se encuentra en 6 países, el de más reciente fecha es Chile.
De nada han valido las protestas y demás acciones de la comunidad no heterosexual en Venezuela. De nada ha servido hasta ahora la presencia de llamativos parlamentarios miembros de esa misma comunidad en la Asamblea Nacional. La influencia de los rusos, los límites religiosos y políticos se han impuesto para frenar los avances de logros constatables.
¿Los huidos, además de sufrir la calamitosa situación general, volverán? No. Al realizar su vida, como puede apreciarse bien entre amigos y familiares o conocidos cercanos a nosotros todos, nos dejan ver que si algunas personas no regresarán a nuestras tierras tal vez ni de visita son también, indudablemente, los de la comunidad LGBTIQ+. Son ciudadanos nuestros que prácticamente perdimos para siempre y pocos no son. El desprecio que sienten acá no tiene comparación con el trato en libertad. De nada sirve así que se hayan establecido y se reconozcan constitucionalmente derechos humanos como el desenvolvimiento personal libre, o la no discriminación por sexo.
Urge legalizar, claro. Pero más urge la liberación del país. La salida cuanto antes, el coto que hay que ponerle a la desproporcionada situación inaguantable de la nación venezolana. Estoy convencido de que sin la salida del régimen criminal y terrorista de Nicolás Maduro, no habrá conquista de ninguna libertad y, mucho menos, de las libertades sexuales, esas que, como se ha demostrado en Uruguay o Argentina, o Brasil, o Colombia, hacen más placentera la vida con respeto y consideración social, cultural, política. Estoy convencido de que quienes de la comunidad LGBTIQ+ se fueron y realizarán con mayor plenitud sus vidas, no piensan volver jamás. Esto porque el cercén de la libertad individual y colectiva impuesto en Venezuela por el régimen lo seguirá impidiendo y seguirá propiciando la diáspora de quienes quieren vivir su vida.
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