Me llegan libros raros, en apariencia, como éste que me prestó Alfredo Schael titulado De todo como en botica, la insólita recopilación de refranes venezolanos: algo un poco más de doscientos debidamente organizados en estricto orden alfabético, es decir, seleccionados según la primera letra con la que comienzan. Quedé no solo fascinado con este libro de Ligia Blanco de Antonorsi editado en noviembre de 1994 sino maravillado por el perfecto estado físico, cuidadosamente conservado por Alfredo Schael, como si acabara de salir de Gráficas Armitano.
Hace algún tiempo que Alfredo dejó de ser uno de mis amigos más entrañables porque se incorporó por derecho propio a mi familia elegida, esa que a veces supera en nobleza y afectos a la que nos toca. Él y Cristina Guzmán, irrepetible mujer a quien conozco de toda la vida. Alguien dijo que él o yo somos reflejos de lo que muestra el espejo cuando nos miramos en él y lo he constatado reiteradamente.
Debido a su capacidad de agudo observador periodístico y ser dueño de buena escritura supe por Alfredo Schael quién fue Jimmie Angel (Jimmie Angel: entre oro y diablo), 2002, me adentré en sus experiencias venezolanas que comenzaron con la prodigiosa caída del río Kerepacupai al Churún Merú en el macizo del Auyantepui, pero me dio a conocer también todas las peripecias de Jimmy como aviador y las múltiples y posteriores manipulaciones de la avioneta que piloteaba cuando se estrelló en el macizo guayanés después de que vio el salto que lleva su nombre. En su libro, Schael menciona a todas las personas que de un modo u otro estuvieron vinculadas a tan asombrosa vida aventurera. Es más, me dio a conocer un libro suyo en el que relata cómo fue que estuvo en el Polo Norte en una privilegiada aventura y gracias a él me enteré cómo llegaron los primeros automóviles al país venezolano y cómo fue creciendo y modernizándose Caracas y luego el país a medida que los automóviles se desplazaban por calles y avenidas mal pavimentadas.
¡Pero esta vez son refranes! Esta vez se trata de una mujer llamada Ligia Blanco, nacida en 1922 en La Guaira, pintora, viuda del capitán de altura Marcel Antonorsi dedicada a reunir aforismos, refranes y expresiones populares que publicó en un sorprendente libro titulado De todo como en botica, 1994. Lo que también cautiva de este libro es el brillante y acertado prólogo de María Josefina Tejera cuando afirma que los refranes son pequeños textos creados por los pueblos para expresar una serie de principios como si fueran grandes verdades.
No tuve edad para saber si Juan Vicente Gómez, de parco hablar, se expresaba con refranes, tampoco supe o no me daba cuenta si el Ronquito López Contreras o Medina Angarita se acordaban de Sancho Panza porque Rómulo Betancourt no me resultaba simpático y se regocijaba enlazando palabras de diccionario y yo me regodeaba con solo imaginar muerto a Pérez Jiménez. Sin embargo, estoy por creer que la campechanía de Luis Herrera (¡piaste tarde, pajarito!) y su democrática manera de vestir era para molestar al doctor Caldera, siempre de porte académico.
173 páginas con más de 200 refranes y dichos venezolanos seleccionados y agrupados, como he dicho, de acuerdo con el abecedario de sus letras iniciales, además de un glosario, una rica bibliografía, varias páginas en blanco para anotaciones voluntarias y fotografías nunca vistas de lugares venezolanos tomadas por la fotógrafa alemana Aida Nölting de visita en el país en 1937. Un libro único, una joya y hablo de él porque precisamente encuentro en sus páginas un refrán que dice: «Libro cerrado no saca letrado».
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