OPINIÓN

Reflexión navideña

por Fernando Rodríguez Fernando Rodríguez

 

En estos días navideños de paz y amor, de angelitos y aguinaldos que se quieren celestiales, uno siente el contraste con los noticieros –por favor que no sean venezolanos- que prácticamente son registros de los monumentos a la violencia y la crueldad humanas–. Y, ahora, una premonición de futuro aterradora.

Resalta entonces la más sensata de las preguntas aquella eterna por la condición humana. Desde que Caín mató a Abel –según la novela bíblica- nos hemos matado por miles de millones, a veces de la manera más cruel. Y no por necesidad biológica como las bestias sino por codicia, odio, intolerancia y un sinfín de malas inclinaciones que nos habitan. Razón tenía Freud cuando supuso que además de la lívido había en nuestra naturaleza una pulsión destructiva, tanática. Eso hace que nos tengamos que preguntar simplemente por cuál de ellas prevalecerá en nuestro destino, aunque también es probable que nos convirtamos en peleles de una inteligencia artificial que maneje nuestras neuronas y secreciones cerebrales vaya usted a saber con qué fines. Me dirá usted exagerado o pesimista pero no encuentro otra lógica con qué pensar lo que veo y al parecer muchos, sobre todo los hacedores de noticieros.

Por ahí anda una peliculilla, no es más que una peliculilla –híbrido poco feliz de tragedia y comedia, llena de lugares comunes de la ciencia ficción más trajinada– pero que ha tenido un éxito notable, No mires hacia arriba. Trata del fin del mundo por el choque de un cometa de gigantescas dimensiones. Pero choque producto del desconocimiento de la ciencia, las necias querellas de frívolos políticos, la consuetudinaria estupidez de los medios, la posverdad, pero sobre todo por la pasión por el lucro…en fin una suerte de imbecilidad generalizada en la especie, en nosotros, ciudadanos de esta hora.

Aunque no haya que tomarla como referencia muy sesudamente, parece que su abundosa difusión indica un estado de ánimo que debe estar muy generalizado. Si el coronavirus nos ha cambiado un buen día muchas de nuestras más cotidianas y seculares maneras de vivir y todavía no da certezas de apagarse;  si estamos amenazados, y ya en acto, con un cambio climático que podría demoler parte o todo el planeta; pues estamos preparados para lo extraordinario como el tal cometa que, en vez de evitar que nos destruyese, apostamos a que fuese una fuente de nuevas y descomunales riquezas, estamos preparados a cualquier sorpresa metafísica, que incida sobre la esencial realidad del Ser, de lo existente.

Volviendo al noticiero de todas las noches –se recomienda DW- vemos tal número de tragedias: miles, millones de emigrantes sin destino, que van a tocar la puerta de los imperios del bienestar después de haber recorrido kilómetros y kilómetros de las más grandes penurias y a sabiendas de que serán rechazados.

O vemos crecer sin mesura los contaminados y los muertos de la pandemia.

O el desarrollo lento, pero sin tregua de las ideas más atrasadas, en la última instancia nazis o de las peores supersticiones, en el corazón mismo del desarrollo, entre otras cosas alucinante científica y tecnológicamente.

Vemos crecer la desigualdad entre ricos y pobres. Unos cuantos que tienen todo y otros que no alcanzan a comer o a tener el medicamento simple para evitar un terrible mal. Se sabe que algo más de 1% de la población posee casi la mitad de lo que maneja el restante de los congéneres.

A través de la historia los filósofos y afines han dado las más diversas imágenes del hombre. Las más altivas (imagen y semejanza de Dios) hasta las más trágicas o degradadas (el hombre es el lobo del hombre, Hobbes). Sin duda, en consonancia con el momento que les tocó vivir. El nuestro impide, según la peliculita, hasta mirar hacia arriba.