Su llegada no me ha sorprendido. La esperaba. Mis piernas ya no me sostienen. Siempre requiero ayuda para moverme. Un infortunio. Yo, que iba y venía por toda la ciudad, escribiendo textos sobre el cemento, como me decía Adriano González León. Ahora soy un inútil. Me queda lo más importante. Pensar, soñar, recordar. Esperar la llegada. Cuando llegue, estaré listo. Tengo mis maletas hechas, y estoy bajo el dintel de la puerta. Mis ojos me piden que llore, yo respondo que no quiero. Manos impresas en la pared dicen una palabra categórica.: ¡adiós!
El delirio es misterioso, en él se confunden lo visible y lo invisible, la vigilia y el sueño. Nos decía Neruda que el sueño es una segunda vida. No sé, no lo creo. No existen mundos opuestos. Pero la vigilia escribe a memoria del sueño. Hice esfuerzos titánicos para vivir dentro de un triángulo: poesía, literatura, arte. Lo he logrado en los últimos treinta años. He sido feliz al descubrir que la poesía es un espejo que revela la parte invisible del mundo. Captar lo invisible, hacerlo ver, es una operación mágica. Un diamante de relampagueantes peces, y de insondable limpidez ocupa mis ojos.
Me decía mi hermano Ludovico que nosotros somos como un enfriamiento de volcanes. La muerte vino y tuvo sus ojos hace 30 años. Tal vez porque los volcanes me trajeron los secretos de la vida interior del alma, y la vida humana. La vida divina es una serie de muertes sucesivas. Para sentir vivamente la poesía de las rosas que viven solo una mañana, es preciso salir de las garras de ese buitre que se llama enfermedad.
Desde el punto de vista de la felicidad es insoluble el problema de la vida, porque nuestras más altas inspiraciones nos impiden ser felices. Lo que resuelve la dificultad, creo yo, es el amor porque es, en sí mismo, una alegría. Es una alegría creciente, permanente, así tiene el alma un alimento suficiente e indefinido. El día de ayer es tan lejano para mí, el pasado solo tiene un plano para mi memoria, como para mi vista el cielo estrellado.
Escribo desde mi silla de ruedas, no puedo sostenerme en pie. La enfermedad de los nervios de las piernas ya llegó hasta los muslos. No hay curación posible, o conocida, solo puedo controlar el dolor con medicamentos especiales. Afortunadamente, me los han enviado del exterior porque en este país en bancarrota, en caos, es difícil conseguirlos y son muy caros.
A mis amigas y amigos, a quienes he amado a lo largo de esta existencia, quiero afirmarles que los sigo amando, y lo haré hasta mi último suspiro. Ellas y ellos me han abierto el camino hacia la alegría, hacia la fe en el hombre.
Ese negro relámpago que iluminó a Neruda, en su oscura belleza, me baña de iluminaciones en el fulgor de la noche. Cuando recuerdo el bellísimo verso de Apollinaire, “adiós adiós sol cuello cortado”, no me estoy despidiendo del mundo, de la vida o de esos brazos que aún amo. Estoy recordando mis años de poesía, licor y alegría que en Sabana Grande vivió, amó y no pocas veces sufrió esa zona de Caracas.
Tengo el corazón roído por los recuerdos; mi alma no puede suprimir la turbación de mi conciencia, y soy incapaz de discernir, con precisión, en este caos de inclinaciones que doblan mi espalda. El dolor me parece un castigo y no una misericordia, por eso le tengo un secreto horror. Pero tengo confianza en quienes han vivido por la alegría, y por la alegría han muerto. Porque la vida es el más hermoso de los poemas.