Nicolás Maduro ha propuesto la realización en Venezuela de un referéndum nacional en torno a la disputa limítrofe que sostiene con la vecina Guyana desde mucho antes de la independencia, en 1966, del pequeño país amazónico.
Venezuela se querelló originalmente con el Reino Unido a fines del siglo XIX. El trazado de límites con la antigua Guayana Británica, al oriente del río Esequibo, fue muy problemático, plagado de picardías cartográficas inglesas y oscuros tejemanejes imperialistas en altas cortes europeas. Es un territorio anfractuoso, de bosque húmedo tropical y sabanas anegadizas.
Lindando con Brasil, Surinam y el Atlántico, Guyana se halla en el corazón del vasto Escudo Guayanés, locus poeticus de la legendaria ciudad de El Dorado que al mismo tiempo buscaron sin éxito el afiebrado conquistador Antonio de Berríos y Sir Walter Raleigh, poeta y corsario. En nuestro tiempo, la historia del diferendo limítrofe comienza, poco antes de que Guyana se independizase de Inglaterra en 1966.
Un acuerdo suscrito en Ginebra por el Reino Unido y Venezuela trasladó la disputa, sin resolverla, al país vecino cuando éste era aún posesión británica. Entonces, igual que ahora, Venezuela denunció como írrito y fraudulento el laudo arbitral de París, una añagaza británica que en 1899 despojó a Venezuela de la tres cuartas partes del actual territorio guyanés.
En 1969 ocurrió un episodio tan típicamente poscolonial que pareció salido de una novela de V. S. Naipaul ambientada en las Indias Occidentales: una rebelión armada de separatistas guyaneses de la minoría amerindia declaró la independencia de un sedicente “Estado Libre del Esequibo”.
Georgetown fue implacable en la represión militar a los secesionistas. Hubo tiros y decenas de muertos. Los alzados debieron replegarse hasta una base militar venezolana donde solicitaron asilo. Pidieron ayuda alegando tener ciudadanía venezolana. Por unas semanas se impuso un ambiente prebélico, Venezuela envió tropas, que luego retiraría, a la zona en reclamación. Georgetown denunció aquello como el principio de una agresión militar. Sin embargo, el presidente venezolano, Raúl Leoni, obró con templanza y sensatez.
Al bajar las aguas, ambos países firmaron en 1970 un acuerdo que congeló por 12 años la disputa que, de acuerdo con lo pactado en Ginebra, debería reanudarse privilegiando el diálogo bilateral y los buenos oficios de terceros países amigos. La paz así creada tuvo detractores en ambos países pero habría de perdurar más allá del plazo acordado.
Indoguyaneses y afroguyaneses componen casi a partes iguales el grueso de la población y se las apañaron para alternarse en el poder durante el resto del siglo. Las políticas de las formaciones que las han representado se inclinaron ambas siempre a la izquierda.
De las antiguas colonias británicas en América, Guyana llegó a ser, a fines del siglo pasado, una de las más pobres hasta que, en 2015, la llamada “lotería de los commodities” otorgó a Guyana el premio gordo al registrarse el hallazgo de grandes reservas submarinas de petróleo.
Hoy, este país de 800.000 habitantes va camino a ser el cuarto productor mundial de petróleo obtenido mar adentro, muy por delante de Qatar, Estados Unidos, México y Noruega. Su ingreso fiscal hasta la fecha sobrepasa los 1.600 millones de dólares. ExxonMobil planea una inversión de 12.700 millones de dólares durante los próximos años en el desarrollo de un recurso calculado en 11.000 millones de barriles. El antiguo vecino pobre de la Venezuela saudita puede ufanarse de ser la economía de más rápido crecimiento en el mundo.
Guyana optó, ya en 2018, por someter a la Corte Internacional de Justicia la validez del laudo de 1899. Venezuela recusó sin éxito la jurisdicción de la Corte Internacional y clama por volver al inconducente Acuerdo de Ginebra El juicio está en curso. Un fallo a favor de Guyana otorgaría a ésta la zona en reclamación.
Es comprensible que la camarilla cleptómana de Nicolás Maduro, que ha convertido a Venezuela en un erial donde campea la miseria, quiera problematizar la reclamación territorial acusando a Guyana de subastar yacimientos que según Caracas se hallan en las áreas marinas en reclamación y no le pertenecen.
El referéndum en apoyo de Maduro se realizará el 3 de diciembre. La dictadura tira de todas sus palancas de coerción electoral con miras a alentar la reelección de Maduro en 2024. Las preguntas que hace el referéndum son marrulleras, confusionistas y cínicas. Chantajean al electorado con patriotera retórica antiimperialista.
Maduro consulta, por ejemplo, sobre la conveniencia de crear un nuevo estado venezolano en la zona reclamada y otorgar la nacionalidad venezolana a los 120.000 guyaneses que viven en ella. Anexar, sin más, territorio guyanés “por voluntad popular”.
Uno se pregunta quién podrá hoy en Guyana ver ventaja alguna en hacerse ciudadano del petroestado más fallido del mundo cuyos gobernantes han volatilizado 1 millón de millones de dólares en un cuarto de siglo y se hallan imputados en masa ante la Corte Penal de La Haya por crímenes de lesa humanidad.
Todo ello a pesar de que, en la década pasada Hugo Chavez desistió, paladinamente, con argumentos igualmente antiimperialistas, de echar adelante la disputa limítrofe.
La oposición venezolana, característicamente, titubea ante un referéndum extemporáneo, una bravuconada militarista que no oculta la codicia que lo mueve. Temen los timoratos políticos venezolanos que llamar a la abstención en el marrullero referéndum pueda enajenarles el voto de quienes aún quedan en el país.
Ciertamente la abstención no ha sido buena idea en el pasado. Sin embargo, llamar a responder “No” a las cinco emponzoñadas preguntas de Maduro no sería abstenerse sino un desafío que bien vale la pena lanzar a la dictadura en la antesala de una reelección presidencial que Maduro, cada día más forzado a medirse con María Corina Machado, no debería ganar.
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