Aunque la atención mediática esté hoy centrada en otros asuntos, los cambios en marcha en el Banco Mundial son significativos. Más allá de diseñar una misión nueva y más verde, el Banco se enfrenta a una transición de liderazgo, con implicaciones importantes para su relación con el Sur Global y su relevancia a largo plazo.
La dimisión de David Malpass, presidente del Banco Mundial, anunciada en febrero, vino precedida por tensiones internas y externas originadas en sus posiciones personales en materia de cambio climático. Malpass -quien había sido nombrado por la administración del expresidente Donald Trump- se vio sometido a una considerable presión cuando Joe Biden asumió la presidencia: el Tesoro de Estados Unidos expresó su insatisfacción con la falta de liderazgo climático serio por parte del Banco.
Las críticas a Malpass se intensificaron en septiembre, cuando se negó a reconocer el impacto de la actividad humana en las emisiones de gases de efecto invernadero, y su corolario climático. Y aunque finalmente rectificó, su marcha atrás no silenció a aquellos que acusaban al Banco, bajo su dirección, de no hacer lo suficiente respecto de los objetivos globales de reducción de emisiones.
Un mes después, un grupo de diez economías punteras -el G7 más Australia, Países Bajos y Suiza- presentó una propuesta para una “reforma fundamental” del Banco fundada en priorizar este frente. Son muchos quienes, desde Occidente, consideran que el plan de acción climática del Banco sigue siendo poco ambicioso.
Por lo tanto, la dimisión de Malpass ha sido un alivio -sobre todo para Estados Unidos-. Casi de inmediato, la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, reiteró el compromiso de Estados Unidos con la necesaria “evolución del Banco Mundial” hasta convertirlo en el motor de la transición verde. Poco después, Biden nombró a Ajay Banga, exejecutivo de Mastercard americano nacido en la India que dirigió el auge de la empresa como plataforma de pagos global, para reemplazar a Malpass.
Banga no formaba parte de las opciones previsibles. La Junta de Directores Ejecutivos del Banco Mundial “alentó fuertemente” la nominación de candidatas -entre las cuales se encontraban varias con amplia experiencia en el campo del desarrollo, como Gayle Smith, exadministradora de USAID, o la actual directora de la agencia, Samantha Power-. En el mundo de las instituciones multilaterales, Banga se puede considerar un outsider.
Sin embargo, la selección de Banga puede resultar ser una maniobra astuta de Biden. Su confirmación en el puesto respetaría la arraigada tradición según la cual Estados Unidos (el mayor accionista del Banco Mundial y el mayor donante a su brazo concesional, la Asociación Internacional de Fomento) designa al director de la institución. Esta costumbre, junto con el entendimiento tácito de que un europeo debe liderar el Fondo Monetario Internacional, ha generado -con razón- descontento en el Sur Global, que reclama más presencia en la gobernanza multilateral.
Y Banga representa un guiño a la India y al Sur Global en términos amplios. Queda por ver si la priorización de objetivos climáticos se traducirá en un liderazgo más efectivo general del Banco en su última razón de ser.
El Banco Mundial fue concebido como una herramienta para la reconstrucción. El desarrollo pasó a posteriori a ser el principal foco del Banco debido, principalmente, a su expresidente y quien le dio su forma actual, Robert McNamara, convirtiéndolo en el ejecutor del modelo occidental de desarrollo económico. A pesar de ser un firmante del Acuerdo de Bretton Woods, la Unión Soviética nunca se sumó al Banco Mundial, considerándolo una mera plataforma para promover la filosofía de libre mercado de Occidente.
¿Cómo respaldar hoy, de manera eficaz, la prosperidad en el mundo emergente? Para empezar, sería necesario resolver los contenciosos sobre la posible expansión de la agenda del Banco Mundial -y cómo encaja en ella la acción climática-. Al mismo tiempo, el Banco tendría que superar los desacuerdos internos respecto del alivio y la reestructuración de la deuda de los países sobreendeudados. (A día de hoy, las discusiones están paralizadas a efectos prácticos por las demandas chinas de que el Banco acepte saneamientos parciales de los préstamos).
Mientras se desarrollan -o se estancan- estas discusiones, los problemas que las inspiran siguen amontonándose. El Banco Mundial debe movilizar los recursos adecuados para ayudar a los países a enfrentar una tormenta perfecta de crisis climática, energética, alimentaria y de deuda. En un momento de creciente proteccionismo y de fragmentación económica global, esto resultará particularmente difícil. Se necesita un líder con experiencia técnica y política.
La ambición y la escala serán cruciales. Hay quienes abogan, de manera convincente, por un Banco Mundial mucho más grande. Y aunque no se realice una transformación institucional de esta ambición, hará falta un incremento drástico en el crédito a clientes de todo tipo. Si bien los compromisos del Banco prácticamente se han duplicado desde 2019 –alcanzando 115.000 millones de dólares-, el crédito se ha venido rezagando con relación al crecimiento económico global desde 2017. Reformar la política de crédito es especialmente importante para que el Banco vuelva a ganar influencia en los países de renta media, que han tenido que recurrir a otras fuentes de financiación para su desarrollo.
Pero mayor financiación es solo el primer reto. El Banco Mundial debe mejorar su capacidad de escuchar a los países en desarrollo. La Iniciativa Bridgetown de la primera ministra de Barbados, Mia Amor Mottley, que plantea nuevos términos e instrumentos para la resiliencia climática, la mitigación y la reconstrucción, es una propuesta que vale la pena considerar.
Si el Banco Mundial no tiene en cuenta las ideas y demandas de los países en desarrollo, Occidente los perderá -con consecuencias que van mucho más allá del Banco-. Reconstruir las relaciones con aliados distanciados es difícil y costoso. La atracción del nexo sino-ruso para Sudáfrica -y su resistencia ante los esfuerzos apresurados de Occidente por recuperarla- ofrece importantes lecciones en este sentido.
Banga hoy está en una “gira global de escucha”. Pero ganar apoyo para su candidatura es una condición necesaria, no suficiente. Como presidente, Banga tendrá que encontrar maneras de satisfacer las demandas de un Sur Global que anhela un cambio. Si no, correrá el riesgo de minar tanto la viabilidad a largo plazo del Banco como la capacidad de influir de Occidente.
La condición de outsider de Banga puede jugar a su favor en su intento de sacudir la institución y conciliar su mandato tradicional con una agenda del siglo XXI. Pero los verdaderos outsiders -los que realmente deben formar parte de la toma de decisiones del Banco Mundial- son aquellos países que han sido relegados a los márgenes durante lustros.
Ana Palacio, exministra de Relaciones Exteriores de España y exvicepresidenta sénior y consejera general del Grupo Banco Mundial, es profesora visitante en la Universidad de Georgetown.
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