Un niño pierde a su madre en la Segunda Guerra Mundial. La mujer es abrazada por las flamas, en los recuerdos del chico mediante flash backs. Desde entonces, el joven debe aprender a vivir con el trauma de la orfandad. Se muda a casa de unas abuelas, en compañía del resto de la familia, su padre y una nueva esposa. A partir de ahí, la memoria del protagonista se escinde entre la realidad y la ficción alterada, mezclando los sueños con las pesadillas, como en un clásico filme de Ghibli.
Hablamos de The Boy and the Heron, posible largometraje testamentario de Hayao Miyazaki, reciente ganador del premio de la Academia por el título en cuestión, actualmente disponible en salas de Venezuela, tremendo notición.
En el país apenas contamos con el lanzamiento comercial de El Viaje del Chihiro, anterior trabajo animado del autor que fue reconocido por la Academia de Hollywood.
Según el archivo y la data de Internet, se proyectó en salas el 3 de agosto de 2003.
Dos décadas después, hemos disfrutado de El Niño y la Garza en la cartelera nacional. Pero en el medio, el realizador no paró de compartir su arte en obras maestras de hondo calado: El Castillo en movimiento, Ponyo y The Wind Rises.
Por tanto, el espectador criollo ha tenido que acudir a otros canales, para poder seguirle los pasos a la trayectoria del demiurgo nipón.
The Boy and the Heron compendia sus obsesiones temáticas y estilísticas, narrando una clásica historia de crecimiento, un “coming of age”, que se trastoca libremente por las pinceladas vanguardistas del director, en las antípodas de la dramaturgia canónica y occidental.
El guion parte de un argumento, de un conflicto tradicional, para buscar nuevas formas contar y elaborar el duelo de la sociedad japonesa, después del desgarro de la bomba.
Miyazaki es fiel a su cultura, a su mirada, a su lectura crítica y satírica del entorno del gigante asiático.
Ilustra las alucinaciones del personaje, al tomar contacto con la naturaleza de unas aves hermosas, pero a la vez de vuelo problemático.
La garza invade el espacio íntimo del protagonista, revelando todo su esplendor y su carácter de bestia fantástica, gestada con la misma poesía de un Jorge Luis Borges.
Adentro del animal, subyace un espíritu burlón que se encarna en un duende narizón con maneras de troll.
Una especie de escudero irónico, de sancho sarcástico, de Gollum terrible que se esconde bajo el plumaje de una garza deslumbrante.
La carrera de Miyazaki ha reportado innumerables secundarios de semejante talla y dimensión tragicómica.
Rememoramos el aura silente del espectro que secundaba a Chihiro, así como de la anciana que la guiaba en su odisea oscura.
Por igual, evocamos con nostalgia la presencia magnética y entrañable de los gatos de Totoro.
Pero la garza conserva un toque especial y distinto, en el que presentimos la voz socarrona del creador Miyazaki, a quien también atisbamos en el cuerpo de un sabio, de un arquitecto con visos de Doctor Hell de Mazinger Z, aunque benigno.
De hecho, en una de las pocas líneas explícitas del texto, le recomienda al chico que construya un mundo gentil y de paz, en oposición a un régimen militar de unos “periquitos” molestos que asedian el “héroe”.
Aseguran los expertos que Miyazaki se desdobla en la pintura que diseña con ilustraciones y sonidos minimalistas.
A veces lo vemos en la figura del niño, luego en el devenir de la garza, posteriormente en el orden estricto del rey de los periquitos.
Parece que el personaje del arquitecto es un homenaje a su mentor Isao Takahata, el otro genio de Ghibli, fallecido en 2018.
Lo apreciamos por su contenido de consagración, El cuento de la Princesa Kaguya, de un acabado aún más abstracto y experimental que el de Miyazaki, concentrado en una figuración que le permita exponer su interpretación del poder de lo cuqui, entre lo bello y lo siniestro.
Los espectadores venezolanos quedamos mudos en la sala, compenetrados con el mensaje de resiliencia y coexistencia, al margen de las diferencias.
No solo una de las películas del año, sino del milenio.
La película animada de un sensei que expande límites y aporta un futuro para el cine.