Mientras que los Estados cuentan con numerosos instrumentos para controlar la difusión de noticias falsas de los medios de comunicación tradicionales, la ausencia de estos medios de control es palmaria cuando nos referimos a las redes sociales.
Para fortalecer la democracia, los Estados deberían reflexionar sobre la necesidad de controlar a las empresas que suministran la tecnología necesaria para el funcionamiento de las redes sociales. Cuando estas se convierten en vehículos de odio, de propaganda pornográfica, de fake news o simplemente de elementos molestos para la vida del ciudadano, las instituciones deben regular su funcionamiento.
Que Elon Musk, Mark Zuckerberg, Bill Gates y algún otro sean dueños y señores de lo que llega a miles de millones de personas sin control alguno es preocupante. Desde luego que hay un elemento de voluntariedad en el inicio de esta relación que a todos o casi todos nos concierne, pero eso no invalida la necesidad de control. Y resulta de todo punto ingenuo pensar que con los sistemas actuales de demandas judiciales pudiera establecerse algún valladar a la actuación malévola o incluso delictiva de quienes suministran esta artillería tan presente en las redes sociales.
Argüir que se conecta quien quiere, es olvidar que casi todos los habitantes del planeta, especialmente en los países más desarrollados, pero también en los demás, lo hacen y en consecuencia conviene poner control.
Una mentira puede multiplicarse en cuestión de minutos y el daño reputacional puede ser casi infinito. No es ni siquiera necesario que sean personas las que multipliquen la falsa noticia o afirmación solemne de una situación, acontecimiento o hecho no comprobado. Pueden hacerlo y lo hacen en ocasiones bots y algoritmos de manera que “Empezamos a ver, y se hará cada vez más grande, cómo las decisiones de los algoritmos moldean política, cultura y sociedad”. (Harari,2024).
En varios países, la red Twitter (ahora X) ha sido prohibida coincidiendo con regímenes autoritarios, pero en las últimas semanas, el enfrentamiento se ha dado en Brasil en una decisión del juez Moraes ratificada por el Tribunal Supremo.
Este juez del alto tribunal ha afirmado que la actuación de X facilita la acción de grupos porque realiza una masiva divulgación de discursos nazis, racistas, fascistas, de odio y antidemocráticos.
Desde luego, la transformación que Elon Musk está realizando de su plataforma X, de la que es dueño absoluto, le permite realizar descarada propaganda del candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos, al mismo tiempo que permite, porque no se realiza ningún tipo de filtro, la difusión de bulos y falsas noticias contra la candidata demócrata Kamala Harris.
Pero las actuaciones antidemocráticas no son exclusivas de X, sino que alcanzan a Telegram, cuyo dueño fue detenido por las autoridades francesas recientemente y cuya relación con los intereses y capitales rusos parece probada.
Instituciones como la Comisión Europea y algunos Estados como Michigan, Minnesota, Nuevo México, Pensilvania y Washington presentaron sendas quejas a Elon Musk porque estaba publicando información falsa sobre los plazos de las votaciones. En Europa, la Comisión Europea presentó cargos contra X después de una investigación de meses por incumplimiento de la legislación comunitaria sobre redes sociales, ya que la nueva Ley de Servicios Digitales (DSA) obliga a las plataformas a reprimir los contenidos y algoritmos tóxicos e ilegales.
Es probable que sea difícil el control de esta situación, pero la
caída de los medios de comunicación tradicionales no puede dar lugar a la difusión constante de bulos y supercherías que hacen publicidad, en muchos casos de artículos milagrosos –lo que en Estados Unidos llaman aceite de serpiente, lo que vendían los charlatanes de feria en el oeste, tan bien retratados por John Ford y Peckinpah– que los usuarios conscientes califican directamente de estafa.
En consecuencia, pudiera afirmarse que con las tecnologías actuales y a pesar del acceso inmediato a cualquier tipo de acontecimiento, la comunicación no es más cercana, sino que se aleja más fácilmente de la verdad. La sospecha es que esta tecnología, en lugar de facilitar la comunicación, la dificulta.
Entre otras cosas nos obliga a comunicarnos en pocas palabras, pero con frecuencia nos olvidamos de los matices. En términos populares, olvidamos que hay color gris, que los colores no son solo blanco y negro.
Esta realidad no hay quien la pare. Los niños y adolescentes crecen con ella y cada vez más se generan enfrentamientos ideológicos que dificultan y hacen casi imposible el acuerdo
Las redes amplifican y multiplican una polarización que ya está en la sociedad, en las personas. Tenemos que recuperar el diálogo, la capacidad de escuchar al otro. (Manuel Castell, 2024).
@velazquezfj1
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