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Recuerdos del futuro pasado

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Amigo lector, te pido que el siguiente texto que procedo a citar lo puedas leer con detenimiento: “Pero el señor Cartaya pasó como el azar por el telégrafo, se enteró de la verdad y por él la conocieron Sebastián, Panchito y el cura Pernía. Los estudiantes de Caracas, presos desde hacía varias semanas en un campamento cercano a la capital, serían trasladados ese domingo a los trabajos forzados de Palenque. Ortiz estaba en el camino. Un telegrama con la noticia, recibido por el coronel Cubillos la noche anterior, determinaba su agitación de hoy. El autobús no solamente pasó por Ortiz sino que se detuvo frente a la bodega de Epifanio. Era la primera parada desde la víspera, cuando salió de Guatire, mucho más allá de Caracas, con su cargamento de presos. Había atravesado en la noche y a gran velocidad las desiertas calles mudas de la capital. Tomó después el rumbo de los Valles de Aragua, hasta caer en los Llanos dando tumbos, con el motor a toda marcha. El cortejo de automóviles de familiares que intentaron seguirlo había sido detenido en seco por los fusiles de un pelotón de soldados”.

Ese texto no es una crónica de las recientes detenciones arbitrarias efectuadas con posterioridad a las elecciones presidenciales. Es, si se me permite designarlo de esa manera, un recuerdo del futuro. La cita es un extracto de la novela Casas Muertas, de Miguel Otero Silva, en la que se relata la miseria de Ortiz, una pequeña ciudad venida a menos en un país decadente sometido a la satrapía de Juan Vicente Gómez. Un país que se cae a pedazos, con su pueblo atrapado entre la pobreza, la enfermedad y la represión, cuyos gobernantes tienen como única prioridad encerrar a quien alza la voz en un campo de concentración. Ayer Palenque, hoy Tocuyito.

Hace apenas unos días, esa escena supuestamente superada se repitió como déjà vu, muchos autobuses con su cargamento de presos fueron trasladados al penal de Tocuyito junto con una importante vigilancia “militar y policial”. Los familiares intentaban seguir la caravana entre llantos y gritos de madres viendo a sus hijos entrar al infierno en la tierra. Esa mazmorra fue recientemente “remodelada”, una obra civil construida a ritmo frenético, un esfuerzo público digno de mejor causa (como construir un hospital o una universidad). 

¿Por qué se repite la situación? ¿Qué tienen en común Juan Vicente Gómez y Nicolás Maduro? Esas interrogantes no las pueden responder los usuarios de gríngolas ideológicas, bien se llamen militantes de Podemos en España o bien sean los admiradores de Milei en Argentina o sus respectivos fanáticos en Venezuela, para estos Juan Vicente Gómez era un liberal, por la Revolución Liberal Restauradora, y Nicolás Maduro es una referencia del socialismo. Esos “admiradores” perdonan fácilmente la represión, la prisión y la tortura que pueden ejecutar sus ídolos porque son simples daños colaterales o, si acaso, desafortunadas anécdotas en el camino a la tierra prometida por su credo. 

Pero el sentido común nos refiere a la verdad, tanto los presos que iban a Palenque, a principios del siglo XX, como los presos que hoy van camino a Tocuyito, son presos políticos trasladados, con extrema vigilancia “militar y policial”, a un campo de concentración para su “reeducación”. Ellos y sus familias son venezolanos y venezolanas cuyo delito fue no pensar lo mismo que el gobernante de turno. La ideología no puede, no debería, hacernos obviar la humanidad de las víctimas, de las personas que poseen inherentemente derechos humanos, dignidad y dolientes. Aquellos analistas, nacionales e internacionales, incapaces de ver el drama humano provocado por la dictadura, demuestran lo dicho en algún momento por Simón Bolívar: “Talento sin probidad es un azote”.

 

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