Durante el 2022 hemos seguido recorriendo Venezuela como parte de un proyecto de reencuentro con nuestros liderazgos locales, estamos en la calle para ver, escuchar y comprender de primera mano lo que ocurre en nuestro país, estamos trabajando para apuntalar, junto a los líderes locales, el necesario trabajo político en las comunidades que tenga por norte todo un proyecto nacional. Estamos sumando kilómetros en un proyecto nacional por el cambio que queremos todos.
Como parte de este itinerario geográfico y humano, estuvimos en el estado Táchira, para ser más exactos en La Grita, San Cristóbal y San Antonio. Allí compartimos con productores agropecuarios, ONG, periodistas, representantes estudiantiles y de universidades (ULA, UPEL), activistas de derechos humanos, la Iglesia, representantes de partidos políticos, líderes locales, personal sanitario, comerciantes, migrantes y ciudadanos que han aprendido a construir su vida entre ambos lados de la compleja frontera que separa, pero no divide, a Colombia de Venezuela.
Entre los aprendizajes con los que nos quedamos está la problemática que tienen nuestros productores sin acceso a fuentes de financiamientos, las dificultades para trasladar sus productos a través de una infraestructura vial destruida, la complejidad para competir con el agro colombiano que recibe subsidios; como dijo uno de esos productores de La Grita: “aquí nadie nos financia, lo que producimos lo hacemos con pulmón propio y en el camino se han quedado muchos con los brazos caídos, muchos productores quebrados”.
También hemos constatado el abandono del Estado en áreas prioritarias como la educación, la salud y la seguridad, hemos escuchado la queja de la falta de unidad de los líderes de oposición, hemos visto y hablado con compatriotas que siguen saliendo del país empujados por la crisis y hemos constatado que la “aclamada” apertura de la frontera con Colombia fue apenas una puesta en escena: una vez apagadas las cámaras de televisión y finalizado el protocolo de rigor, una absurda burocracia ha mantenido intacto, a efectos prácticos, el cerrojo que separa el libre tránsito de personas y mercancías entre los dos países, para regocijo de las mafias que controlan las trochas. Como nos dijo una paisana de Valencia, que vive del lado colombiano de la frontera: “Puro protocolo, puro engaño, vino un poco de gente para grabar con las cámaras y cuando se fueron todo siguió igual”.
Compartimos esta experiencia porque en estos días el propio gobierno de Colombia, en la voz de su presidente Gustavo Petro, se quejó públicamente y de manera acalorada, sobre la farsa que representó aquel protocolo fronterizo y presionó para concretar un encuentro del más alto nivel con las autoridades del régimen venezolano para lograr, entre otras cosas, un compromiso real para una verdadera apertura de la frontera, en un gesto de autocrítica y honestidad en la mala gestión pública con el que no estamos familiarizados en América Latina, mucho menos en Venezuela.
Como lo dicen las personas con las que hablamos en ambos lados de la línea fronteriza, la verdadera apertura debe trascender el gesto e imponerse, dentro del marco constitucional, una política que acabe con las absurdas exigencias burocráticas que impiden el libre tránsito de ciudadanos y mercancías, debe reconsiderarse los costos impositivos para no castigar a productores, comerciantes ni ciudadanos, debe trabajarse en el sistema administrativo para que los tiempos de entrada y salida del país sean cada vez más breves y logrando que la eficiencia y la legalidad sea el signo que represente la gestión de nuestras aduanas. Además es necesario que en el marco de las leyes y respetando siempre los derechos humanos, los cuerpos de seguridad de los dos Estados se comprometan a combatir las mafias que han crecido gracias al cierre de nuestras fronteras.
A lo largo de los últimos años hemos sido testigos del deshilachamiento del Estado venezolano y hemos comprobado que los espacios cedidos por la autoridad, son ocupados por las mafias que imponen su voluntad sobre los ciudadanos. Ahora existe una oportunidad para recuperar parte de la soberanía perdida en nuestra frontera, una empresa compleja, pero que cuenta con el apoyo del gobierno colombiano, una oportunidad que debe ser asumida por el Ejecutivo venezolano en defensa de los intereses de todos. Es necesario acabar con el poder de los príncipes locales que han crecido a la sombra de un territorio sin ley.
Fueron unas jornadas de trabajo intensas las que vivimos en Táchira, pero regresamos con la certeza de que existe una sociedad que sigue organizándose, apoyando a los liderazgos locales, trabajando por mejores condiciones de vida, con una mirada firme en el futuro sin dejar de trabajar en el aquí y el ahora. Sabemos que muchos venezolanos que desean volver a su país para reunificarse con su familia y luchar por el cambio democrático en Venezuela, un esfuerzo que nos compromete a todos y por el que seguiremos trabajando.
Roberto Patiño es fundador de Alimenta La Solidaridad y de Mi Convive.
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