La pregunta no es qué hay que reconstruir en Venezuela; la pregunta es qué no hay que reconstruir, que pertenezca a la esfera de lo afirmativo.
La reconstrucción debe ser desde los cimientos. En algunos casos con más profundidad que en otros. Pero no hay hueso sano en el país. Lo que sí existe es una devastación general y la metástasis del cáncer de la hegemonía despótica y depredadora, con sus muy útiles satélites.
Mientras más siga activo ese cáncer, peor. Habrá más catástrofe humanitaria, más violencia e irrespeto por los derechos humanos, habrá más arbitrariedad del poder y más desamparo para la nación.
Por el contrario, mientras se logren abrir nuevos caminos para un cambio de raíz, más alentadoras serán las posibilidades de una reconstrucción general de Venezuela.
Pero ello no ocurrirá por ósmosis, sino por la integración efectiva del inmenso rechazo social al poder y un liderazgo que lo represente con verdadero compromiso.
¿Es eso posible? Sí lo es. No estamos condenados a la destrucción de la patria. Merece ser reconstruida con amplitud y decisión.
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