OPINIÓN

Reconocer la derrota es un acto de sabiduría

por Armando Martini Pietri Armando Martini Pietri

La ambición por el poder nubla la mente y anula el juicio. Sin embargo, reconocer la derrota es un acto noble, sabio. En la vida no siempre se gana y aceptar la pérdida es difícil, pero decisivo para el futuro de un líder o su movimiento, al igual que la victoria resonante.

Reconocer la derrota no es señal de debilidad ni un acto de rendición; es un símbolo de madurez, de compromiso con la verdad y el bienestar colectivo. Un ejercicio de responsabilidad, dignidad e integridad y, sobre todo, de visión. Quien se obstina en una causa perdida e ignora la realidad, pone en riesgo su credibilidad y la estabilidad de las instituciones que dice defender. Por el contrario, un estadista que sabe cuándo ceder no solo demuestra juicio y sensatez política, sino también una comprensión profunda de los valores democráticos y del interés público.

El fracaso en reconocer una derrota tiene consecuencias devastadoras. La historia ofrece ejemplos de quienes, por su incapacidad de aceptarla y no reconocer el momento de su declive, han precipitado el colapso y fracaso de su corriente. La negativa a admitir conlleva decisiones erráticas, erosión de la confianza pública, polarización, conflicto, decadencia institucional y, en algunos casos, desestabilización social. En contraposición, aquellos que han sabido retirarse a tiempo, ya sea de una contienda electoral o de una posición de poder, son recordados con respeto por su decoro de anteponer el bien común a la mezquindad.

El proceso de asumir una derrota es doloroso y requiere de un liderazgo firme y consciente de su compromiso. Reconocer que se ha perdido implica aceptar que la democracia es alternancia, y que nadie tiene el monopolio de la verdad o de la legitimidad. Es en este reconocimiento donde se fortalece la institucionalidad y se sientan las bases para futuras victorias. Se ha demostrado que los más sabios no son los que nunca han conocido la derrota, sino aquellos que, habiéndola conocido, han sabido utilizarla como un punto de inflexión para la renovación de su causa y la consolidación de sus principios, en un compromiso con los valores que sustentan una sociedad libre y democrática.

Consentir una derrota no significa rendirse en la lucha por ideales, sino recalibrar estrategias y reconocer la realidad. Además, en una era de polarización política y desinformación, su aceptación es la forma de proteger, salvaguardar la cohesión social. En un mundo de narrativas falsas que se extienden con facilidad, la denegación de un líder a registrar su fracaso aviva tensiones, divide a la sociedad y erosiona la fe en el sistema democrático. En cambio, su admisión honesta y clara, es bálsamo para las heridas sociales y un acto de pedagogía cívica que refuerza la idea de que la política es un servicio, no un medio para perpetuarse en el poder.

Es importante subrayar que reconocer la derrota no significa abandonar la lucha. Al contrario, es el primer paso hacia una recuperación fuerte y estratégica. Quienes aceptan con dignidad tienen la oportunidad de reconfigurar tácticas y destrezas, aprender de sus errores y construir una base más sólida para el futuro. La historia está llena de casos donde quienes reconocieron su derrota, lejos de desaparecer, regresaron con mayor impulso y visión renovada, demostrando que, en la política, como en la vida, perder a veces es solo el comienzo de un nuevo triunfo.

Saber cuándo reconocer que se ha perdido es una virtud política que debe ser cultivada por aquellos que aspiran a liderar. No es un signo de debilidad, sino un acto de respeto hacia los ciudadanos, de valor y sabiduría. En un mundo donde las decisiones de los líderes tienen un impacto profundo en la vida de millones de personas, actuar con responsabilidad y reconocer la derrota en el momento adecuado es, sin duda, uno de los mayores servicios que se puede rendir a la sociedad.

La grandeza de un líder no se mide únicamente por sus victorias, sino por la forma en que maneja sus derrotas. El respeto por el proceso democrático y la aceptación de sus resultados, favorables o no, es lo que distingue a un verdadero estadista de un simple político.

La política no es un juego de suma cero en el que el vencedor lo gana todo y el perdedor lo pierde todo; es, o debería ser, una construcción colectiva donde ganadores y perdedores contribuyen al bien común.

@ArmandoMartini