Todavía no están claras las circunstancias atinentes a la muerte y amputación del meñique izquierdo de Seuxis Paucias Hernández Solarte —la ortografía del primer nombre delata negligencia del registro civil o de la escribanía parroquial: seguramente quisieron bautizarle honrando a Zeuxis de Heraclea y a Paucias de Sición, pintores griegos de los siglos V y IV a.C.; o sea, con apelativos plásticos de postín, pero seseó la pluma—, uno de los cabecillas de la segunda Marquetalia (el otro sería Iván Márquez), facción disidente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo, conocido con el remoquete de Santrich, acaecida en suelo venezolano a manos de soldados del país vecino, según voceros del gang narcoguerrillero acampado en nuestra geografía con aquiescencia y apoyo logístico del gobierno de facto. La poco verosímil autoría responde a una calculada manipulación informativa a objeto de alborotar el avispero de las diferencias y recelos entre la Casa de Nariño y Miraflores, proporcionándole al chavomadurismo un casus belli para justificar una declaración de guerra, orientada a exacerbar el chauvinismo vernáculo, tal hiciese la dictadura militar argentina en 1982, cuando fútbol, tango y asado no eran suficiente sustento del ego rioplatense y decidió invadir las islas Malvinas, generando un desastroso enfrentamiento armado con el Reino Unido. «El patriotismo es el último refugio de los canallas», habría sentenciado el profusamente citado y, sospecho, escasamente leído Dr. Samuel Johnson, «en alusión», puntualizó James Boswell, su celebrado biógrafo, «a quienes exhiben un desmesurado amor a la patria para ocultar sus propios intereses» —Chávez, por ejemplo—. ¡Cuánta razón asistía al polifacético y erudito escritor inglés!
Tampoco están muy claras las motivaciones del Obergruppenführer cebolla al perpetrar un atentado contra la libertad de prensa, ordenando a sus tropas de asalto ocupar la sede de El Nacional. Semejante bellaquería, avalada por jueces venales y el visto bueno de un abogado delincuente, dos veces acusado de homicidio, a quien una inconcebible universidad castrense, la universidad nacional experimental politécnica de la fuerza armada nacional bolivariana (unefanb), otorgó un doctorado honoris causa —las minúsculas no son descuido—, constituye un flaco favor a Maduro con quien el ex número 2 de la jerarquía roja pareciera haber agotado el jueguito del policía bueno y el policía malo. ¿Siembra deliberada de obstáculos en el maltrecho camino a recorrer en procura del «Acuerdo de Salvación Nacional» promovido por la oposición democrática? ¿Sabotaje a los desesperados y vanos esfuerzos del reyecito buscando su legitimación mediante dosificadas concesiones a la disidencia chavistizada? ¿O se trata, y nada de raro tendría, de un vulgar montaje? Julie Chung, subsecretaria encargada de la Oficina de Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado norteamericano repudió el arrebatón del capitán bellaco y advirtió tajantemente: «No puede haber elecciones libres y justas en Venezuela sin libertad de expresión».
Si hubiese intentado ser fiel al hábito de incurrir en digresivos exordios a mis divagaciones dominicales, debí iniciar esta descarga mencionando algún acontecimiento digno de evocarse por su relevancia o significación y no a causa de su efímera actualidad; podría, entonces, aunque sea tarde, referirme en passant a la aclamación de Simón Antonio de la Santísima Trinidad como «Libertador», a su llegada a Mérida, el 23 de mayo de 1813, luego de una campaña calificada de admirable, magnificada con rango de epopeya por quienes cuentan la historia de la emancipación en clave de películas de capa y espada, o cómics de aventuras fabuladas bajo inspiración de esa suerte de hibridación de Pinocho y el barón de Münchhausen llamada Hugo Rafael Chávez Frías. El falso redentor barinés, expresión cabal del más rudimentario de los caudillismos, imaginó un pasado acorde a su vanidad y mitomanía, validando con su ejemplo la «tendencia a fabricar verdades», distintiva del populismo, tal señaló el mexicano Enrique Krauze, historiador, escritor, periodista y director de la revista Letras Libres, en su Decálogo del populismo. El coman cósmico y eterno, a falta de una gesta personal —desde la Academia Militar hasta la chapucera asonada del 4 de febrero de 1992, su hoja de vida es de una pasmosa mediocridad—, inventó un superhéroe devaluado —Bolívar devenido en mediecito, gracias a su narcicismo (el de Hugo, no el de Simón)— y una «verdad bolivariana» a su imagen, delirio y semejanza. Y nos echó un vainón monumental: sus secuaces y herederos compraron el paquete y fundaron en él, y en un peculiar fuero revolucionario, la vocación de perpetuidad del régimen; pero, al ciudadano común, corriente, doliente y pensante, harto de circo tricolor y de comer mierda, perdón, patria, esa narrativa ni le va ni le viene, y seguramente, en vez de aburridas lecturas dramatizadas de Venezuela heroica y Mi delirio sobre el Chimborazo, prefiera contemplar flores y escuchar trinos de pájaros; está en su derecho, y este domingo es día para satisfacerle, porque en fecha como la de hoy, 23 de mayo, pero de los años 1951 y 1958, sobre la base de investigaciones de la Sociedad Venezolana de Ciencias Naturales, proclamaron, oficial y respectivamente, a la orquídea y al turpial flor y ave nacionales. ¿Cuándo proclamarán al tonto nacional?
Hace algún tiempo, cuando votar me parecía una obligación moral inherente al contrato social republicano, a pesar de la tramparencia de Carrasquilla, y todavía el sufragio no había sido envilecido por un poder electoral totalmente subsidiario del ejecutivo, escribí para este periódico un editorial titulado Los idiotas no votan. No me arrepiento de lo allí expuesto, mas, si me tocase opinar sobre su vigencia en la presente coyuntura, me tentaría la idea de suprimir la negación. Solo el tonto del pueblo votaría ahora de buena fe, sobre todo, a la luz de las declaraciones de Enrique Márquez, flamante rector del reencauchado cne y exdirigente de un Nuevo Tiempo, tolda de donde fue aventado en 2018, imputado de «faltar gravemente a la disciplina partidista», en las cuales vaticina «un proceso medianamente transparente». Un rábula jactancioso y vocinglero con ínfulas de jurista soltaría un latinajo del tipo probatio probatissima y uno, esperando oír el viejo axioma «a confesión de parte, relevo de pruebas», diría ¡adiós carajo!; pero, como dice un personaje de la oscarizada película Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia (Alejandro González Iñárritu, 2014): «Cada minuto nace un imbécil. Eso dijo Barnum cuando inventó el circo y nada ha cambiado. Ustedes saben que si producen basura tóxica la gente hará colas y pagará por verla».
Deshojar la margarita electoral y ensimismarse en un hamletiano dilema rumiando el soliloquio de votar o no votar, como si tal alternativa fuese cuestión de vida o muerte, más aún cuando padecemos una inocultable crisis sanitaria y ni siquiera 1% de la población ha sido vacunada contra la covid-19 es, sin querer queriendo, seguirle la corriente al hegemón. El asunto es sufragar solo si, hay la seguridad plena de una jornada comicial incluyente —participación de la diáspora—, imparcial, con un padrón electoral depurado, equidad mediática y la supervisión de organismos internacionales de comprobada solvencia —Organización de las Naciones Unidas, Unión Europea, Organización de Estados Americanos—. Conviene traer de nuevo a colación una sensata apreciación de Octavio Paz: «Una nación sin elecciones libres es una nación sin voz, sin ojos y sin brazos». Una buena forma de poner a prueba su valor axiomático sería estimular a la Venezuela administrada por una dictadura ordinaria postrada a los pies del caimán antillano, y decepcionada de un liderazgo engolosinado con los caramelitos de cianuro de potenciales componendas y chanchullos con una regencia espuria, apriorísticamente dispuesto a pintarle una paloma a las primeras de cambio, a cerrar filas en torno al Acuerdo de Salvación Nacional; la desmovilización y las sanciones lo aconsejan. De lo contrario, y si no queremos padecer de mudez, ceguera y cojera, procede convertir la megamascarada de noviembre en una lotería de animalitos y postular a las gobernaciones, alcaldías y cuerpos deliberantes a burros, jirafas, iguanas, chivos, gallos, culebras y otras especies de mamíferos, aves, reptiles, peces e incluso insectos. Simios ¡no!: hay gorilas y orangutanes de sobra en la fuerza armada y la burocracia bolivarianas. De ser electos, a lo mejor estalla, con la venia de George Orwell, una «Rebelión en la granja», y el despótico puerco Napoleón y sus perros habrán de marcharse con el rabo entre las patas y su música a otra parte, bien lejos del brazo ejecutor de la justicia. A lo mejor. ¿Y qué tal un revocatorio?
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