Todavía hay euforia por el triunfo del 9 de enero en las elecciones convocadas por el CNE para la gobernación del estado Barinas. Ya vendrá la calma y la serenidad para hacer las evaluaciones más concluyentes de esa victoria. Y… probablemente esa felicidad se va a diluir. Ojalá no se transforme en decepción como en otras oportunidades y vaya a formar parte de ese gran inventario que al final impacta en la confianza. Tal como ha sido en estos 23 años de revolución.
Sin embargo, arriba de esa ola emocional, hay realidades que surgen. La primera: en el año 2015 tuvimos otra conquista fundamental que, 7 años después, no ha mostrado resultados visibles importantes para el cambio político que desean los venezolanos. Hablamos de avances significativos más allá del impacto mediático de unos cuadros del comandante, desmontados espectacularmente ante las redes sociales en la Asamblea Nacional, que luego regresaron campantes a su lugar, en el contraataque fulminante del régimen con la instalación de la asamblea nacional constituyente, y que activaron de manera paralela para minimizar el ejercicio soberano del parlamento elegido de una manera legítima. Sobre esa realidad hay también un gobierno interino que ha dejado de lado en resultados el cese de la usurpación del régimen, no termina de asentarse en el ejercicio y ha puesto bien lejos eso de las elecciones libres.
La segunda, Zulia políticamente es más importante que Barinas y sobre esa realidad de la victoria de diciembre pasado no se ha tejido ninguna alfombra de optimismo ni se ha establecido algún diseño político y estratégico que pueda contribuir a la tarea de la unidad. Allí está el gobernador Manuel Rosales, un mes después, ejerciendo su cargo sin ninguna evidencia de estar articulado de cara a una línea que lo comprometa con lo que desea la mayoría de los venezolanos en este momento.
La tercera, Barinas es solo un emblema del chavismo originario que muy bien, en esta victoria opositora, puede servir para que el madurismo pueda cobrar las facturas políticas pendientes, desterrar definitivamente desde la sede familiar en los predios de Sabaneta la divisa y el estandarte del comandante eterno y luego asentarla como lugar del culto -solo eso – en el cuartel de la montaña en Caracas y a partir de allí levantarse definitivamente como la única fuerza dentro de la revolución bolivariana. Así funcionan los camaradas en eso de las revoluciones, las purgas y las sucesiones cuando se conjugan y se valoran el poder y la preservación del concepto político primario, en este caso la revolución bolivariana. Cuando Nikita Jrushchov disparó su famoso discurso secreto ante el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS el 25 de febrero de 1956, denunciando los brutales asesinatos y la era de represión de los treinta años de ejercicio de su difunto camarada predecesor, Iosif Stalin se desmarcó de una era y se abrió en un nuevo camino muy conveniente para su futuro político. Además, desbarrancó el culto a la personalidad y sus consecuencias en la prolongación de la revolución soviética en el poder. Y lo logró. El rudo, ordinario y chabacano campesino y obrero metalúrgico – aún se le recuerda en los sonoros y sorprendentes zapatazos que le dio a su escritorio durante una sesión de la ONU – se mantuvo como primer secretario del comité central del PCUS durante 11 años, por encima de la subestimación personal y política que le hacían propios y extraños. La misma que se le hace actualmente a Nicolas Maduro como cabeza de la revolución bolivariana por la peregrina circunstancia de haber sido chofer de un Metrobús caraqueño. Este lleva 8 años en el poder y sigue contando.
Otra realidad, los apoyos al régimen a nivel nacional están intactos. El poder popular está allí con una importante referencia – el plan de la patria – que les ilumina el camino y con la capacidad de movilización lista para garantizar la permanencia en el poder del régimen, con eso que llaman la fusión cívico militar. La FAN se mantiene aún en el apoyo a la revolución sin que muestre algún rasgo de fisuras o quiebres; y todavía no se ha construido un mensaje eficiente desde este lado, que haya tenido algún eco en la institución. En la subregión hay importantes soportes políticos que se mantienen abrazados todavía al gobierno usurpador que encabeza Nicolás Maduro; y a nivel global Rusia, China, Irán y Turquía se endosan en opiniones cada cierto tiempo para apuntalar a sus camaradas en Miraflores. Y desde Cuba, permanece inalterable el manejo de los hilos políticos que cada cierto tiempo se engrasan y se reafirman con los continuos viajes del usurpador de Miraflores a La Habana. Esa es una realidad categórica.
La cuarta no es una realidad, es una especulación con solidez. El queso de la tostada de esta victoria se le verá en la manera como el liderazgo nacional de la oposición capitalice en un valor absoluto que se llama la confianza, bastante erosionado en los venezolanos a lo largo de estos últimos 23 años de socialismo del siglo XXI. Es una tarea bien cuesta arriba, de cara a los referentes de pifias y de yerros que han hecho más difícil el reencuentro en la unidad.
De manera que en este manejo de realidades sobre esta victoria en Barinas la pelota se vuelve a colocar en el terreno del liderazgo opositor para amarrarse en la emoción que se mantiene específicamente en el tema de la unidad y a partir de allí, establecer una política viable y una estrategia que pueda desarrollarse con la voluntad, el entusiasmo y el interés de la gran mayoría de los venezolanos. Allí hay una expectativa.
Los resultados de Barinas se impusieron por encima de todos los descalabros y errores acumulados, que son visibles y atribuibles al liderazgo de la oposición desde hace 23 años, y también los referentes que se manejan como una línea estratégica del oficialismo para darse legitimidad ante la comunidad internacional y refrescarse con una imagen democrática e institucional, fortalecer la vía electoral en el tiempo y para facilitarse oxígeno de poder en ese mismo lapso. En apariencia está derrotado el régimen en lo que concierne a una entidad federal de 24 que conforman la geografía política de Venezuela, de las cuales 20 son controladas en sus gobernaciones por la revolución roja rojita. También están vencidos circunstancialmente otros factores internos del régimen que ya habrá tiempo para ver pasar sus cadáveres arrastrados por el carromato fúnebre del futuro político.
La pelota está nuevamente en el terreno del liderazgo opositor, pero ya lo saben, hay realidades, pero también hay unas expectativas.