OPINIÓN

Realidad apocalíptica

por Ramón Hernández Ramón Hernández

Nicolae Ceausescu ordenaba el despido de los camarógrafos y fotógrafos que dejaban en evidencia sus 1,65 m de estatura y las manchas que tenía en el lado izquierdo de la cara. Cuando Rumania atravesaba una de las más graves crisis de su historia –apagones, escasez de comida y una casi inexistente atención sanitaria–, Ceausescu se construyó en Bucarest el palacio más grande del mundo, con la más amplia alfombra y la mayor cantidad de adornos por centímetro cuadrado, pero le gustaba que las cámaras lo registraran revisando los planos, conversando con los albañiles y dando órdenes a ingenieros, arquitectos y decoradores.

Fue el presidente de Rumania, el secretario general del Partido Comunista y presidente del Consejo de Estado desde 1967 hasta el 22 de diciembre de 1989, cuando luego de una corta pausa y un breve tartamudeo ante una concentración más de 80.000 personas en la plaza central de Bucarest, se desmoronó todo su poder sobre las masas. El abucheo que inició uno de los presentes bastó para que se multiplicara en segundos y el país que seguía obligatoriamente la transmisión por cadena de radio y televisión escuchara la voz descompuesta y la autoridad perdida de su “conductor”, el remoquete que más le gustaba escuchar, entre más de una veintena que le adosaban los medios.

Rumania siempre fue destino de camaradas venezolanos. Iban a estudiar cine, diseño gráfico y teatro. Los ayudaba el idioma –una lengua romance– y la inmensa cantidad de cosas que compraban con los pocos dólares que recibían de la familia o de la beca del gobierno, casi siempre de una institución cultural o de un ministerio.

Desde el principio Ceausescu se hizo una imagen de independiente frente a Moscú y estaba bien considerado por Occidente luego de haber manifestado su desacuerdo, no rechazo, con la entrada de los tanques soviéticos en Checoslovaquia. Charles de Gaulle y Richard Nixon lo visitaron y lo consideraron un aliado. En la década de los setenta Ceausescu vino dos veces a Venezuela. En la primera lo recibió Rafael Caldera y en la segunda tuvo muchas conversaciones con Carlos Andrés Pérez sobre el nuevo orden internacional. El precio del petróleo empezaba a subir y Rumania necesitaba energía barata para sus proyectos de industrialización.

Los años ochenta fueron duros. Las grandes fábricas que construyó resultaron ineficientes y la producción en el campo no alcanzaba para surtir la mesa de 22 millones de rumanos. Huyendo de la glanost y la perestroika se acercó a Corea del Norte y a China, pero salvo un recrudecimiento en el culto a la personalidad de la pareja presidencial, la situación del pueblo rumano no mejoraba. Cada día eran mayores las exigencias y sacrificios. El control era total. Había un esbirro por cada cinco empleados públicos, cinco vecinos o cinco integrantes del sindicato. Pero los poetas, ay, los poetas, los músicos los directores de teatro tenían que escribir cosas maravillosas sobre Ceausescu y su esposa Elena, la pareja que los conducía al socialismo, al verdadero comunismo, la felicidad.

Por mucho tiempo, las grandes concentraciones de masas, en inmensos estadios o en desfiles a través de la ciudad, sirvieron para incrementar la devoción del pueblo por su líder. Eran verdaderos espectáculos, pero mientras más se apretaban el cinturón menos entusiasmo sentían para gritar loas y mostrar sonrisas de agradecimiento. Todavía no había comenzado la revolución digital, pero los técnicos rumanos sustituían con grabaciones de estudio los gritos de agradecimiento de los participantes en las marcha. Un adelanto de los trucajes de VTV para que sitios vacíos aparezcan desbordados de franelas y gorras rojas y los 173 famélicos milicianos de siempre.

Los ciudadanos, obvio, son más numerosos y fuertes que los usurpadores, pero los pocos que administran y expolian el Estado interceden para que la soberanía popular, el poder de la gente, no se exprese o lo haga de manera manipulada o débil. Los ciudadanos actúan fundamentalmente a través del voto y son muchas las maneras que los autócratas y totalitarios han encontrado para neutralizarlo y convertirlo en representaciones teatrales de mala factura y pésimos actores.

La mejor manera que la ciudadanía tiene de ejercer su poder en situaciones de dictadura es mediante la cooperación inteligente, que es lo que distingue a los humanos de las hormigas y de las abejas, por nombrar dos especies que trabajan en función de su bien común. Para deshacerse de Ceausescu la cooperación funcionó entre un grupo de disidentes del Partido Comunista que estaba bien organizado. Los otros, los que querían libertad y democracia verdadera, se dividían discutiendo sobre la posible invasión rusa, el sexo de los ángeles, el destino de la ayuda humanitaria y las negociaciones. Cuando estornudó la mariposa y el palacio de Ceausescu quedó vacío, los burócratas enriquecidos en las corruptas empresas del Estado se convirtieron en los nuevos mandatarios. No las masas que hicieron huir al conductor. Los segundones tomaron las riendas y se dedicaron a borrar todos los males que cometieron en 45 años, después llamaron a elecciones, a que se expresara la soberanía popular. En sus manos quedó la economía. Vendo volante-cetro de segunda mano.

 

@ramonhernandezg