En ciencia política es un axioma que las autocracias que forman coaliciones reducidas tengan menos probabilidades de fracturas internas que las amplias coaliciones de opositores. No solo cuentan con más recursos, sino que los favores políticos y metálicos se distribuyen entre un menor número de beneficiarios. El politólogo Randall Holcombe sostiene que los gobiernos autocráticos que se apoyan en una pequeña coalición prueban que “malas políticas, es buena política” y “buenas políticas, es mala política”, para los efectos de la sobrevivencia política. Por eso no es extraño que algunos opositores encuentren beneficios cooperando con “malas políticas”, en aras de su propia sobrevivencia.
La gente presume que gobernantes que llevan la paz y la prosperidad a sus naciones sobreviven en el poder más tiempo. La realidad demuestra lo contrario. Los líderes autocráticos en el poder promedian aproximadamente el doble del tiempo que los líderes democráticos. Eso explica el festín de corrupción generalizada que distingue al gobierno bolivariano que incluye a una fracción de la oposición. Esta debilidad moral de opositores durante la ocupación nazi de Francia fue bautizada como colaboracionismo de sobrevivencia.
Henry Ramos Allup, Julio Borges y Manuel Rosales calzan las medidas que en la Francia ocupada definía ese colaboracionismo de sobrevivencia. En Venezuela el G3 ha contribuido, subrepticiamente, a crear una dinámica que ha repotenciado gradualmente al régimen de Maduro y favorecido su propia sobrevivencia política. El tiempo transcurrido bajo la égida bolivariana, socorrida con la prédica de Ramos Allup de doblarnos para no partirnos, ha afectado a muchos opositores en sus lealtades.
Consecuencias inesperadas
La ley de las consecuencias imprevistas o inesperadas es una teoría que fue popularizada el siglo pasado por el sociólogo Robert K. Merton. La teoría postula que algunas decisiones políticas provocan resultados o consecuencias que no son las previstas por una intencionada acción o tienen un efecto contrario al que se pretendía. En la campaña electoral de 1998, por ejemplo, lucía lógico que el soporte de AD y Copei a la candidatura de Salas Römer mejoraría sus oportunidades de triunfo. Se subestimó el alto nivel de desprestigio de estos dos partidos y el refuerzo para detener a Chávez resultó en consecuencias inesperadas.
Con la defenestración de Guaidó el G3 ha subestimado su propio desprestigio, pero abre una oportunidad para que Guaidó y la genuina oposición se diferencie, de una vez por todas, de este sector.
El juego geopolítico
El G3 armó una tramoya con buen timing. La guerra Rusia-Ucrania cambió el orden geopolítico mundial y con ella la urgencia de Estados Unidos de controlar por lo menos una de las 3 más grandes reservas petroleras del mundo. Las otras dos están en Rusia y Arabia Saudí, bajo la influencia de China, el más formidable adversario estratégico de Estados Unidos. El Departamento de Estado encontró pues en los colaboracionistas de sobrevivencia la intermediación necesaria para negociar con Maduro.
Acostumbrados como están a recibir contraprestaciones por su cooperación, les rogaron a los gringos que a cambio no se opusieran a la mil veces soñada salida de Guaidó y el fin del gobierno interino. No se trató pues de una estrategia diplomática de alto vuelo, mucho menos patriótica. Lo acostumbrado, dando y dando.
Guaidó fue seleccionado como presidente de la AN y del gobierno interino hace 4 años por los mismos capitostes que hoy le dan la espalda. Entonces se trataba de un arriesgado desafío al gobierno de Maduro. ¿Por qué Guaidó? Ninguno de los cabecillas de entonces tuvo el valor testicular para asumir ese riesgo, convencidos como estaban, pese a las seguridades que les ofrecía Estados Unidos, que quien fuera designado, sería llevado a prisión. Aculillados, prefirieron probar con el humilde y entonces desconocido diputado de Macuto, Juan Guaidó.
Lo que ocurrió a continuación aún los tienen perplejos y confusos. No le dan crédito a sus ojos. La audaz y valiente decisión de Guaidó lo catapultó a niveles siderales de la política nacional e internacional. Lo vitorean en todas las aldeas y pueblos de Venezuela. Lo recibieron en la Casa Blanca, en el Capitolio, el Palacio del Elíseo de París, el Palacio de la Moncloa en Madrid, en 10 Downing Street de Londres y pare de contar. Desde entonces, los capos del colaboracionismo de sobrevivenciay su entourage, con las vísceras desgarradas por la envidia y el resentimiento esperaron ansiosos esta oportunidad de librarse de él.
Nunca pudieron superar una realidad tan perturbadora; Guaidó devino, por una cobardía de ellos mismos, en la propia encarnación de una versión política tropical magnificada de la Cenicienta. Otro ejemplo de la ley de consecuencias indeseadas o inesperadas. Sustituir ahora a Guaidó por 3 mujeres que residen en diferentes continentes redobla la torpeza y la esencia cobardona que ha invadido el alma atormentada de estos colaboracionistas de sobrevivencia.
«Name recognition»
En esta dinámica geopolítica a Estados Unidos lo mueve el interés, no el amor. Y por interés, no por amor, los diplomáticos del Departamento de Estado se acaban de acoger a Henry Ramos Allup, a Julio Borges y a Manuel Rosales. ¿Satisfechos? ¿Sí?… por ahora.
En el lodazal en que se han metido estos colaboracionistas de sobrevivencia van a tener muchas dificultades para darle alguna dirección coherente a ese cuerpo amorfo con cabezas asentadas en diferentes puntos del planeta. La ventaja de Guaidó es que cuenta con un factor político crucial que los anglosajones llaman “name recognition” o “reconocimiento de nombre”, un elemento que solo lo fragua el tiempo. Estos 4 años de interinato han servido para darle a Juan Guaidó la imagen, el rostro y la genuina representación de la oposición democrática en Venezuela y en el mundo. Un capital político inconmensurable que ningún otro político en la historia moderna de Venezuela ha tenido la suerte de disfrutar.
En estas circunstancias la dinámica política y los eventos conducirán a que los que ahora disienten o se oponen a Guaidó encuentren razones pragmáticas para evitar que estos colaboracionistas de sobrevivencia se salgan con la suya y sigan cooperando con esta horda de facinerosos bolivarianos que quieren perpetuarse en el poder.
Una investigación, con el respaldo de tres experimentos de laboratorio, publicado en el American Journal of Political Science por las politólogas americanas Cindy D. Kam y Elizabeth J. Zechmeister, muestra el impacto que genera en unas elecciones el “reconocimiento de nombre”. La investigación concluye que el efecto del reconocimiento de nombre en el apoyo de una candidatura es de una evidencia tan sólida que, incluso, disipa la proyección del titular del cargo, bien sea un presidente, un gobernador o un senador, con quien se dispute la elección.
Desperdiciar este factor crucial por resentimientos, que igualmente perturban a muchos no comprometidos con el colaboracionismo de sobrevivencia, es torpe. A Henry Ramos Allup, Julio Borges y Manuel Rosales se les presentará otro serio problema. ¿Con quién enfrentar a Juan Guaidó para ayudar a hurtadillas al gobierno de Maduro?
Cualquiera que sea el candidato que los represente deberá asumir públicamente y como propio el repugnante muladar que han acumulado estos años los colaboracionistas de sobrevivencia.
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