Me pregunta una persona amiga por qué la sociedad venezolana acogotada por un régimen político corrupto y cruel no actúa para expulsarlo. Esta es una pregunta que yo también me he hecho repetidamente y he llegado a pensar que se debe al menos a tres razones fuertemente enraizadas en nuestra historia.
La primera razón tiene su origen en la Colonia, con la intensa lucha por la igualdad social iniciada por los pardos, el gran mestizaje venezolano, un anhelo de estatus y reconocimiento social que persiste hoy en día. Esa lucha ha exacerbado la tendencia del venezolano a exigir derechos, con el olvido del reconocimiento de sus deberes ciudadanos, lo cual es indispensable para el progreso de la comunidad. El mediocre y facilista liderazgo político que hemos tenido durante gran parte de nuestra historia ha contribuido a ese astigmatismo social. La Constitución de 1999, ese ladrillo de 350 artículos, muchos de ellos incumplibles, garantiza los derechos de los venezolanos en múltiples lugares del texto, pero rara vez menciona sus deberes. Le da al venezolano lo que él, ella quiere oír, es decir: no tienes que hacer nada, te lo daremos todo. Esta demagogia ha contribuido al individualismo egoísta caricaturizado por el “cómo quedo yo ahí” o “si no se meten conmigo, yo estoy bien”.
La segunda razón tiene una raíz histórica en la etapa independentista, la cual fue una epopeya con episodios heroicos, que han dado origen a un justificado orgullo nacional, pero, también, a una admiración por el hombre armado, a caballo, por el hombre fuerte, simbolizado por el culto a Bolívar. Ese culto a Bolívar se ha ido transformando en una admiración mezclada con el temor reverencial por el poder. Y en Venezuela el poder ha sido el gobierno, es decir, el autócrata, léase nuestros Gómez, nuestros Chávez o nuestros astutos e ignorantes Maduros apuntalados por las armas de un ejército traidor y prostituido.
La tercera razón es moderna, data del siglo XX y tiene que ver con la aparición del petróleo y, por supuesto, con el fabuloso ingreso petrolero que rebasó todos los niveles durante los años de poder casi absoluto del paracaidista de Barinas. Ese ingreso petrolero, durante buena parte del siglo XX, fue mucho más cuantioso que la población, por lo cual dio a los venezolanos la falsa impresión de que sería eterno y remplazaría para siempre la necesidad de trabajar. El liderazgo político que manejaba ese ingreso, de manera demagógica/populista, se encargó de hacerle creer al pueblo que el Estado benefactor proveería. Ello pareció hacer innecesario el aporte ciudadano a la comunidad, reemplazándolo por la acción paternalista de un gobierno que, eso sí, exigía lealtad política a cambio. Aún hoy, en un país en ruinas, el grueso de los venezolanos aguarda, esperanzado, su caja de comida y su pernil navideño y cuando sale a protestar es porque el dinero no le alcanza para vivir, pero no para pedir democracia y libertad, conceptos anhelados pero vistos como muy abstractos.
La combinación de estos tres factores históricos arriba mencionados ha creado una sociedad venezolana que hoy en día –a pesar de poseer meritorios, pero relativamente pequeños bolsillos de buena ciudadanía– no es mucho más que un gentío, un agregado de habitantes que está lejos de ser una comunidad en la cual cada individuo piense que el bienestar colectivo tiene al menos tanta prioridad como su propio bienestar individual. Esta actitud cívica es escasa en Venezuela.
Pero, es esencial
Ninguna nación, ninguna, ha podido prosperar si no posee una masa crítica de buena ciudadanía activa. No importa que tenga mucho petróleo o algún otro recurso material. Podemos ver que –durante el chavismo/madurismo– Venezuela ha estado sentada sobre reservas cuantiosas de recursos sin saber, poder o querer desarrollarlos para el beneficio de los venezolanos. Cada día que pasa esos recursos, como el del petróleo pesado de la faja del Orinoco, se hacen menos valiosos, dada la tendencia al remplazo de los hidrocarburos fósiles por fuentes más limpias de energía. En cambio, Japón, Suiza, Uruguay, los países nórdicos, Costa Rica, aún sin poseer recursos materiales de magnitud han logrado buen progreso porque poseen una masa crítica de buena ciudadanía que les permite una adecuada utilización de sus recursos y donde los remeros reman en la misma dirección.
Eso se puede hacer en Venezuela, una vez que se vayan los bárbaros y entren al gobierno líderes con visión de largo plazo y de grandeza. Ese liderazgo existe, aunque no lo parezca actualmente. Ese liderazgo aún no ha emergido, pero lo hará. Si esto no sucede y no se crea en Venezuela una masa crítica de buenos ciudadanos activos que reemplace la languidez y lasitud del venezolano de hoy, si no ponemos en marcha programas de educación en valores que transformen su deficiente perfil ciudadano, no podremos salir del pantano de la mediocridad.
Esa es la verdad desnuda, sin afeites.