El doctor Rafael Moreno, destacado venezolano, nació el 21 de octubre de 1910 en Juan Griego y se trasladó a Caracas siendo aún un niño. Su profundo interés por el derecho, la justicia y la música marcó su camino hacia una vida virtuosa. Además de graduarse como abogado y doctor en Ciencias Políticas en la UCV, se destacó como investigador y escritor en temas legales, siendo reconocido por sus numerosos trabajos inéditos.
La música fue una pasión constante en la vida del doctor Moreno. En su casa de El Bosque, Cimasol, recibía clases de requinto y guitarra todos los sábados, de manos de amigos cercanos como Dámaso García Berbín, su hermano Pascual García Berbín y Francisco Carreño Delgado, quienes formaron el famoso trío Cantaclaro en la isla de Margarita en 1940. Este grupo se trasladó luego a Caracas, donde alcanzó fama y mucho éxito. Dámaso García Berbín fue un gran compositor, entre sus piezas más conocidas están “Polo margariteño” e “Isla de Margarita”.
Mi encuentro con el doctor Moreno se remonta a mi época de estudiante de Derecho en 1964. Para ese entonces, ya ejercía un papel destacado como responsable de la dirección de justicia y registro público a partir de 1959, bajo la presidencia de don Rómulo Betancourt. Su serenidad y su profundo conocimiento del ser humano fueron para mí como un espejo, especialmente en un momento de pérdida familiar y decisiones cruciales sobre mi futuro. Fue durante esa etapa cuando opté por seguir sus consejos y hacer una pasantía en el juzgado octavo penal, bajo su guía, además, también con su valiosa orientación, asumí el rol de jefe de archivo del registro principal de Caracas en 1965. Así nació una amistad con la cual me honró hasta el final de sus días.
Mi vínculo con el doctor Moreno fue sincero, directo y familiar; siempre fue afectuoso, como un verdadero Pater Familias. El 8 de agosto de 1966, el día de mi graduación como abogado, estuvo a mi lado a las 10:00 am en el Aula Magna de la UCV, junto a mi querido padre Juan José Ávila Guerra, mi tío Rafael Ávila Guerra, todos mis hermanos y un gran amigo de la familia, don Celestino Brito. En los días siguientes, le expresé mi gratitud por acompañarme, y él compartió conmigo extensamente sobre su trayectoria en el Poder Judicial, la confianza depositada en él por presidentes como Rómulo Betancourt, Raúl Leoni y Rafael Caldera. Me comentó con satisfacción que siempre mantuvo la lealtad hacia estos tres grandes demócratas, gracias a su conducta austera y familiar. Cuando hablamos sobre mis planes futuros, mencioné la posibilidad de unirme a mi familia en Margarita, pero él sugirió que considerara quedarme en Caracas para continuar con mi doctorado. Sus consejos paternales y amistosos resonaron en mí cuando señaló que podía seguir en el Poder Judicial como juez tercero de instrucción en lo penal y tránsito en Los Palos Grandes.
En el momento de mi juramentación como juez, el doctor Moreno me transmitió unas palabras que siempre han resonado en mi memoria. «Virgilio, ser juez es algo comparable solo con Dios», con lo que remarcaba la monumental responsabilidad que recae sobre los hombros de un juez en cuanto a la libertad y la integridad de las personas. Esta reflexión y advertencia se convirtieron en un faro que guió mi carrera judicial desde 1966 hasta 1974, tiempo en que me desempeñé como juez de instrucción, juez de menores y juez nacional de hacienda. Fiel a este principio, procuré honrar su legado.
Como juez, tuve el privilegio de entablar relaciones y conocer a destacados abogados de la época, entre ellos el doctor José Rafael Mendoza, el doctor Rafael Naranjo Osty, el doctor Morris Sierralta y su hijo Morris José, el doctor Ramón Carmona Vázquez, el doctor Raymond Aguiar Guevara, el doctor Arnoldo García Iturbe, el doctor Rafael Pérez Perdomo, el doctor Reinaldo Gadea Pérez; así como mi profesor Isidro de Miguel Pérez.
En el hogar del doctor Moreno, donde compartía momentos con su familia, tuve el placer de conocer a sus amigos más cercanos, como el siempre afable doctor Edgar Sanabria, el ingeniero Arturo Valery Pinaud, un amigo y hermano de toda la vida, así como el doctor José Ramón Medina, el doctor Constantino Valero, el doctor Marco París del Gallego y el doctor Hermógaras Aguiar.
Doña Magdalena Marimón de Moreno irradiaba cordialidad y afecto, recibiendo a todos con los brazos abiertos en su hogar. Su pasión por las flores se reflejaba en los hermosos arreglos que adornaban muchas iglesias. Fue una compañera entrañable e inseparable para el doctor Moreno, y demostró siempre un amor profundo por sus hijas: Cira, Magda y Marisol, quienes siguieron los pasos de su padre en el campo del derecho. Cira destacó como litigante, Marisol demostró ser una excelente jueza especializada en derecho familiar, mientras que Magda se destacó como penalista y criminóloga, convirtiéndose en un pilar fundamental y consejera de la Fiscalía General de la República durante muchos años.
El doctor Moreno siempre cuidó con esmero a sus hijas y demostró una profunda confianza en aquellos en quienes depositaba su aprecio. Recuerdo con cariño el día en que le expresé mi deseo de que Magda, entonces estudiante de Derecho, pudiera colaborar conmigo en el tribunal. Su confianza en mí fue tal que aceptó de inmediato, y la emoción de Magda aún permanece en los recuerdos.
En una ocasión lo acompañé en una visita anunciada al presidente Raúl Leoni, gran amigo suyo. Juntos nos dirigimos a la Quinta Puedpa en la urbanización El Cafetal, donde la reunión resultó ser tanto fructífera como memorable para el buen funcionamiento del Poder Judicial. También tuve el honor de acompañar al presidente Carlos Andrés Pérez en una visita al doctor Moreno, por quien siempre mostró gran afecto y distinción.
Una de mis primeras acciones como ministro de Relaciones Interiores fue condecorar al doctor Moreno con la Orden del Libertador, junto a otros distinguidos venezolanos. En ese día, sentí una profunda gratitud hacia uno de los hombres que más pasión demostró por las instituciones de nuestro país. Fue alguien que no solo me brindó orientación, sino que también abrió el camino para mi desarrollo como ciudadano comprometido con el servicio público. A él y su distinguida familia, les estaré eternamente agradecido.
Y en lo que respecta a su aporte al país, es un acto de justicia rescatar su figura y así honrar a este virtuoso y gran venezolano. Fue y sigue siendo un verdadero símbolo de honor y virtud. Su memoria perdurará como ejemplo de integridad y dedicación al servicio público y de manera especial, al poder judicial, sostén de un necesario Estado de derecho.
Quiero suscribir las palabras de nuestro Libertador Simón Bolívar: “La Justicia es la reina de las virtudes republicanas y con ella se sostiene la igualdad y la libertad”.