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Quincalla de presos

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El régimen acaba de sacar de la cárcel al mayor general del ejército Miguel Rodríguez Torres. Le abrió las puertas de la libertad y lo envió desterrado a España de la mano del expresidente José Luis Rodríguez Zapatero. Casi desde el mismo anuncio de la liberación se desencadenó una de las tantas y acostumbradas batallas verbales dentro de la oposición por las posiciones encontradas del carácter de preso político adjudicado al exintegrante de la nomenclatura roja rojita. De un lado se ubicaban quienes se manifestaban en contra de la venganza, a favor del perdón y de la exclusión del resentimiento hacia los antiguos camaradas caídos en desgracia ante la revolución bolivariana y, en la acera opuesta, quienes argumentaban a favor de la justicia, del no a la impunidad y fundamentalmente del seguimiento de una línea de coherencia en la ruta de oposición y sus lideres. En eso de la calificación del enemigo del régimen que usurpa el poder desde el palacio de Miraflores, hay una tendencia de abrirle las puertas de la casa opositora a todos los rojos expulsados sin hacer ningún tipo de valoración, sin estimar los daños hacia lo interno de la causa y menos, sin hacer los cálculos políticos de los aportes que se le hace al proceso para llegar a un cambio democrático en Venezuela; y por último sin ponderar los réditos hacia la democracia, la Constitución Nacional, la paz y la unidad de la nación tan aporreados en estos años de revolución. Basta que sea enemigo –no importa por qué- de la banda criminal asentada detrás de las rejas del palacio presidencial para darle el beneplácito del grupo y el visto bueno corporativo. Según esa postura todos suman, olvidándose en esa matemática política miope y oportunista que hay guarismos con signo negativo. Antes de eso ya se le había colocado la banda de preso político y con ello se arrimaba a las cuentas de la disidencia todas las facturas de la justicia que aquel tenga pendientes para defenderlo a ultranza y sin medir consecuencias. Con eso se le endosa a la trayectoria opositora todo el prontuario criminal, independientemente de la gravedad de las causas. Sean de derechos humanos, de delitos comunes o los relacionados con la patria y la Constitución Nacional. Un borrón y cuenta nueva político muy emocional, como quien entra de shopping a una quincalla muy bien surtida, donde hay de todo, y nos llevamos la mercancía que nos ofrece el bodeguero oficial y después, a esa mercadería política le damos el privilegio de hacer parte de la cúpula del liderazgo opositor para que le trace líneas estratégicas a sus viejos enemigos, le establezca planes y los conduzca a la patria nueva. Son cosas de la quincalla establecida en las mazmorras de la revolución; donde hay de todo y para todo, siempre que se siga la línea que grafica el régimen.

La liberación se está mercadeando extraoficialmente como parte del proceso de diálogo que se hizo recientemente en México entre el régimen que usurpa el poder en Venezuela y un sector de la oposición con el que se ha venido negociando desde hace un tiempo. El tema de los presos políticos es uno de los que se ha llevado a la mesa de las discusiones, sin asignársele la debida prioridad ni importancia, por debajo de otros con menor peso dentro del interés de la sociedad civil y seleccionados por la parcelada representación de la oposición. Como quien elabora la lista para las bagatelas y las menudencias, en el anaquel de los presos políticos se le ofrece a la demanda de los negociadores un amplio mostrador de opciones, para aquella selección que se ajuste a los encargos de sus planes. Y aquí si nos referimos a los planes de los negociadores opositores.

Las cárceles rojas son una suerte de tienda china, donde cada cierto tiempo se acercan gobierno y oposición a ver la mercancía en oferta. En un amplio paredón se despliega a colores y numeradas las fotografías de todos los presos políticos en el país diferenciadas muy bien entre civiles y militares, causas, años y nombres que remiten a operaciones y movimientos militares o civiles destinados a la obtención del poder político en Venezuela. Algunas caras son conocidas mediáticamente otras simplemente se diluyen en el tiempo y en la cantidad de eventos suscitados. Ha corrido mucha agua bajo el puente de las luchas por la recuperación de la vigencia de la Constitución Nacional. El coronel (GN) José Jesús Bustamante Gámez, capitán de navío Luis De la Sotta, general de brigada (GN) Héctor Hernández Da Costa, coronel (GN) Oswaldo García Palomo, general de brigada (GN) Ramón Lozada Saavedra, el exdiputado Juan Carlos Requesens, el periodista Roland Carreño, el activista Javier Tarazona se alcanzan a observar nítidamente en un rápido paneo del muro. Las imágenes de los policías metropolitanos, detenidos por los hechos del 11 de abril de 2002, Erasmo José Bolívar, Héctor José Rovain, Luis Molina Cerrada ocupan un lugar privilegiado en la muralla. Al lado está la foto del teniente coronel (Ej.) Igber Marín Chaparro y de Juan Bautista, Otoniel y Rolando Guevara; y al mismo nivel el capitán (GN) Juan Carlos Caguaripano y eso obedece a una razón muy importante del régimen. Lo extenso de sus prisiones deben de servir de escarmiento en cada uno de sus sectores. No son negociables y no están disponibles para ningún canje. Son las joyas de la corona en chirona solo para recrear la vista en el mensaje que se envía. Todas se acompañan con el resumen convenientemente inducido de las operaciones y movimientos que obligaron, según el régimen, a su encarcelación. 11 de abril de 2002, Operación David en el fuerte Paramacay, el caso de Danilo Anderson, el movimiento 1-2015, el intento de secuestro a Diosdado Cabello, y una larga cuenta de operaciones y movimientos: Magnicidio con un dron, Gedeón I y II, Armagedón, Honor y Gloria, Constitución, Libertad, Vuelvan Caras, el levantamiento de Cotiza, Jaque Mate, Jericó, Victoria I y II, transición a la dignidad de un pueblo, etc. En ese largo tabique frente al cual se negocia la suerte de Venezuela desde Noruega, México o cualquier isla del Caribe hay todo un memorial de iniciativas para la recuperación de la democracia y la libertad de Venezuela con 140 retratosde civiles y 104 militares que verdaderamente honraron con su esfuerzo en la lucha por el cambio político en Venezuela. Allí hay toda una categoría de presos políticos.

Esa extensa lista y parte, que la revolución mantiene en las distintas ergástulas distribuidas en todo el territorio nacional, donde sobresale La Tumba, Ramo Verde, La Pica y Santa Ana, abriga suficientes expedientes con verdaderas calificaciones de presos políticos para bregarlos e interceder por su libertad a través de una ley de amnistía o una medida de gracia que surja de una negociación pensando en la paz y la reconciliación de Venezuela. Una decisión así evita la inevitable batalla campal inducida e inútil dentro de la oposición, cuando sin profundizar de lado y lado se acuerda abrir los barrotes para los Petróleo Crudo del periodo del general Medina Angarita o los Barrabás de los inicios del periodo democrático.

Ese cuentagotas emocional que cada cierto tiempo fluye desde el régimen cuando se abren las rejas de las cárceles en yunta con los negociadores de la oposición, se administra con criterio de valeriana y toronjil para la calle y la revuelta, a sabiendas de que una oleada de protesta como la del 23 de enero de 1958 o la del 11 de abril de 2002, se lleva por delante a la revolución y a quienes simulan oponérsele. Por eso, las boletas de libertad no son para los policías metropolitanos que llevan 20 años presos, ni para los Guevara, ni para el capitán Caguaripano, ni para el comandante Marín Chaparro, ni para el exdiputado Requesens, ni para el activista Tarazona, entre otros; son para que agarren calle quienes también aparentan ser presos políticos.

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