Quizás uno de los momentos más trascendentales en los episodios que rodearon la designación de Guaidó como presidente de la Asamblea Nacional sea el episodio que permitió a un militar joven conocer que las decisiones en la República las toman los civiles. Este episodio es de una gran riqueza porque el militar actúo como quien por primera vez en su vida profesional oye una orden distinta a la que indica la obediencia, la verticalidad que rige en los cuerpos armados, la que ordena someter al civil en defensa de una ideología e imponer el orden.
En esta escena vimos cómo el militar desgranaba al caletre los mandatos que había recibido de su comando, lo instaban a asumir el poder de decidir quiénes entre los diputados electos podrían entrar a su sede natural. Se puede deducir que el militar obedecía, no razonaba, jamás debe haber pensado ni oído que quienes deciden son los civiles. De allí la estupefacción y sorpresa del militar al recibir la fuerza del mensaje de Guaidó “Tu no decides quién puede entrar”.
Tenemos que concluir amargamente que el militar actuó según la enseñanza que ha recibido en la última década, la que repite el irresponsable Vladimir Padrino en cada acto militar: “Viva Chávez y el socialismo”.
No sé a ciencia cierta dónde adquirió Padrino esa formación comunistoide, o si solo es defensa de privilegios que le ha permitido convertirse en un nuevo millonario petrolero, conjuntamente con los miembros del corrupto “Alto Mando Militar”.
Puedo imaginar la cara de estupefacción del militar increpado por Guaidó, nunca pensó que la orden de sus superiores era una prueba clara de violación de los derechos y obligaciones establecidas en la Constitución que pauta al militar proteger, cuidar a los ciudadanos, velar por su integridad, sin importar el color político de los individuos, grupos o localidades bajo su responsabilidad (Arts. 328 y 330).
Los militares no sirven a una ideología, trabajan para la ciudadanía. Esta reflexión nos lleva a pensar la enorme responsabilidad que tiene el liderazgo nacional en la misión de reeducar a los militares venezolanos, catequizados durante 20 años por cubanos, como defensores del socialismo, cultores ciegos de la memoria de Hugo Chávez, quien supo muy bien que a los militares había que dominarlos insuflándoles ideas comunistas, no solo doblegándolos por la fuerza.
Esta convicción cambia por completo nuestra visión de la relación civil-militar y permite comprender por qué no han reaccionado frente a la crisis que sufre el país, al sufrimiento de sus paisanos, a la infancia acosada por la desnutrición y el abandono. No reaccionan porque aceptan sin duda alguna la corrección de las órdenes de sus jefes, jamás piensan que puedan estar equivocados, que violan la Constitución.
El reto ahora es cómo transmitir nuevas ideas, cómo lograr que recuperen los niveles de conciencia desperdiciados, que puedan valorar la democracia, la libertad y el respeto al ciudadano.
El enfrentamiento de Guaidó con los militares pareció una reedición de aquel otro ocurrido el 8 de Julio de 1835 cuando Vargas, electo por sufragio y Carujo militar, escenificaron un debate histórico. Allí, Carujo increpa al presidente electo: “Señor doctor, usted sabe ya del pronunciamiento. Evítenos los males tremendos que pueden sobrevenir. Los gobiernos son de hecho”. Vargas responde: “Permítame usted, el gobierno de Venezuela no es de hecho; la nación se ha constituido legítimamente y establecido su gobierno, hijo de un grande hecho nacional y de la voluntad de todos, legítimamente expresada”. Nace allí la consigna que tanto hemos oído y que hoy podemos calibrar en justa medida: Carujo: “Este será más tarde un hecho nacional. El mundo es de los valientes”. A lo que Vargas responde: “No, el mundo es de los justos: es el hombre de bien y no el valiente el que siempre ha vivido y vivirá feliz sobre la tierra y seguro de su conciencia”.
Podemos pensar que hemos retrocedido a 1835, pero también mirar el lado positivo que significa comprender que la postura militar en su apoyo irrestricto a la dictadura no es una muestra de envilecimiento, falta de conciencia y solidaridad con sus compatriotas y aceptación del dominio del régimen cubano detestado por el mundo libre. Tal como se pregunta uno de los antiguos defensores del régimen, hoy en rebeldía: ¿Cómo pueden aceptar los propósitos del gobierno los comandantes de Guarnición que saben cómo sufre el pueblo sin rebelarse?
Las Fuerzas Armadas son una institución cuya columna vertebral es la disciplina y la obediencia, condición que ha sido utilizada perversamente por Chávez, Fidel y sus acólitos, torciendo las enseñanzas de nuestros jóvenes militares y colocándolos bajo el dominio de una ideología depredadora de la condición humana y de la libertad. Frente a esta realidad surge una gran oportunidad, los militares jóvenes que se han formado bajo los designios socialistas merecen la oportunidad de aprender el rol de los hombres armados en la defensa de ciudadanos libres y responsables. Toca al liderazgo, siguiendo el ejemplo de Juan Guaidó, enseñar a los militares quién decide en este país.