Las guerras se sabe cómo comienzan, pero nunca cómo terminan. De momento la invasión de Ucrania parece ofrecer el inquietante balance de que el Goliat ruso se lleva por delante al David ucraniano. La ventaja de estos últimos es que tienen la fe y la fortaleza de su patriotismo, que ha aflorado de manera ejemplar y está asombrando al mundo. Está protagonizando una resistencia con la que Putin y su Estado Mayor no contaban. Como tampoco contaban con la reacción, aunque lenta, muy determinada de la UE y de muchos países que han decidido romper su neutralidad histórica para sumarse a la causa ucraniana. En las guerras, como en las pestes, surge lo mejor y lo peor de la condición humana. Entre los aspectos admirables que estamos conociendo se encuentra el ejemplar comportamiento, y compromiso con su país, del presidente Zelenski. Como también es muy alentadora la corriente de fondo que se está registrando en toda Europa, especialmente entre los jóvenes, de concienciación de que no todo son redes sociales, videojuegos o frivolidades varias. La juventud europea quiere un mundo mejor, legítima aspiración, pero ya se sabe que no se logra con flores en las plazas y sones de guitarra al aire. Ya han visto el rostro del terror. Insisto, hay una corriente de fondo entre la ciudadanía europea que debe movernos a la esperanza. No sabemos quién ganará esta guerra. No sabemos si Rusia fracasará en su invasión. Lo que sí ya nos consta es que comienza un nuevo tiempo para la reflexión acerca de la importancia de preservar los valores de la democracia liberal, que tanto bienestar nos ha traído.
Artículo publicado en eldebate.com