Dos factores determinan cómo las personas se formarán un concepto sobre ti, uno tu comportamiento, y el otro, por cómo te expresas
Dependiendo de la actitud que tengamos, afectaremos la forma en que interactuamos y nos comportemos en diferentes circunstancias, influyendo tanto en las relaciones interpersonales como en nuestro bienestar general. La actitud se trata de cómo nuestras creencias crean una proyección, una disposición mental y emocional que influye en cómo respondemos a los seres queridos, a la familia, los amigos, vecinos, compañeros de trabajo, a las situaciones, o a las cosas u objetos en nuestro entorno. Lo que a su vez, les creará a los demás una imagen de quienes somos.
Una persona «mal hablada» es aquella que utiliza un lenguaje vulgar, ofensivo o grosero con frecuencia. Esto incluye el uso de palabras o expresiones inapropiadas, insultos y términos despectivos, incluyendo generalmente mentiras o informaciones falsas, que pueden ser considerados irrespetuosos o dañinos para los demás. A menudo buscan llamar la atención o manifestar su descontento con las normas sociales aceptadas. Este tipo de lenguaje puede reflejar una falta de autocontrol, respeto o consideración hacia quienes lo rodean y es resultado de una actitud negativa provocada por conductas y hábitos adquiridos, un ambiente social donde se normaliza y perdura esta conducta o de una postura defensiva y hostil hacia los demás.
El caso de Emilio
Emilio: Hola, doctora. No sé cómo empezar, pero últimamente siento que algo me está afectando todas las áreas de mi vida. Me siento atrapado y no sé cómo salir de esto.
Psicóloga: Hola, Emilio. Me alegra que estés aquí. Cuéntame un poco más, ¿en qué aspectos de tu vida notas más esa actitud negativa?
Emilio: Pues… prácticamente en todo. Con mi familia, me siento constantemente irritado y termino discutiendo por cualquier cosa. Con mis amigos y compañeros de trabajo, siento que no me entienden y no me interesa escuchar lo que tienen que decir. Incluso con mi novia, me siento distante y me molesta cuando no estamos de acuerdo… Y en las redes sociales, no puedo evitar responder de forma agresiva o ver siempre el lado negativo de lo que otros publican. También, a veces miento o invento cosas solo para tener la razón.
Psicóloga: El problema es que mantener esa actitud no solo te lastima a ti, sino también a los demás. Cuando insultamos o mentimos para ganar, estamos dañando nuestras relaciones y reforzando patrones de comportamiento que a largo plazo nos aíslan y nos hacen sentir insatisfechos. ¿Has notado cómo estas actitudes han impactado tus relaciones?
Emilio: Sí, mucho. Mi novia ya no quiere hablar conmigo cuando estamos en desacuerdo porque dice que me vuelvo muy agresivo. Mis amigos han dejado de confiar en mí, y mi familia simplemente me ignora cuando empiezo a discutir. Incluso en las redes sociales, siento que la gente me evita porque siempre busco conflictos.
Psicóloga: Parece que te sientes muy frustrado y que tu actitud se manifiesta a través del pesimismo y la hostilidad. ¿Crees que hay algo que esté desencadenando estos comportamientos?
Emilio: No lo sé… Siento que todo está mal y me cuesta ver el lado positivo de las cosas. Cuando alguien me dice algo, inmediatamente creo que me están atacando o que no tienen razón. Me he vuelto muy crítico y no puedo evitar ver problemas en todo, incluso cuando la gente intenta ayudarme o darme un consejo.
Psicóloga: A partir de aquí, podemos trabajar en desarrollar respuestas más constructivas y menos reactivas. Una técnica que podemos usar es la pausa consciente, que consiste en que cada vez que sientas la necesidad de insultar o mentir, detente un momento, respira profundamente y pregúntate, «¿Esto realmente me ayudará a resolver la situación o a sentirme mejor a largo plazo?», además, trabajar en la empatía puede ser muy útil. Trata de ponerte en el lugar de la otra persona y pregúntate cómo te sentirías si alguien te hablara de la misma manera. Esto puede ayudarte a moderar tu tono y a conectar de forma más auténtica.
Emilio: Suena difícil, pero puedo intentarlo.
Psicóloga: Lo que describes es muy común cuando nos encontramos atrapados en una mentalidad negativa. A veces, nuestro cerebro se acostumbra a enfocarse en lo malo y terminamos reforzando esos patrones de pensamiento. ¿Has notado si hay algo que desencadene esa actitud, como situaciones de estrés, inseguridad o miedo al cambio?
Emilio: Sí, creo que es el miedo… porque todo cambia muy rápidamente. Siempre he tenido la idea de que las cosas deberían ser de una cierta manera, y cuando no es así, me siento frustrado y no sé cómo reaccionar.
Psicóloga: Eso tiene sentido. La resistencia al cambio es un componente importante de la actitud negativa. Es natural que busquemos estabilidad, pero a veces esa necesidad de control puede llevarnos a una visión rígida del mundo, lo que dificulta nuestra capacidad de adaptarnos a las nuevas situaciones. Además, la forma en que interactuamos con los demás puede retroalimentar este comportamiento, ya que tendemos a buscar sólo lo que confirma nuestras creencias y rechazar lo que no.
Emilio: Sí, es como si buscara problemas donde no los hay. Incluso cuando todo va bien, mi mente siempre encuentra algo negativo.
Psicóloga: ¿Y cómo te hace sentir eso, Emilio?
Emilio: Me siento cansado y desconectado de los demás. A veces me pregunto si es normal sentirme así o si estoy siendo demasiado duro conmigo mismo y con otros.
Psicóloga: Es un paso importante que te des cuenta de cómo te afecta esta actitud. Aceptar que estás siendo duro contigo mismo y con quienes te rodean es el primer paso para comenzar a cambiar. El hecho de que estés aquí y que reconozcas esta situación es un buen indicador de que quieres mejorar.
Emilio: ¿Qué puedo hacer para cambiar esta forma de ser?
Psicóloga: Podemos trabajar en varios aspectos. Uno de ellos es identificar y cuestionar esos pensamientos negativos cada vez que aparezcan. Pregúntate si hay otra forma de ver la situación y busca conscientemente el lado positivo. También es útil desarrollar la empatía, es decir, tratar de comprender los puntos de vista de los demás y aceptar que no siempre tienen que coincidir con los tuyos. Además, podemos trabajar en ejercicios de gratitud y en técnicas para manejar expresiones y conversaciones en positivo, lo cual te ayudará a ver las cosas de manera más equilibrada. Además contamos con la neurociencia que nos permite sustituir —en nuestras conductas automáticas— los hábitos inadecuados por otros acorde a nuestros objetivos.
Emilio: Me gustaría intentarlo, pero siento que va a ser difícil.
Psicóloga: Claro, Emilio, cambiar la forma en que pensamos y sentimos no es algo que ocurra de la noche a la mañana, pero con paciencia y constancia, es posible. Vamos a ir paso a paso, y lo más importante es que ya subiste el primer escalón al buscar ayuda. Juntos podemos trabajar para que descubras una forma de relacionarte más saludable contigo mismo y con los demás. Recuerda que no estás solo en este proceso.
Actitud y comportamiento
Los problemas de actitud pueden afectar significativamente la vida de una persona, influyendo en su comportamiento, relaciones y bienestar general. Las actitudes predicen nuestro comportamiento y, por lo tanto, son parte integral de quiénes somos, qué hacemos y por qué lo hacemos. Las actitudes incorrectas pueden llevar a conflictos interpersonales, aumentar el estrés y reducir la capacidad para afrontar las cosas y cambios de la vida de manera efectiva. En el caso de una actitud rígida o resistente al cambio podemos limitar la capacidad de adaptación a nuevas situaciones o experiencias, lo que obstaculiza el desarrollo personal y profesional.
Las actitudes también influyen en el comportamiento grupal y social, impactando cómo interactuamos con los demás y enfrentamos situaciones colectivas. En la vida diaria, una actitud errónea perpetúa estereotipos, genera prejuicios y contribuye a la desinformación, especialmente en contextos como las redes sociales, donde la agresividad y las falsas noticias son comunes. No obstante, la psicología maneja herramientas que permiten el cambio de actitud. Los estudios clásicos y contemporáneos sobre actitudes han proporcionado una comprensión teórica de la predicción y del cambio de conducta.
Psicológicamente, la actitud de cada quien la conforman tres componentes. El primero de ellos es el cognitivo, que se refiere a las creencias y pensamientos que una persona tiene acerca de un tema o situación. Si un persona cree que el ejercicio es beneficioso para su salud, esa premisa formará parte de su conducta hacia el deporte o la gimnasia.
El segundo componente es el emocional o afectivo, que encierra los sentimientos y emociones que se asocian con la persona, el objeto o la situación. Así, sentir alegría al hacer ejercicio o estar con alguien o manejar un carro, es un elemento emocional que se agrega a la actitud hacia esa actividad. Por último, está la conducta o el comportamiento, relacionado en concordancia con la forma de pensar y de sentir. Si una persona tiene una actitud positiva hacia el ejercicio, lo más probable que se involucre en actividades físicas. Así, la actitud afecta la forma en que las personas intercambian con el mundo y cómo se comportan en las diferentes circunstancias, influyendo tanto su conducta en sus relaciones interpersonales como en su bienestar general. La actitud es la percepción psicológica de una persona, del valor, la función y el significado de los objetos, junto a la conciencia individual del valor social de ciertas cosas.
En las redes
Los problemas de actitud en las redes sociales incluyen la tendencia a la agresividad, la desinformación y la difusión de noticias falsas. El anonimato y la falta de consecuencias inmediatas fomentan comportamientos negativos, como el acoso, la intolerancia y la polarización. Además, la repetición constante de mensajes negativos o críticos puede reforzar actitudes tóxicas y deshumanizar la comunicación, generando ambientes conflictivos y dañinos que afectan la salud mental y las relaciones personales. Las actitudes predicen nuestro comportamiento y, por lo tanto, son parte integral de quiénes somos, qué hacemos y por qué lo hacemos.
Los “mal hablados”
Es común encontrar personalmente o en las redes a hombres o mujeres que se expresan de forma ofensiva y hasta violenta cuando departen con otras, y probablemente tengan que ver con distintas causas o razones. Crecer en un entorno donde el uso de lenguaje vulgar u ofensivo es la norma puede influir en que una persona adopte este tipo de jerga. Si los padres, amigos maestros o sus figuras de autoridad usan constantemente un lenguaje grosero, la persona puede normalizarlo y reproducirlo en su vida cotidiana.
La falta de control emocional puede hacer que un lenguaje se torne extremadamente ofensivo cuando experimentan emociones intensas como la ira, la frustración o la ansiedad. Las palabras groseras pueden ser una forma de liberar la tensión o expresar sus sentimientos de manera impulsiva.
Por otra parte, el uso de un lenguaje inapropiado y agresivo puede ser una manera de desafiar normas sociales o de llamar la atención en ciertos grupos. En algunos casos, las personas pueden sentirse empoderadas o más aceptadas al ser “mal habladas”, especialmente si se rodean de individuos que valoran ese tipo de comportamiento.
También, la exposición a contenido que glorifica o promueve el uso de un lenguaje vulgar puede influir en que alguien lo imite. Las redes sociales, películas, música y otros medios a menudo presentan este tipo de lenguaje como algo «cool» o rebelde.
Las personas que tienen dificultades para expresarse de manera clara o efectiva pueden recurrir a un lenguaje vulgar como un mecanismo para ser escuchadas, aceptadas o para enfatizar sus puntos, ya que les resulta más fácil usar palabras fuertes que encontrar términos más precisos o respetuosos. La tendencia a ser mal hablado suele ser el resultado de una combinación de estos factores y, en algunos casos, puede cambiar si la persona se expone a entornos que fomenten un lenguaje más respetuoso y consciente.
Tipos de actitud
Existen distintos tipos de actitud que se pueden clasificar según la orientación y disposición de una persona hacia ciertos aspectos de la vida. Mencionaremos algunos de los principales tipos de actitud.
La denominada actitud positiva se caracteriza por una perspectiva optimista y proactiva frente a las situaciones. Las personas tienden a ver lo mejor en las circunstancias, a enfocarse en soluciones y a mostrar gratitud, lo que normalmente mejora el bienestar general y las relaciones interpersonales.
La actitud negativa promueve el comportamiento pesimista y desalentador ante los eventos de la vida. Las personas suelen enfocarse en los problemas, en lo que no funciona y en los aspectos negativos, lo que puede llevar a un mayor nivel de estrés y conflictos.
Una actitud neutra se presenta cuando una persona muestra indiferencia o falta de interés frente a una situación. Las personas aceptan el concepto de “como vaya viniendo voy viendo y viviendo”.
La actitud proactiva implica tomar la iniciativa y anticiparse a los problemas o situaciones futuras, buscando soluciones y oportunidades antes de que se presenten. Este tipo de conducta es común en personas que asumen el control de sus vidas y toman decisiones de forma deliberada y consciente. Por el contrario una actitud reactiva, se manifiesta cuando una persona solo actúa como respuesta a los acontecimientos o estímulos externos, sin tomar la iniciativa o anticiparse a los problemas.
La actitud de resistencia es la que se caracteriza por la oposición y el rechazo a cambios o nuevas ideas. Las personas con esta actitud pueden mostrar rigidez y dificultad para adaptarse a situaciones nuevas o desconocidas. Mientras que la actitud de adaptación permite ajustarse y aceptar los cambios o circunstancias nuevas. Las personas con esta actitud son flexibles y se adaptan a las circunstancias de manera más fluida y efectiva.
Estas distintas actitudes pueden influir en cómo se enfrenta la vida, las relaciones y los desafíos, y pueden variar de acuerdo con las experiencias, creencias y personalidad de cada individuo.
El impacto de la actitud y las palabras
Como somos y nos expresamos nos afecta sensiblemente, y a quienes se relacionan con nosotros. Estudios de la Universidad de Stanford demuestran que el lenguaje puede perpetuar estereotipos y sesgos, incluso cuando las palabras son aparentemente neutrales o bien intencionadas. La forma en que se comunican los mensajes, especialmente a través de las redes sociales, tiene un impacto directo en cómo se forman los prejuicios y cómo se polarizan las creencias. Es el caso de frases como «las niñas son tan buenas como los niños en matemáticas» pueden, sin intención, reforzar la creencia de que los niños tienen una ventaja natural en esta área, perpetuando el sesgo en lugar de eliminarlo. Se sabe que quienes usan el inglés afroamericano experimentan discriminación en la vivienda, la educación, el empleo y en las sentencias penales.
Cientos de millones de personas interactúan ahora con modelos de lenguaje de IA, con usos diversos. Sin embargo, estos modelos lingüísticos perpetúan prejuicios raciales sistemáticos, lo que hace que sus juicios estén sesgados de manera problemática sobre grupos como los afroamericanos. La IA genera decisiones racistas encubiertas sobre las personas en función de su forma de hablar.
El uso de un lenguaje preciso y empático es crucial para reducir la estigmatización, especialmente en temas como la salud mental y la adicción. Investigaciones de los Institutos Nacionales de Salud (NIH) muestran que el lenguaje que usamos puede contribuir a la estigmatización o ayudar a reducirla, influyendo directamente en la disposición de las personas para buscar ayuda o tratamiento. Esto implica que la elección de las palabras es una opción para fomentar la empatía y la inclusión, o por el contrario, para generar más barreras y aislamiento.
En cuanto a la mejor actitud y mensaje es que una persona use un lenguaje asociado a estilos de comunicación positivos, y también, aceptar y asumir el respeto por la diversidad cultural. Este cambio es clave para la construcción de relaciones saludables y un ambiente de trabajo productivo.
Por otro lado, la peor actitud es aquella que propaga el odio, la desinformación y los estereotipos. La agresividad y las falsas noticias en las redes sociales tienen el poder de infligir daño psicológico y perpetuar conflictos, haciendo que las actitudes negativas se propaguen y que la confianza y la cohesión social se erosionen.
En el futuro, en los próximos 25 años, se espera que la importancia del lenguaje positivo crezca en varios ámbitos, incluyendo la educación, la cultura corporativa y las relaciones sociales. Se prevé un aumento en la educación centrada en la comprensión y el respeto intercultural a través de la palabra, así como la implementación de políticas que promuevan una comunicación apropiada en todos los niveles sociales.
Nosotros esperamos que las empresas de IA prioricen un entorno que valore el lenguaje positivo para impedir los sesgos y la discriminación, reducir los conflictos y procurar una mayor felicidad a los ciudadanos.
Recordemos que el lenguaje y la actitud que utilizamos no solo son herramientas de comunicación, sino un reflejo directo de nuestra actitud y personalidad. La forma en que hablas y como te comportas moldea cómo percibes el mundo, cómo te relacionas con los demás y, en última instancia, quién eres. El uso de un lenguaje positivo y constructivo fomenta una actitud más optimista y abierta, mientras que el lenguaje negativo o destructivo refuerza patrones de pensamiento pesimistas o rígidos. Según estudios psicológicos, la forma en que expresamos nuestras ideas puede modificar nuestras creencias y emociones, afectando no solo nuestras interacciones sociales, sino también nuestro bienestar psicológico. El lenguaje y la actitud definitivamente no es solo un reflejo de la mente, sino una fuerza activa que moldea tu propia identidad y personalidad en las relaciones que mantengas con los demás. Hasta la próxima entrega y que la Divina Providencia los acompañe.
María Mercedes y Vladimir Gessen son psicólogos. Autores de Maestría de la felicidad, Qué cosas y cambios tiene la vida y de ¿Quién es el Universo?
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