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¿Quién nos saca las castañas del fuego?

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Aún la mayor parte de los países del planeta no han comenzado a enfrentar la escalada del virus y les cuesta imaginarse el género de acciones que deberán emprender, gobiernos y gobernados, para sobrevivir la espantosa pandemia. Venezuela es uno.

A los que nos tocó ser espectadores de primera fila del desarrollo de esta crisis, que día tras día se fue tragando vidas inmisericordemente, deberíamos transmitir a quienes aún comienzan a experimentar el pánico de la pendiente de la contaminación cuànta cordura hace falta para la toma de decisiones que afectan a miles y cómo la política no puede llenar los espacios de actuación de los gobiernos.

En España, el segundo país que fue devastado después de Italia del mal que nació en China, hemos podido ver cómo, dentro de su mejor intención y esfuerzo, el gobierno nacional y los regionales se han equivocado y cómo han corregido sobre la marcha en el proceso de  la búsqueda de una salida eficiente. A esta hora ya lo están logrando.

Pero esto nos lleva a pensar cuál debe ser la línea de abordaje de este tema por parte de nuestro país, al margen de la filiación política que tenga aquel que debe de tomar las decisiones para el colectivo, cuánto pueden aprender del camino ya transitado por otros, con cuál actitud deben aproximarse a darle atención prioritaria a la amenaza, cuando aún no se manifiesta de forma tan erosiva y de quiénes echar mano para apoyarse de manera de hacerle frente al apocalipsis que nos acecha.

Huelga señalar lo que es obvio y es que esta crisis nos encuentra en extremo debilitados en lo económico, en lo social, en la disponibilidad de una infraestructura idónea para prestar servicios de todo tipo, es decir, en la capacidad de reaccionar para salvaguardar a los nuestros.

Pero es que tampoco contamos con otros factores presentes en los países que han estado sorteando la crisis a través de la contención de la contaminación. Ellos son la disciplina de la población, la inclinación a la observancia de la autoridad, tecnologías para el rastreo de los infectados, óptimas condiciones de telecomunicaciones accesibles a toda la ciudadanía,  cadenas de suministro robustas; autosostenibilidad en alimentos y en carburantes para el transporte de todo, incluidas las medicinas; la disponibilidad in situ de un numeroso contingente de equipos médicos y paramédicos, así como una infraestructura hospitalaria suficiente y capaz de adaptarse a las necesidades de atención en cuidados intensivos. Y al lado de ello, es preciso contar con otro elemento esencial: un buen nivel de recursos, disponibilidad de ahorros o capacidad de endeudamiento para el gasto excedentario que esta crisis reclama.

Podría seguir con la lista larga de carencias nuestras para solo terminar concluyendo que estamos en el peor de los mundos. De nada sirve en esta hora y punto de nuestra adversidad endosarle la culpa de ello al régimen que actúa desde Miraflores. Lo que necesitamos es una vía expedita y eficiente para que el tsunami de la epidemia no nos arrastre a todos. La salida rápida habría podido ser una cooperación comprometida y ágil de China o de Rusia, los únicos regímenes que le vienen quedando como aliados políticos al madurismo. Pero no solo la distancia de estos dos jugadores no ayuda, sino su disposición a arriesgar el pellejo dentro de un país con todas las falencias del nuestro, con el nivel de depauperación y de marginalidad del que adolecemos y en el que, para postre, casi todas sus autoridades tienen abiertos procesos por la Fiscalía norteamericana por narcotráfico y por terrorismo. Así, pues, por ese lado y con ese cuadro de realidades, evidentemente hay solución posible

Lo que nos lleva a la única salida para resolver el monumental problema venezolano de salud y el humanitario –el que aún no se ha manifestado de manera severa- que es contar con la ayuda externa norteamericana para ello.

Esto pareciera una afirmación atolondrada e insensata de mi parte; impracticable, inimaginable y con visos de absurdo; imposible de considerar siquiera para quien se encuentre dentro de unos zapatos revolucionarios. Pero no lo es tanto. La única salida que le queda al régimen de Nicolás Maduro es la de aceptar de inmediato la propuesta norteamericana de retorno a la democracia por la vía que ya se ha hecho pública. La que vendrá acompañada de toda una operación de soporte humanitario capaz de enfrentar la pandemia en puertas.

La ayuda norteamericana, junto con la de otros países amigos, se encuentra a la distancia de un chinazo en el propio mar Caribe. No es insensato pensar que una movilización de la envergadura de la actual debe disponer con las herramientas para desarrollar operaciones de sostén sanitario y provisión de gasolina para iniciar una colaboración útil y decisiva.

Es de esta única manera que lo debe ver el madurismo y las fuerzas militares que lo siguen acompañando por voluntad propia o por la fuerza. Lo contrario es condenar a la población del país al peor de los cataclismos, al más inhumano, doloroso y macabro.

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