Venezuela se presenta ante el mundo como si, teóricamente, tuviera dos gobiernos; uno representado por Nicolás Maduro, y otro por Juan Guaidó. Mientras el primero de ellos está deslegitimado, tanto interna como internacionalmente, el segundo cuenta con un amplio reconocimiento internacional, pero poca credibilidad entre aquellos de sus compatriotas, que saludaron su llegada con alegría y esperanza. El primero no puede salir del país sin temor a que lo detengan; el segundo no puede llegar al aeropuerto de Maiquetía, o circular por los barrios de Caracas, sin ser agredido por colectivos armados. El primero tiene el control del TSJ, el Consejo Nacional Electoral y, al parecer, de la Fuerza Armada Nacional; el segundo cuenta, todavía, con un poco de confianza de los gobiernos extranjeros. El primero, ni siquiera puede llamar al presidente de Colombia, para tratar de resolver problemas comunes; el segundo, en su condición de diputado, electo por la voluntad popular, ni siquiera puede ingresar a la sede de la Asamblea Nacional, a ejercer como presidente de la misma. Dos vidas paralelas, que poco tienen en común, que difieren en su visión del mundo y en su idea del bienestar general. Pero la cuestión es saber quién es el que, efectivamente, manda, y quién es el que (sin descartar a otros dirigentes políticos), está en capacidad de ofrecerle a Venezuela el liderazgo que ella necesita en esta hora difícil.
En un país en donde no funcionan los teléfonos, no hay agua potable, los cortes de electricidad son parte de la normalidad, la administración pública está paralizada, la frontera está desprotegida, abierta a paramilitares y narcotraficantes, las calles y autopistas están llenas de huecos, y los policías no son garantía de la seguridad de nadie, excepto de la certeza de que Ud. será víctima del “matraqueo”, queda la pregunta de si alguno de esos dos gobiernos realmente manda, o si vivimos en un Estado fallido, parecido a Libia o a Somalia.
Asolada por el despotismo, el populismo y la corrupción, hace veinte años que Venezuela perdió el rumbo, y no sabe (o no le importa) cómo garantizar la seguridad alimentaria, qué hacer con su moneda, cómo producir un poco de gasolina en un país petrolero, o cómo llevar un poco de agua potable a los hogares de los venezolanos. Todo eso ha quedado abandonado a la suerte de cada cual, y allí no hay quién mande. Cabello, los hermanos Rodríguez, Padrino y El Aissami están para otras cosas.
Maduro podrá ser obedecido por algunos esbirros que se presten para detener, torturar y encarcelar a sus adversarios políticos, y podrá contar con la complicidad de los jueces para dar a esos actos criminales cierto aire de legalidad. Pero eso no es gobernar. Lo cierto es que no se puede gobernar sin un propósito legítimo, y sin el consentimiento de la población. Ya ni siquiera el entorno del régimen acepta los desafueros de quien se aferra desesperadamente al poder, como la única tabla de salvación que podría evitarle el destino de quienes están señalados por la justicia. El Partido Comunista de Venezuela, los Tupamaros, y otros grupos políticos que, hasta ayer, eran sus aliados en la lucha electoral, hoy están decididos a montar tienda aparte. Maduro podrá alzar la voz y clamar en nombre del “comandante eterno”, podrá seguir pregonando la ilusión de “los motores de la revolución”, o sustituir las directivas de los partidos políticos, pero ya no manda.
Tampoco Guaidó ha logrado aglutinar a una oposición que se mueve peligrosamente entre los ingenuos y los radicales, y no cuenta con los resortes del poder para hacer cesar una tiranía. Si, en su momento, no se le dio los medios para hacer algo diferente, es injusto culpar a Guaidó de las carencias que hoy padecemos; después de todo, tampoco él es el que manda. Pero, al igual que en Miraflores o en el Fuerte Tiuna, en la oposición también hace falta un liderazgo unificado, con un proyecto político concreto, capaz de conducir a los venezolanos a reconquistar la libertad. En los momentos más difíciles, Venezuela siempre ha tenido gente valiente y capaz; ya es hora de que aparezcan esos líderes.