OPINIÓN

¿Quién es ahora Casper Klynge?

por Rafael Palacios Rafael Palacios

Casper Klynge era un diplomático de carrera de Dinamarca, un diplomático de corte tradicional, de esos que se acostumbraban a representar tan solo la bandera de los países. Aunque, a decir verdad, Klynge fue un diplomático con una experiencia muy diferente: le tocó trabajar en lugares geográficos muy turbulentos como fue el caso de Afganistán, en donde estuvo cerca de año y medio facilitando los esfuerzos de reconstrucción de ese país. También, él estuvo presente en Kosovo, donde dirigió una misión para la gestión de la crisis política. Klynge es ahora el primer embajador del mundo en la industria de tecnología en el Silicon Valley.

¿Por qué un diplomático en el Silicon Valley?

La respuesta política de Dinamarca ante esta pregunta es que el Silicon Valley se ha convertido en una superpotencia global, allí las empresas han pasado de ser empresas comerciales a ser actores, tanto de la política de gobierno como de la política exterior. Otros países en el mundo están también teniendo una reacción política frente el poder de las tecnologías, no por casualidad Francia tiene un embajador para Asuntos Digitales como también lo tienen Australia y Gran Bretaña.  Y no por casualidad Alemania ha nombrado a Dorothee Bär como ministra de Estado para la Digitalización.

No es casual que buena parte de estos países europeos hayan estado trabajando desde hace algunos años en una reconceptualización de la actividad diplomática para transferir sus capacidades de innovación hacia otros países.

Otra respuesta bajo la perspectiva de las evidencias científicas que sobre el campo de la innovación se han venido generando es que la actuación de los gobiernos en el campo de la política exterior debe desarrollar una nueva dinámica; que es impuesta y se hace impostergable frente a la aparición recurrente de los cambios tecnológicos. Los intereses económicos internacionales están fuertemente orientados a movilizar y aprovechar capacidades de investigación y desarrollo y promover procesos de transferencia de tecnología reales. La actuación tradicional de las misiones diplomáticas en el contexto de la economía de la innovación está destinada al fracaso. El imperativo y la razón de ser de las relaciones internacionales está siendo sustituido por la innovación y asimismo todos los elementos incluyentes a ella, como la justicia, la inclusión social, los derechos humanos, entre muchos otros. Y es tanto así que hasta el propio concepto de soberanía en modo siglo XX está en discusión.

Casper Klynge está en el Silicon Valley dando un mensaje claro del valor y del poder que tendrán las empresas tecnológicas con respecto a los gobiernos, y por lo tanto un país pequeño como Dinamarca, con apenas una población de 5,8 millones, tiene la posibilidad de hacer presencia y colocarse en uno de los lugares más estratégicos del mundo, en donde se generan las tecnologías de mayor impacto mundial. Y esto es así, aun cuando Dinamarca, por ejemplo, de los 2.400 millones de usuarios globales de Facebook, solo posee 0,3 de esos usuarios.

Uno podría afirmar que la estrategia de países pequeños de acercarse a los actores que poseen el dominio tecnológico y que tienen la capacidad de dominar la economía y los modos de convivencia social, aun cuando poseen poca capacidad de influir en las decisiones políticas globales, es una garantía mínima de orientar e informar a sus gobiernos sobre los cambios y las nuevas tendencias tecnológicas que se desarrollarán. Esto, por lo tanto, no resulta incoherente a la hora de que los gobiernos puedan reaccionar al interno para fortalecer la innovación en las empresas, universidades y demás instituciones del Estado. Sobre todo en países que, como Dinamarca, ya poseen una capacidad tecnológica y de innovación relevante. De acuerdo con el Innovation Index 2018 Dinamarca se ubica entre los primeros 10 países más innovadores del mundo, antes que Alemania y después de Finlandia.

Casper Klynge es ahora un diplomático danés, nada tradicional y listo para encarar otro tipo de conflictos. Klynge es a fin de cuentas un dilema político. Y mucho más lo es en los países que no resuelven dar el paso para abandonar el atraso.