Escribo estas líneas la madrugada del viernes 13, día pavoso en Occidente, cuya mala reputación proviene, según leyendas medievales e hipótesis de modernos estudiosos de las supersticiones, del arresto, el viernes 13 de octubre de 1307, de varios miembros de la Orden de los Pobres Compañeros de Cristo y del Templo de Salomón. Sometidos a un proceso inquisitorial en un tribunal del Santo Oficio, esos caballeros templarios fueron condenados por crímenes contra la cristiandad. Jacques de Molay, último Gran Maestre de la cofradía, no ardió en la hoguera sino 7 años después de ese juicio. Aun así, su maldición al papa Clemente, al rey Felipe IV el Hermoso y al canciller del reino, Guillermo de Nogaret ―»Yo os emplazo a comparecer ante el tribunal de Dios antes de un año… ¡Malditos, Malditos! ¡Malditos hasta la decimotercera generación de vuestro linaje!”― es asociada a la fatídica fecha. Con razón: los anatemizados dignatarios fallecieron en el plazo predicho. Concluyo este párrafo con dudas sobre su claridad y me asomo al jardín. Hay luna llena. Acaso porque el plenilunio favorece las apariciones, pienso en lo irracional del temor a lo sobrenatural, cuando los modos de dominación social asustan muchísimo más que la máscara y el machete de Jonas Voorhees, el asesino demente de la saga cinematográfica Friday the 13th, y decido hacer del miedo asunto principal de mis divagaciones de esta semana, apoyado en consideraciones de un filósofo y un historiador.
Supimos de Epicteto en algún seminario optativo de filosofía y por la miscelánea, sintética y a veces poco fiable erudición de las enciclopedias informatizadas. Era griego de origen y llegó joven a Roma en condición de esclavo de un esclavo de Nerón ―más vasallaje, imposible― llamado Epafrodito, tal el “creyente ejemplar” mencionado por Pablo de Tarso en su epístola a los filipenses, quien lo relacionó con el filósofo estoico Musonio Rufo. Disfrutó en vida de tanta celebridad como Platón y, hasta donde se sabe, no dejó obra escrita; sin embargo, le endosan numerosas y enjundiosas frases para todo uso y ocasión, conocidas gracias quizá a las Disertaciones de Arriano de Nicomedia y a un poema ―Las máximas de Epicteto― de Mauricio Bacarisse, escritor español y traductor de Verlaine, “descolgado de la historia literaria por muerte prematura”, pero sobre todo su vulgarización en Selecciones del Readers’ Digest y en las hojas de The Quote-a-day Calendar. Una de sus memorables Citas citables, atribuida erróneamente a Franklin Delano Roosevelt ―“No se debe tener miedo de la pobreza ni del destierro, ni de la cárcel, ni de la muerte. De lo que hay que tener miedo es del propio miedo” ―, viene al pelo a una ciudadanía paralizada por el culillo inducido desde las alturas del poder usurpado, a fin de reducirla a la sumisión e inhibirla de participar en manifestaciones de repulsa al régimen, so pena de suspensión de beneficios y garantías inalienables: ¡Si te alebrestas, te jodes! Intimidadas por la delincuencia, las bandas paramilitares del PSUV y los cuerpos de seguridad del gobierno de facto ―no del Estado o de la nación, sino de Maduro, Cabello, Padrino & Co.―, la gente lo piensa dos veces antes de salir a la calle. Vencer la pavura colectiva es tarea prioritaria y urgente de los abanderados del cambio y los líderes de las fuerzas democráticas, quienes, seamos honestos, deben comenzar por sacudirse sus propias aprensiones: solo de esta suerte el perro se resignará a ladrar sin atreverse a morder.
Nativo de Siria (de ahí su nombre), el historiador Publio Siro o Publilio Siryus, esclavizado como Epicteto, llegó a Italia en tiempos del divino Julio, a quien divertía con pantomimas creadas y actuadas por él. No prodigan datos sobre su vida las sucintas reseñas biográficas colgadas en la red de redes. Abundan, sí, listas de sus pareceres, pues legó a la posteridad una colección de sentencias (Sententiae) escritas en latín y ordenadas alfabéticamente. Tuvo el valor de recitar ante el César estos versos: ¡Romanos, desde hoy hemos perdido la libertad! /Quien es temido por muchos, debe temer a muchos. ¿Reaccionaría con asombro, indiferencia o indignación el dictador ante tamaño atrevimiento? Es tentador especular al respecto, aunque cualquier conjetura sería falaz; no lo es, empero, afirmar que la agudeza del mimo le viene como dedo usted sabe dónde al señor Maduro y sus compinches. Recelan estos hasta de su sombra y no dan un paso sin las botas de sus alcahuetes, altos oficiales puestos donde hay con la intención expresa de corromperles y sustanciarles expedientes para la extorsión. Desconfían del pueblo llano y pretenden engolosinarlo y acallarlo con bonos patriocarnetizados y el misérrimo, humillante e igualmente corruptor bozal de arepas nominado CLAP. Hay miedos de miedos y el peor no es a la muerte sino a morir de hambre. Por un plato de lentejas vendió Esaú su primogenitura. Sabedores del daño moral ocasionado a la población con el chantaje de los subsidios clientelares, los jerarcas del nicochavismo tiemblan ante la sola idea de ser desalojados del poder. Cunde el pánico y la escalada represiva se intensifica.
En una compilación de ensayos sobre el tema aquí tratado publicada por el Instituto Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires ―Arquitectura política del miedo―, leemos, a propósito del desasosiego cotidiano concitado por noticias alarmantes y del miedo como herramienta de control político y social, que en las sociedades actuales “todo es una extensa alfombra de suelo movedizo de angustia invisible o estado endémico similar a latente esquizofrenia dilatada, capaz de convertirnos en sujetos plenamente vulnerables, sin sentido del tiempo, porque el mañana no existe y está sujeto a factores incontrolables derivados de la incertidumbre”. La incertidumbre devino en depresión y esta en pavor entre algunos opositores ante la inminente salida de Federica Mogherini y la no menos perentoria llegada de Josep Borrell a la jefatura diplomática de la Unión Europea, el retorno a las andadas de los narcofaracos Iván Márquez y Jesús Santrich y su potencial reagrupación y alianza con los elenos a este lado de la frontera, y last but no least, el muy probable regreso del peronismo versión Cristina.
La amenaza de un presente sin mañana ha sido en la Venezuela roja motor eficiente de la diáspora, una fuga masiva deliberadamente provocada y orientada a alejar del país al mayor número posible de votantes inconformes, con el perverso designio de facilitar los tejemanejes electorales implícitos en la agenda para el diálogo de la camarilla chavofascista instalada en Miraflores y Fuerte Tiuna. El mosqueo de la patota socialista tiende a convertirse en enfermiza parafilia, como la parascevedecatriafobia, ¡vaya palabreja!, mencionada al comienzo ―¡guillo con los martes y viernes 13!― y otras aversiones a objetos, personas o situaciones susceptibles de hechizarnos o aojarnos con emanaciones de energía negativa. Y un tirano maníaco y paranoico es capaz de incendiar su país. Al último emperador de la dinastía Julio-Claudia se le acusa de encender la chispa de la deflagración romana. Diosdado y Nicolás no dejan pasar un día sin proferir veladas advertencias de proceder tal cual el hijo de Agripina. Afortunadamente, el del Furrial es un fanfarrón; el metrobusero, un reyecito de utilería. Entonces, ¿quién dijo miedo?
¡Ah!, olvidaba despedirme de Mugabe, quien será sepultado hoy, a buen seguro con las dos réplicas de la espada de Bolívar, deferencia de Chávez —una para cada pierna—, para que pueda enfrentar a los demonios del inframundo. Nico tiene velas en ese entierro.
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